Herido al explotar un carrito manisero

Herido al explotar un carrito manisero

Un muchacho de 14 años resultó herido en una explosión en 1935. Guerras por los mosquitos.

Herido al explotar un carrito manisero

Un accidente de características extrañas produjo lesiones y quemaduras a un menor, de 14 años, una tarde de julio de 1935. Lo llamativo fue que el percance se generó por la explosión de la pequeña caldera de una máquina manicera que transitaba por la zona de 24 de Septiembre al 1.000.

El muchacho herido, Pedro Mirioto, atendía la máquina que era propiedad de su padre -Miguel- y sufrió quemaduras “de cierta gravedad en el rostro, mano y otras partes del cuerpo, las cuales fueron producidas por el vapor de la máquina”, relataba LA GACETA al día siguiente.

El muchacho fue atendido en la Asistencia Pública y se retiró a su domicilio para descansar y recuperarse. La explosión también afectó a un auto: el taxi número 66 que pasaba por ahí. Las esquirlas del metal rompieron el parabrisas y parte de la capota. Como el vehículo iba sin pasajeros no se produjeron heridos.

La imagen que acompaña el texto, que ocupa el lugar privilegiado de la página, muestra los restos de la “maquinita” destruida por la explosión esparcidos por el lugar y un pedazo más importante debajo y detrás del coche de alquiler.

Ante lo ocurrido, hubo que cortar el tránsito para evaluar al herido. Este fue atendido en el lugar por el personal de emergencias de la dependencia municipal para ser llevado, luego, a la sede de Chacabuco al 200. Los daños causados al coche de Marcelo Mitre, oriundo de Los Ralos, fueron evaluados en el momento.

Los curiosos se arremolinaron alrededor. Se expusieron algunas conjeturas sobre cómo ocurrió el suceso, pero los efectivos policiales que acordonaron el área libraron a los espectadores de las dudas. Ellos señalaron que se trató de la explosión del pequeño vehículo. Sin embargo, en los días siguientes, nunca se explicó cuáles fueron los motivos por los cuales explotó la máquina. Quizás haya sido una falla no detectada a tiempo en el tanque de presión.

Carteristas

En la misma edición se criticó el poco control de las autoridades municipales sobre las empresas de colectivos “a las que se les permite abusar de la capacidad de los vehículos que llevan frecuentemente el doble de pasajeros de los que su capacidad admite” y el asunto de que “los carteristas vienen haciendo su agosto en las líneas que recorren nuestra ciudad”.

La texto indicaba que “con suma frecuencia, pasajeros que no han tenido la precaución de viajar apretando fuertemente en la mano sus pocos o muchos pesos, se encuentran con que al echar mano a su cartera, ha desaparecido misteriosamente durante alguna de las aglomeraciones”.

Además, la crónica criticaba la actitud del personal de la División de Investigaciones que llevaba los “elementos excesivamente conocidos” hasta los sótanos de la Casa de Gobierno donde funcionaba la dependencia para después dejarlos libres.

Con esto se quería criticar a la comuna por “la poca vigilancia que ejerce sobre los servicios de ómnibus y sus propietarios para que tomen las medidas necesarias para que se eviten las aglomeraciones de pasajeros que no deben ser permitidas, aún cuando los carteristas no operaran en Tucumán”.

La idea del cronista era hacer ver que el servicio de pasajeros debía ser mejorado para que los tucumanos viajaran mejor y más cómodos dentro de las unidades.

Por los mosquitos

Finalizaba el primer mes de 1921, el calor era insoportable y la bebida había corrido a raudales. Entonces, un grupo de amigos –a instancias del propietario del bar El Cercado- se ubicó en el patio trasero de la propiedad para seguir con su cata de bebidas.

Los mosquitos volaban a sus anchas por la zona. Ninguno se preocupó de que fueran aedes aegypti o anopheles, mucho menos por el dengue, zika y demás que se volvieron protagonistas muchos años después; podrían haber hablado de paludismo, pero tampoco.

El problema fue que los insectos interfirieron con sus “pinchazos” el beberaje, y por ello, comenzaron los sopapos para ahuyentarlos o matarlos.

Los golpes se sucedían uno tras otro. Sin embargo, la reunión se clausuró cuando uno de los parroquianos, en su intento de matar al mosquito asentado en la cabeza de su amigo, decidió darle un talerazo (el talero es un pequeño látigo de correa ancha y mango de madera) que certeramente dio en la cabeza del hombre, pero no rozó siquiera al insecto.

La escena continuó con un desmayo, sangre y la llegada de la ambulancia. Los profesionales de la salud reanimaron al golpeado y, al final, las consecuencias de la guerra con los mosquitos dieron por concluida la tertulia.

De buen beber

La noticia de LA GACETA señalaba que hacían rueda los señores curdelas Félix, Ramón Vicente, Domingo, Javier Emeterio y doña Luisa (obviamos los apellidos para que los pliegues del tiempo dejen sus identidades anónimas) en el bodegón del arábigo súbdito don Pedro José.

Los cinco varones tenían su fama bien lograda pero, para el cronista, la mujer “no les iba en saga al explicar que cuando entra a tallar en cuestión beberaje puede asegurarse que el bodeguero agraciado líquida toda cuanta existencia posea de bebestibles”.

La crónica prosigue: los contertulios mantuvieron un tres sin freno haciendo desaparecer en forma prodigiosa, litros y litros de distintas bebidas. Agotadas las existencias de licores, el árabe Pedro José estimó conveniente no perder la clientela y así fue despachándoles sucesivamente otros líquidos que los parroquianos dejaban deslizar por sus gaznates chasqueando la lengua de puro gusto.

El final recién ocurrió cuando las existencias de la bodega llegaron a cero. Al parecer la información no fue del agrado del grupo que comenzó a impacientarse. Cabe destacar que ya habían pasado de la 1.30 de la mañana.

Para evitar inconvenientes el propietario invitó a sus buenos parroquianos a pasar al patio para poder cerrar el negocio y que ellos siguieran a sus anchas.

En ese momento el alcohol pasó a un segundo plano. Corría una pequeña brisa. Los mosquitos habían copado en lugar y dio comienzo la batalla para evitar las picaduras. Sopapo que sonaba, mosquito que huía batiendo las mandíbulas a pura risa.

Don Félix felizmente se puso encachilado. Él vio un diminuto zancudo en la testa de don Ramón y partió el talerazo. El mosquito lo gambeteó en forma admirable, hizo una guiñada con el ojo derecho y salió volando. En cambio, el golpe desmayó a Ramón.

Alguien llamó a Monteros para que disponga una ambulancia para socorrer al golpeado. Fue recogido del suelo y se le introdujo nuevamente el conocimiento que se le había fugado por el agujero de la cabeza.

La reunión se disolvió y los contertulios se retiraron. Nada más se supo si siguieron con sus reuniones en otro momento o si volvieron al infausto patio del ataque de los temibles dípteros pertenecientes a la familia de los culícidos.

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