Los héroes de la noche II: Los ocho espartanos

Los héroes de la noche II: Los ocho espartanos

IMPARABLES. Coria avanza, Le Fort lo apoya y atrás “Tumba” Molina los busca. Tres históricos. IMPARABLES. Coria avanza, Le Fort lo apoya y atrás “Tumba” Molina los busca. Tres históricos.

La mística no se consigue de un día para otro. Es algo que se construye. Que debe sustentarse en sucesos gloriosos, que trasciendan. Es hermana del espíritu. Se puede ser un superdotado físicamente, pero si no hay fuego interior será difícil trascender. El seleccionado tucumano de rugby comenzó a construir su mística a principios de la década del 80. Fue campeón argentino por primera vez en 1985. Y después se volvió imparable. Eran años donde el amateurismo era una religión. Hoy sería imposible que un equipo nacional llegue a Tucumán a disputar un partido. Pero en esa época, Francia, un verdadero clásico de Los Pumas, era visitante asiduo de nuestras tierras. Y en 1992 los “Galos” arribaron otra vez a Tucumán.

Sabían dónde venían. Cuatro años antes habían empatado en 18 con La Naranja. Fue el partido tras el cual un periodista francés escribió: “si usted es un aficionado del rugby y si algún día va a la Argentina, no se olvide de presenciar un partido en Tucumán. Allá usted verá una cosa única en el mundo. Única porque esa ciudad, situada en pleno corazón de América del Sur, está chiflada de rugby, y como sus habitantes son orgullosos y acogedores, esto da un espectáculo incomparable. En esta pasión y orgullo se encuentra, quizás, la explicación del empate poco glorioso concedido allí por el quince de Francia. En apariencia solamente, porque cuando uno ha vivido el infierno de Tucumán, se comprende mejor”. Puede decirse entonces que los “Bleus” venían con la sangre en el ojo.

Tal como la habían descripto, la cancha parecía el living del mismísimo infierno. Si la temperatura era invernal nadie lo notaba. Miles de fanáticos enfervorizados querían empujar a esos 15 tucumanos a otra hazaña. Pero los franceses habían aprendido. Darles preponderancia a sus delanteros hubiera sido un pecado. Con formaciones rápidas y 3/4 veloces, pasearon a los Naranjas en el primer tiempo. Parecía que sería humillación. Pero llegó el entretiempo y ese gran capitán que fue José Santamarina despertó al equipo a base de gritos y golpes. Y la actitud en el complemento fue otra. Ese garra brotó de todos los que tenían la camiseta puesta. Y los forwards fueron imparables. Si los backs eran el cerebro, los delanteros fueron el corazón. Luis “Tumba” Molina, Ricardo Le Fort y Julio Coria (la primera línea más gloriosa de todos los tiempos), Agustín Macome y Pablo Buabse, Santamarina, Sergio Bunader y Fernando Buabse se hicieron dueños del partido. Y demolieron a los franceses. Con el maul como bandera metieron a los visitantes en su campo, los sacaron de las casillas, los obligaron a cometer penales y hasta los enterraron en su propio ingoal, con el “Cheto” con la pelota entre los brazos para convertir el único try tucumano del partido. Y cada falta que recibían, eran puntos de Santiago Mesón. Fueron sangre y corazón. Si tuvieron que empujar, lo hicieron, si tuvieron que pelear, pusieron el cuerpo y no retrocedieron. Si hubiera sido una guerra, habrían formado parte del ejército de Leónidas. Ocho espartanos. Y detrás de ellos, las legiones de tucumanos que se rompieron las gargantas alentando. Fue una noche inmensa, inolvidable. Digna del recuerdo. Fue la noche, otra noche, donde ganó la mística. Y esos ocho guerreros la llevaba marcada a fuego en el manto naranja.

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