Aplaudir sin dar aplausos

Aplaudir sin dar aplausos

Se notó en la apertura de sesiones de la Legislatura: el aplauso dejó de ser el premio, el reconocimiento, para convertirse en un movimiento de manos de compromiso. Una metáfora de la política, donde reina la especulación.

Aplaudir sin dar aplausos

Los que nacimos en el siglo pasado, desde chicos nos acostumbramos a referenciarnos con el año 2000. “Uh, eso va a pasar en el 2000”, como si quedara muy lejos. “¿Llegaremos a 2000?”, afirmábamos cuando las utopías nos desafiaban. Conocimos viejos que cuando brindaron por 2000 dejaron de apretar los dientes y sintieron el alivio de haber pasado una barrera. Son los límites imaginarios que nos impone la conciencia. Empezamos un nuevo siglo imaginando que lo nuevo se asemejaba a un bebé recién nacido. Y -seamos sinceros- no hay bebés que no nos enternezcan y no nos envuelvan con alegrías, emociones y esperanzas. Pues, no. El nuevo siglo nos viene trayendo a los sacudones. La crisis de 2001 que nos despabiló a los argentinos; el derrumbe de las torres gemelas; el atentado en la estación de trenes de Atocha en Madrid y la gran debacle económica de 2008 -por citar ejemplos rápidamente- sirven para recordar que este “enfant terrible” no nos dio tregua desde que apareció. Y nosotros que lo esperábamos con los brazos abiertos aún no podemos levantarnos por sus malos tratos.

En los últimos años el siglo nos trajo la pandemia más terrible. La muerte devastadora de la covid-19 sorprendió a gobernantes y a ciudadanos, pero no a los científicos que, desde la mismísima y -puesta en duda- Organización Mundial de la Salud había avisado años antes que los gobiernos y las instituciones debían preparar al mundo para las emergencias sanitarias, para salvar vidas y para ahorrar dinero. Todos desoyeron esas advertencias.

Con el coronavirus y sus muertes encima perdimos la libertad. Primero fue el encierro y después fuimos abriendo de a poco las puertas con un objetivo primordial, que fue la solidaridad. Descubrimos que había muchos otros. Y se aprendió -así lo reconoce José Ramón Calvo en el libro “La Gran Pausa” citando al politólogo Bertrand Badie- que el virus asesino nos había metido de bruces en un mundo en el que la hostilidad y la competencia le había dejado su lugar a la solidaridad. Aprendimos que si se quiere sobrevivir y ganar, hay que asegurarse que el otro sobreviva y gane.

Nos duró poco. Estábamos aprendiendo a sacudirnos el miedo de la pandemia y nos entró el pavor de la guerra. Y cuando una guerra se desata nada está claro, todo es un gran desorden. Lo único que no puede discutirse es que la humanidad ha fracasado.

El siglo XXI trajo la información, las redes sociales, y puso en duda todos los valores con los que el siglo XX se había despedido. Pero, ¿era difícil imaginar que el egoísmo de la muerte y el desinterés por la humanidad volvieran a escena con papeles protagónicos? No.

Se podía intuir; los líderes mundiales fueron alertados por analistas y científicos de muchas de las cosas que podían ocurrir. Ningún líder les llevó el apunte. La mayoría está absorbido por sus problemas a cortísimo plazo, por sus cuestiones menores y por sus relaciones estrechas y cercanas. El estadista que mira lo propio y lo ajeno, lo cercano y lo lejano pareciera ser de otro siglo, no de este. Y la guerra lo corroboró.

Después del Carnaval...

La semana dormilona y con modorra carnavalesca se despertó el miércoles con los mensajes de nuestros gobernantes. Egoístas y calculadores, ni siquiera pudieron ser ellos mismos. Como si no fueran seres libres. Alberto Fernández fue incapaz de escribir y hablarle a los argentinos. Antes, pensó en él y en su creadora, la vicepresidenta.

Absolutamente innecesaria la película que se montó. La sociedad toda sabe -y si no, tiene indicios y datos irrefutables- que el matrimonio político y por conveniencia de Alberto y Cristina ha iniciado su divorcio irreversible.

