Microhistorias de una gran utopía

Registros de un sueño que se convirtió en pesadilla.

Microhistorias de una gran utopía
03 Abril 2022

CRÓNICA

EL FIN DEL ‘HOMO SOVIETICUS’

SVETLANA ALEXIEVICH

(Acantilado – Barcelona)

Svetlana Alexiévich arma sus libros como un juego de muñecas rusas. La pentalogía comienza con La guerra no tiene rostro de mujer y Los últimos testigos (1985); Los muchachos de zinc (1989), Voces de Chernóbil (1997) y El fin del “Homo sovieticus” (2013). Este último cierra el ciclo sobre el desmoronamiento de la Gran Utopía soviética. Dice la autora: “Yo escribo, reúno las briznas, las migas de la historia, del socialismo ‘doméstico’, del socialismo ‘interior’… Siempre me ha atraído ese espacio minúsculo, el espacio que ocupa un solo ser humano… porque, en verdad, es ahí donde ocurre todo”.

Alexiévich reconoce: “yo tengo tres moradas. Mi madre era ucraniana y mi padre bielorruso. Pero yo crecí y me eduqué en la cultura rusa”. El libro nos habla de un sueño que se transforma en pesadilla, aplastando a los hombres: “El laboratorio del marxismo-leninismo creó un singular tipo de hombre: el Homo sovieticus. Algunos consideran que se trata de un personaje trágico… Tengo la impresión de conocer bien a ese género de hombre... Ese hombre soy yo. Ese hombre son mis conocidos, mis amigos, mis padres. Durante años viajé recogiendo testimonios por toda la antigua Unión Soviética, porque a la categoría de Homo soviéticus no sólo pertenecen los rusos, sino también los bielorrusos, los turkmenos, los ucranianos y los kazajos”.

Pueblo proclive a la guerra

Ser soviético entró en desuso en los 90 cuando se disolvió la URSS, pero sigue presente. Una experiencia inédita, cuyo fracaso se dio en el final de la guerra fría. Un orbe ahora dividido en estados que comparten una memoria, dolorosa y real. Allí la guerra siempre estuvo presente entre pueblos y entre hombres donde el heroísmo era el valor supremo: del Imperio de los Zares, del Comunismo (en particular el estalinismo), la Guerra Fría y las actuales revoluciones de color.

Uno de los entrevistados reflexiona: “En el fondo somos un pueblo proclive a la guerra. Nunca hemos vivido de otra manera”. Esa necesidad de una épica, la quimera de un Imperio, ha sido hurtada. La realidad escondida en archivos desclasificados es tremenda. El sacrificio parece injustificado cuando se ve la riqueza de los oligarcas.

El libro se divide en dos partes. La primera abarca registros entre 1991 y 2001, y la segunda entre 2002 y 2012. Una mínima introducción delata a la autora testigo y cronista. La prosa posee una estructura que nos remonta a los más grandes prosistas rusos como Dostoievski y Tolstoi. Así como el clima puede ser desgarrador.

Una suerte de Mil y una noches compuestas por relatos atravesada por la depresión y el fracaso, la violencia y la muerte. Un pasado de campos de concentración, de luchas religiosas y étnicas, de silencios y persecuciones inexplicables, de hambre y de muerte y un presente de decepciones. Un hombre cuyo futuro se imagina, peligrosamente, como vuelta al pasado. Las víctimas más frecuentes son las mujeres.

Naturalización del terror

La memoria del lector se llena de imágenes monstruosas e inhumanas. En particular llama la atención la naturalización del terror que ha pasado de forma natural de la vieja URSS a Rusia, Tayikistán, Azerbaiyán, Armenia, Georgia, Abjasia, Chechenia o Bielorrusia.

La cronista deja hablar a víctimas y verdugos entre quienes advertimos tenues límites. No intenta moralizar, es “puro oído”, rastrea en cocinas y plazas para entregar las voces que escapan a la memoria oficial. Hoy predomina una amalgama de anhelo por el imperio de los zares y una añoranza de la estabilidad y poder en el pasado soviético.

¿Qué les pasó?

En ocasión del Nobel, Alexiévich abogó por una superliteratura en la que los que hablen sean los testigos. Una de sus preguntas centrales es: “¿Qué nos depara el futuro? ¿De qué seremos capaces después de tantos años de letargo artificial?”; “Qué nos pasó?” Afirma: “Antes nuestro mundo aún se dividía en los que estaban en la cárcel y los que enviaban ahí; hoy la división es entre eslavófilos y occidentalitas, entre nacionalistas y patriotas. Y también entre los que pueden comprar cosas y los que no pueden hacerlo. En mi opinión, esta última división es la prueba más cruel que nos tocó después del socialismo, porque la gente aún se acordaba de la igualdad”. El hombre “rojo” nunca logró entrar a aquel reino de la libertad con que soñaba en sus cocinas. Las luchas de poder están lejos de haber acabado. El mapa sigue temblando.

PERFIL

Svetlana Alexiévich nació en Stanislav, Ucrania,  en 1948. Estudió periodismo en Bielorrusia, donde sus padres eran maestros. Es autora, entre otros libros, de La guerra no tiene rostro de mujer (1985), sobre la Segunda Guerra Mundial; Los muchachos de zinc (1989), sobre la guerra de Afganistán; El hechizo de la muerte (1993), sobre los suicidios que se produjeron tras la caída de la URSS; y Voces de Chernóbil (1997). Ganó el Premio Nobel de Literatura 2015.

El rumor de la calle y las conversaciones en la cocina*
Por Svetlana Alexiévich

Ay, la misteriosa alma rusa… Todos se esfuerzan por comprenderla, buscan desentrañar su esencia en las novelas de Dostoievski. «¿Qué hay detrás del alma rusa?», se preguntan todos. No es más que un alma: nos gusta charlar en las cocinas, leer libros. La lectura es nuestra ocupación favorita. Y también nos gusta ser espectadores. Y, además, jamás nos abandona la sensación de ser especiales y excepcionales, aunque esa idea no tenga más fundamento que las reservas de petróleo y gas que esconde nuestro suelo. Ello, por una parte, conspira contra la posibilidad de un cambio en nuestras vidas, mientras que, por otra, las dota de cierto sentido. La idea de que Rusia debe crear algo extraordinario y mostrarlo al mundo jamás nos abandona. La convicción de ser el pueblo elegido.

* Fragmento de El fin del ‘homo soviéticus’.

CARMEN PERILLI

© LA GACETA

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