Cuando se es hincha de más de un club de fútbol (y serlo es una locura inexplicable)

Cuando se es hincha de más de un club de fútbol (y serlo es una locura inexplicable)

¿Se puede ser hincha de dos clubes de fútbol (o más) del mismo país? ¿Se es fanático de uno y sólo seguidor del otro u otros? ¿Y qué hay si se agrega la pasión por alguna entidad, digamos, europea?

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Empecemos con una pregunta: ¿se puede ser hincha de dos clubes de fútbol (o más) del mismo país? Esto genera otra: si este es el caso, ¿se es fanático de uno y sólo seguidor del otro u otros? ¿Y qué hay si se agrega la pasión por alguna entidad, digamos, europea? Que las respuestas vengan de a una, por favor. Porque en estas cuestiones de las pasiones humanas, hay tantos matices que podría tornarse, el planteado, un tema de explicaciones eternas.

Dice la Real Academia Española de…

- Hincha: “partidario entusiasta de alguien o algo, especialmente de un equipo deportivo”.

- Fanático: “Alguien preocupado o entusiasmado exageradamente por algo”.

- Simpatizante: “Sentir simpatía por algo o alguien”.

- Aficionado: “Que tiene afición o gusto por alguna actividad o por un espectáculo al que asiste con frecuencia”.

Las sutilezas del idioma permiten hacer una lectura única de cada palabra. Se ven como sinónimos (y hasta se podrían sumar prosélito, admirador, seguidor, adepto, fan, partidario), pero…

Generemos casos eventuales: un aguilarense que se desvive por Newbery, pero sigue a San Martín y no se pierde los partidos de Boca. O un bellavistense, que se apasiona por Bella Vista, va a alentar a Atlético y nunca olvida que juega River. Le agregamos complejidad: esos mismos personajes incorporan a Real Madrid o a Liverpool a su “menú” ¿Entonces? ¿Son hinchas, simpatizantes, fanáticos, aficionados, todo junto o habrá que inventar alguna palabra para definirlos?

En la mayoría de los casos, nadie se pregunta cómo alguien comenzó a simpatizar por un club de fútbol. Pero todos tienen su historia para contar. Todos. Si hasta a aquellos a los que no les gusta el fútbol, o este representa una actividad que les es indiferente, alguna vez reciben la pregunta, la típica: ¿de qué club sos hincha?

Con tanto para elegir, dirían algunos, para que elegir uno solo. Ni blanco por un lado, ni negro por el otro (algo tan frecuentado en la vida, sea donde sea), sino los dos juntos. O más. Otros dirán que es una herejía hacer fuerza por dos o más clubes. ¿Y si juegan entre sí, qué?

Cuando se es hincha de más de un club de fútbol (y serlo es una locura inexplicable)

Le está pasando a los que siguen a Atlético y a algún equipo de Buenos Aires de Primera. Les pasó a los que acompañan a San Martín. Cuando llega algún “grande” porteño a las provincias, hay marchas, caravanas y aguante, con la camiseta azul y oro, la rojiblanca, la albiceleste, la roja, la azulgrana, en fin, la que sea, a la vista. Pero en el fondo se palpa que el sentimiento por lo local, de todos modos, sigue latente.

Están los casos en los que esta “locura” a distancia (sea de Buenos Aires o de países de Europa) se hereda de la familia. De los tiempos sin medios digitales ni redes sociales en los que los partidos llegaban por radio, se leía los lunes en LA GACETA lo que había pasado o en alguna revista especializada se podían ver coberturas detalladas. La TV acercó todavía más las pasiones foráneas. Internet las exacerbó. Y hasta cambió un concepto: si alguien simpatizaba por Barcelona, es porque estaba Messi. Es decir, fanáticos de un jugador, ya no de un equipo. Hinchas globalizados que, pese a todo, responden a sus raíces. Y por ello le siguen poniendo sus gargantas a los goles del “Deca”, del “Santo”, de “Boquita” o del “Millo”.

Las ventajas que las comunicaciones ofrecen hoy ponen patas arriba los viejos preceptos, pero no los quebrantan. Más bien, ofrecen un nuevo escenario. Con el comienzo del siglo, la tendencia de seguir a equipos con sede a 10.000 kilómetros de casa creó un punto de inflexión (¡hasta peñas de armaron en el país!) Sin embargo, se sigue yendo a una cancha, se arman largos viajes detrás de una pasión, se elevan plegarias por la buena fortuna del equipo de los amores, se hacen promesas, se sufre, se goza.

El fenómeno está entre nosotros. Y suma detalles. Y preguntas: ¿importa la cercanía, la distancia o la influencia de alguien, para empezar a hinchar por alguna camiseta? Se entiende el apoyo al equipo del pueblo o de la ciudad, por el sentido de pertenencia por estar “a la vuelta de la esquina”; tal vez por el conocimiento de su historia y su cultura. Y si se va al estadio, se agrega un beber directamente del manantial todo lo escuchado y lo aprendido, para fanatizarse. Hay que agregar otros motivos para llevar a un club en el corazón: su forma tradicional de jugar (aguerrida, sutil); la cantidad de conquistas históricas; su dominio sobre otros clubes, incluso su búsqueda de ganar algo alguna vez (lo que se dice, la épica del perdedor).

La exageración y lo incomprensible de todas estas manifestaciones hace que muchos escapen a las fauces del fútbol. Pero que hay amor flotando en el aire, es cierto. Hasta la ciencia entró en el tema. Investigadores de la Universidad de Coimbra, en Portugal, reunieron a fanáticos, les pusieron escáneres por resonancia magnética y les mostraron videos, con victorias y derrotas de sus equipos. Resultado: quedó comprobado que la dopamina, la llamada hormona del amor, aumentó.

Otro estudio, británico, de la Universidad de Sussex, sugiere que luego de que el equipo por el que simpatizan gana un partido, los hinchas son 3,2 % más felices durante una hora. Pero si cae derrotado, ellos se sienten 7,8% más tristes de lo habitual. Fueron 32.000 las personas analizadas. En los considerandos de las pruebas, se llegó a la conclusión de que un fanático de fútbol, sea del equipo que sea, aunque esté acostumbrado a ganar títulos, sufre más de lo que disfruta.

Ahora, si esto pasa cuando se es fanático de un solo club, es de imaginarse cuando se sigue a dos o más. En definitiva, en todos lados se genera una montaña rusa de emociones, cada vez que una pelota echa a rodar.

Volvemos al comienzo y a lo dicho: en estas cuestiones de las pasiones humanas, hay tantos matices que un tema como el planteado podría tornarse en uno de explicaciones eternas.

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