La historia argentina nos enseña que cuando eso ocurre el proceso no tiene retorno. Carlos Menem y Eduardo Duhalde nunca pudieron volver a encontrarse. Primó el egoísmo y los argentinos quedaron en la banquina. Luego, Carlos “Chacho” Alvarez y Fernando de la Rúa tampoco pudieron volver atrás cuando su romance se desvaneció y todos los invitados a aquella fiesta terminaron sin pan y sin las tortas.

En estos tiempos, el Frente de Todos intenta sobrevivir a pesar de Alberto y Cristina. El kirchnerismo pretende –y da muestras claras- de que no piensa igual que Fernández, pero no avanza en la desestabilización del gobierno. Ya se quemaron las cartas beligerantes de Cristina. Y Alberto soporta todo incluso conservando los funcionarios que no funcionan de origen K.

Esta ambigüedad no puede ser próspera ni mucho menos, sin dudas termina debilitando, en primer lugar a la Argentina y en segundo término al Presidente y al Frente de Todos, que innegablemente está subido en un tobogán político y electoral.

Como el divorcio ya no tiene vuelta atrás todos trabajan para “su” 2023. Nada parece evitar que en las próximas Paso –si la guerra no se atraviesa- se dirima entre Alberto Fernández que irá por su reelección y el elegido de Cristina vestido con ropaje K. En el Instituto Patria ya dan por descartado que la vicepresidenta no repetirá ninguna de sus últimas experiencias electorales y que tampoco daría su bendición de madre a su primogénito. En cambio, los que la frecuentan ponen todas las fichas a que podría encabezar la lista de senadores de la provincia de Buenos Aires.

Curiosamente, en el fuero más íntimo del kirchnerismo ya le han prendido una vela a “san acuerdo” porque eso permite vislumbrar una acumulación de divisas (superávit comercial más créditos de los organismos internacionales) que calmaría la especulación y a los mercados y por lo tanto se permitirían soñar con llegar a 2023 con una situación social más amigable. Si a esto se le suman unas Paso potentes donde dirimirán sus fuerzas Alberto y el bendecido por Cristina -que nunca sería Juan Manzur-, en el Frente de Todos se ilusionan con mejorar su perfomances.

Saben, no obstante, que la piedra en el zapato es Horacio Rodríguez Larreta, quien asoma como un rival dificilísimo de vencer. Pero también éste deberá superar unas Paso tan atractivas y disputadas como las descriptas.

Antes de mañana, está hoy

Cada paso, cada palabra, cada gesto de estos tiempos se mide en función del futuro. Sin embargo, el presente puede ser muy cruel. Lo inmediato, hoy, es el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Es el primer escollo para que el oficialismo conserve la frágil unidad. Mientras la oposición tiene agendada una abstención (“el esfuerzo lo tienen que hacer ellos”, afirman algunos referentes) la gran duda es qué hará la treintena -entre ellas está la tucumana Mabel Carrizo- de diputados de Cristina que supo conducir Máximo.

Si la unidad se resquebrajara, Alberto, ¿se animará a mover a los funcionarios K que manejan “kajas” en el Anses o en el Pami? Hasta aquí su figura pusilánime y de sacrificio por la unidad diría que no, sin embargo, el sueño de la reelección lo va a poner en alerta.

El aplauso delator

Nuestro (me permito el posesivo por todos sus páginas que se metieron en nuestras vidas) admirable Umberto Eco, en sus notas periodísticas agrupadas en “Cómo viajar con un salmón”, advierte que los aplausos nacen por dos razones muy precisas: 1) Porque el público, espectador u oyente está muy contento con lo que está viendo u oyendo o bien; 2) porque querían honrar a una persona de gran mérito. Por la fuerza del aplauso se entendía quién era más apreciado. El primero de marzo, en la Legislatura de la provincia, los que escucharon el discurso del vicegobernador en uso de la gobernación desafiaron al genial semiótico y novelista. Osvaldo Jaldo leyó un mensaje que nadie recordará. No tuvo ínfulas de histórico sino de pasar lo más rápido posible el hecho protocolar, y, los legisladores, funcionarios, intendentes e invitados escucharon y aplaudieron como si el aplauso hubiera sufrido la peor devaluación. Así, el aplauso dejó de ser el premio, el reconocimiento y una reacción propia de la pasión para convertirse en un movimiento de manos de compromiso, por las dudas. Una metáfora casi perfecta de lo que ocurre en la política, donde la palabra, los actos y los gestos no son propios de quien los ejecuta sino de la especulación.

