El raro desafío de Jaldo: obligado a plebiscitarse

El raro desafío de Jaldo: obligado a plebiscitarse

Si Jaldo finalmente resulta ser el candidato a gobernador por el oficialismo se producirá toda una rareza política en la provincia: se convertirá en el primer vicegobernador que plebiscitará su gestión en las urnas como titular del Poder Ejecutivo. Una curiosidad que implica todo un desafío para el tranqueño, el que emergía como el “candidato natural” del Frente de Todos para 2023 y, sin embargo, en el medio, pasaron cosas que lo alejaron de esa aspiración: el enfrentamiento a cuchillo entre los dientes en la interna del PJ que estalló en las primarias abiertas y la crisis del Gobierno nacional que depositó a Manzur en la jefatura de Gabinete. Y que a él lo instaló en el sillón de Lucas Córdoba, transitoriamente, ya que su continuidad depende de Manzur y de sus ganas de regresar.

Jaldo llegó a la Casa de Gobierno dos años antes, de manera imprevista y sorpresiva -inimaginable hasta para un augur-, a cumplir el papel que tenía pensado para el año próximo. Y accedió con un aditamento especial, producto de la encarnizada interna entre manzuristas y jaldistas: el duro discurso que usó para cuestionar la gestión de su socio de fórmula de 2015. Cuestionó duramente la política de seguridad y la gestión del área educativa -hasta arrastró al ministro Lichtmajer a una interpelación en la Legislatura-, dividió al PJ para dirimir la pelea por el liderazgo y se resistió a ir a Buenos Aires -o a renunciar a la vicegobernación- para no quedar marginado de la disputa por la gobernación con tanta anticipación. Menos que menos iba a dejar de sentarse en la poltrona del poder local estando ahí, tan cerca, al alcance de las manos.

Aguantó las presiones apoyándose en la normativa de la sucesión. Los manzuristas, en esos primeros días sintieron que ganar la interna fue en vano, que el enemigo al que habían derrotado fue el que finalmente triunfó. La sensación de frustración fue insoportable para los que habían celebrado la victoria y la consolidación del liderazgo de Manzur. El jaldismo, en cambio, que había conseguido poner el segundo candidato a diputado nacional en la boleta del Frente de Todos, se conformaba con los 200.000 votos obtenidos: por lo menos imponía uno de los propios en la lista del oficialismo. Era suficiente, ya que fue lo que se había propuesto desde el comienzo; era una derrota con cierto halo de victoria.

Esa cifra de votos le otorgaba al vicegobernador la chance de negociar a futuro, con los propios del partido y hasta con referentes por fuera del oficialismo. Si los manzuristas despotricaban y se enfurecían viendo al adversario sonreír y conseguir por adelantado lo que creían que habían evitado al ganarle en la interna; los jaldistas, al revés, entraron en estado de ensoñación. Un día estaban abajo, sometidos, y al siguiente parecían que habían triunfado porque llegaron al Gobierno antes de lo que pretendían, y sin tener que atravesar otra sangrienta disputa interna.

La victoria legislativa de Juntos por el Cambio provocó el cimbronazo en el Gobierno nacional que desencadenó la crisis que catapultó a Manzur al gabinete. El tucumano no le pudo decir que no a Cristina que, públicamente, lo pidió para reemplazar a Santiago Cafiero. Se fue y dejó a Jaldo en el lugar al que, justamente, no debía acceder tan fácilmente después de la votación en el Frente de Todos. Si para eso ganó, precisamente, para cerrarle el paso a la posibilidad de que lo suceda en el cargo. Sin embargo, optó por ayudar a su amigo Alberto en la dura tarea de mejorar la imagen de la gestión.

Ese paso a la liga superior de la política se percibió como un abandono por parte de los manzuristas, que se sintieron huérfanos, librados a la buena de Dios y en manos del contrincante al que habían vencido. Rarezas políticas, de las que no faltan en Tucumán. Jaldo, en cuestión de horas, pasó de pensar en cómo llegar a la gobernación en el 23, teniendo a Manzur como un contrincante, a convertirse en gobernador por adelantado, y sin Manzur cerca.

Manzuristas y jaldistas debieron acomodarse a la nueva realidad, a mirarse de cerca, a soportarse y a trabajar unidos por la fuerza de la circunstancias. Por esos días, medio en broma, medio en serio, el radical José Cano les sugirió a sus socios políticos y a toda la oposición que debían retomar la agenda crítica expuesta por Jaldo en la interna oficialista para hacer campaña en contra del Frente de Todos. Toda una ironía. Es que las apreciaciones críticas del vicegobernador, como opositor de Manzur en la primaria abierta, fueron respaldadas por casi 200.000 sufragios. Entonces, a seducir a esos desencantados con la gestión del médico sanitarista, más ahora que el propio tranqueño estaba al frente del Gobierno para defender -irónicamente- una gestión a la que había lanzado duros cuestionamientos.