Claro que después de la apertura de sesiones legislativas ningún legislador presentó un proyecto para que el aplauso recupere el valor o el prestigio que supo haber tenido en otras época.

No correr riesgos

El mensaje de Jaldo fue sincero. Está claro que la interna nacional del Frente de Todos va a repercutir fuertemente en Tucumán. Por eso el actual titular del Poder Ejecutivo no quiso correr riesgos ni irritar a nadie, el tiempo juega a su favor, por ahora.

El jefe de Gabinete (a la sazón gobernador sin gobierno de Tucumán) ha pagado un precio altísimo por su errática estrategia tras asumir en tan trascendental cargo. Los precoces trascendidos sobre sus aspiraciones presidenciales malquistaron al Presidente y hasta aceleraron la decisión de avanzar con su reelección.

Juan Manzur se sentó en un despacho central de la Casa Rosada, pero mientras ponía un pie en Buenos Aires, el otro seguía en Tucumán. Eso también empieza a dejar otra estela errática más que un atributo de poder. Terminó en un retroceso en ambos planos. Es indudable que a medida que el tiempo pasa, su ex coequiper tranqueño más se consolida en la gobernación y sus aspiraciones alternativas y nacionales se difuminan. Por eso mejor que ningún aplauso despierte a nadie y que el reloj siga con su tarea inexorable.

Liderazgos

El papa Francisco no ha podido escapar a los sucedáneos del mundo moderno. Su liderazgo y su figura en esta era tienen tantos cuestionamientos como cualquier líder. La figura papal ya no es incuestionable como otrora. Sin embargo, Bergoglio ha dicho: “Dios perdona siempre; los hombres, a veces, pero la naturaleza no perdona nunca”. Así ha explicado algunos sucesos que los líderes no han sabido domeñar y menos aún anticiparse. Los líderes no surgen por naturaleza espontánea. Son el resultado de la sociedad y de lo que ella ha sabido -o podido- producir.

Un reflejo palmario es lo que ha ocurrido en la Cámara de la Construcción. El año pasado un ex diputado nacional puso en tela de juicio la forma en que se venían adjudicando obras en la SAT. Puso el dedo acusador en la gestión empresaria y en la de la firma responsable del servicio de agua y cloacas.

Lo curioso es que a partir de ese momento, y muy propio de los tiempos de egoísmo que se viven donde el bien común o lo público no tienen importancia y mucho menos es una cosa de todos, se desató una guerra de intereses. El político (se trata de José Vitar, referente del Frente Grande que supo pergeñar “Chacho” Alvarez) con su pedido de investigación se convirtió en un boxeador que estaba en una esquina y la SAT y el referente de los empresarios de la Construcción tucumana (se trata del ingeniero Jorge Garber) estaban en la otra esquina. Ambas partes boxeaban con distintos estilos contra el político.

Ya el hecho llamó la atención porque los tres debían haber ido unidos a la Justicia, como en un scrum, en busca de confirmar o desechar hechos de corrupción que podrán enriquecer a algunos pero el daño se lo hacen a todos, incluso a aquellos que pudieran ser favorecidos. Pero en tiempos de líderes con pies de barro y con egoísmos que no logran pensar en el mañana sino en el corto plazo, el planteo se desdobló en dos causas judiciales. Una que avanza a pasos tortuguezcos en el fuero federal y que intenta saber si el pedido de Vitar tiene asidero o no. Y otra que con velocidades liebrescas avanzó en la Justicia Provincial. Esta última se refiere a que Garber, en lugar de acompañar al político en la búsqueda de la verdad, se desesperó y denunció por calumnias e injurias a quien sospechaba sobre las irregularidades. Esta semana ese pleito se terminó, desestimando la posibilidad de una agresión verbal por parte del político. Los ministros y los hombres públicos, así como los representantes de entidades intermedias, están sujetos este tipo de vaivenes, son gajes del oficio para los que la comunidad y sus estructuras los han elegido.

Lo triste es que el bien común y la búsqueda de la transparencia en las acciones públicas terminan escondidos bajo los intereses y las banalidades de los líderes que están predispuestos más al aplauso que al desgaste propio de una gestión. Mientras tanto nos sorprenden las pandemias y las guerras que nos paralizan de miedo.

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