Lo que el dirigente radical tal vez pretendía, con habilidad política detrás de la perspicaz observación, era ampliar la base de sostenimiento de la oposición sumando a los que depositaron su voto al vice y que luego podrían haberse desencantado por la asunción, aunque interina, de Jaldo a la gobernación.

Pero por algo más también: el tranqueño, al acomodarse circunstancialmente al frente del Poder Ejecutivo -y con tanta anticipación-, pasaba a convertirse en un rival más peligroso que cuando, otrora, sólo era el candidato natural del oficialismo para suceder a Manzur. Pasó, inesperadamente, de mirar la gestión desde las ventanas del edificio de la Legislatura a ubicarse en el despacho principal del palacio gubernamental, a manejar los hilos del poder, aunque con gabinete prestado. Se instaló, incómodo, ante integrantes de un equipo que le era ajeno. Todos se miraron con desconfianza, con recelo, desconcertados, primero sin saber cómo seguir, cómo restablecer los vínculos de una relación quebrada en la pelea por dilucidar quién conducía el justicialismo tucumano, y cómo avanzar para superar la paradoja política de que los que habían perdido se sentían los ganadores y que los vencedores se percibían como los grandes derrotados.

Acercar posiciones se transformó fue un proceso complejo, del que en los primeros días estuvo ausente Manzur. Jaldo debió dialogar con los que defendieron en la interna la gestión que él objetaba, y que antes de eso eran socios en el mismo barco. Jaldo no saltó de la nave, se quedó a comandarla de manera prestada por el tiempo indeterminado que fuese necesario. Ya pasaron varios meses de la crisis que desembocó en un nuevo esquema de poder en Tucumán, y Manzur aún se mantiene en el gabinete; de vez en cuando se comenta que está decidido a retomar las riendas de la gestión provincial. Tan sólo ese rumor enrarece el clima político en el oficialismo, ya que no se vislumbra qué puede pasar si Manzur y Jaldo regresan a sus antiguas misiones, y qué puede ocurrir con esa relación política desgastada por la interna y mantenida por la fuerza de los imponderables surgidos en 2021.

En el lapso en que el tranqueño viene estando al frente del Ejecutivo se produjeron cambios de nombres en el gabinete, pero él más que nada trata de mostrar que no se equivocaba cuando observaba la gestión manzurista; aunque sin decirlo. Atacó dos frentes del Gobierno: seguridad y obras públicas, donde venía denunciando un déficit. No podía hacer menos, si había hecho campaña afirmando que Manzur fallaba en esas áreas: tuvo y tiene que demostrarlo con hechos, no con palabras; principalmente para no fallarles, de alguna manera, a aquellos que le dieron su aval en las primarias. A los que, además, debe contenerlos de cara a su proyecto personal de acceder a la gobernación con el voto.

Porque una cosa es retener y ampliar la base territorial del peronismo, para lo que viene mostrando habilidad -de eso puede dar fe el propio Manzur, que supo beneficiarse de la ascendencia político-territorial del tranqueño-, y otra es mostrar gestión para defender su postulación a futuro. Es a eso que está obligado Jaldo, pase lo que pase más adelante, vuelva o no Manzur. Debe demostrar que es mejor para gobernar que Manzur, que está capacitado para eso y que cumple por anticipado sus promesas electorales. Es lo que deberá exponer el año que viene a la hora de salir a pedir el apoyo de los tucumanos para convertirse en gobernador en serio, ya sea por el frente o por el partido que sea. Si es por el Frente de Todos, mejor para él. Eso en mucho dependerá del papel que juegue el propio Manzur.

Por lo tanto, a diferencia de otro vicegobernador, él deberá plebiscitar su gestión como titular del Poder Ejecutivo. Estará poniendo en juego su capacidad para conducir y administrar la provincia. Si fracasa en esa tarea -por el tiempo que dure- poco podrá ofrecer para convencer al electorado de que puede encarar una etapa superadora a las administraciones de otros mandatarios. Toda una rareza política: Jaldo está obligado por las circunstancias, y hasta entrampado, a hacer el mejor esfuerzo al frente del Ejecutivo, superando lo hecho por Manzur, a quien supo cuestionar, y de quién -otra rareza coyuntural- debe aguardar que sea un buen gestor de beneficios de la Nación para con Tucumán.

En ese marco, es inimaginable que uno de ellos aguarde que el otro fracase, porque la suerte de ambos está atada. De Jaldo depende que plebiscitar su gestión sea una buena herramienta electoral. En esa línea está obligado a desarrollar su acción política.

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