Crónicas de guerra, parte III: Un infierno llamado Tumbledown

Crónicas de guerra, parte III: Un infierno llamado Tumbledown

Continúa el relato sobre el sobresaliente desempeño del mayor Oscar Jaimet en la defensa del territorio de Malvinas. El dolor de la rendición ante Reino Unido. Y el destino como prisionero.

CON SANGRE TUCUMANA. El bravo subteniente Esteban Vilgré La Madrid. CON SANGRE TUCUMANA. El bravo subteniente Esteban Vilgré La Madrid.
13 Febrero 2022

Por José María Posse - Abogado, escritor e historiador.

Eran alrededor de las 3.30 de la madrugada, y el mayor Oscar Jaimet se ocupaba personalmente de agrupar a los soldados dispersos de la Compañía 4, que habían abandonado sus posiciones ante el abrumador ataque inglés.

Fue cuando ocurrió algo extraordinario. El cielo se iluminó totalmente como si fuera de día y se observó una bola de fuego que, saliendo de las posiciones argentinas cercanas a Puerto Argentino, cruzó el firmamento y se dirigió al buque enemigo, y se produjo una explosión que dejó a todos helados. Luego se enterarían de que fue el disparo de un misil Exocet, que los ingenieros argentinos habían modificado para que fuera disparado desde tierra.

El resultado fue que el Destructor HMS Glamorgan, orgullo de la Armada inglesa, se retiró con averías muy significativas. El proyectil causó 13 muertos y 30 heridos, algunos de ellos de gravedad. La nave quedó fuera de operaciones. Ello significó, además, que el buque dejó de tirar sobre la hondonada por la que debían replegarse el mayor Jaimet y su equipo de combate, compuesto por unos 180 soldados aproximadamente.

El “Turco” recordó en esos momentos (él es un devoto católico) que le había rogado a Jesús ser un buen comandante de su tropa dando el ejemplo personal, y a la Virgen María, no morir sin antes haber visto crecer a sus hijas; pero si tenía que fallecer, hacerlo con valor, combatiendo en primera línea.

Rastro en el cielo

Mientras esos pensamientos lo distraían por segundos, aconteció algo incluso más increíble: desde la zona que anteriormente era azotada por los cañones navales, en medio de una bruma cerrada, el mayor Jaimet vio claramente un resplandor. Una luminosidad que él asemeja a un manto de raso de color azul celeste, bordeada por lo que describe como unas guirnaldas blancas que flotaban en el cielo, iluminando la escena.

El subteniente Marcelo Oscar Dorigón escribió al respecto de esos momentos: “súbitamente fuimos cubiertos por una densa neblina, entonces el mayor Jaimet se da vuelta y me dice en voz baja ‘¡es el manto de la Virgen que nos protege!’”.

Jaimet por su parte recuerda haber dicho: “es el manto de la Virgen que nos está protegiendo, es la señal”, Para sus adentros pensó: “este es el momento de iniciar el repliegue, nos retiramos por aquí”.

Pero otro problema se les sumaba: el único paso que tenían era por medio de un campo minado. El mayor llamó de inmediato a un suboficial del cuerpo de ingenieros de infantería de marina, que había dirigido la colocación de las minas antipersonales. Le mandó a encabezar la marcha por el callejón que se dejaba libre. Así comenzó el movimiento.

Ordenó además a la artillería proteger la retirada con disparos a discreción, pues los británicos avanzaban velozmente. Una columna de fusileros rezagados fue rociada por disparos cruzados de fuego amigo, falleciendo uno y causándole heridas a dos más. Jaimet nunca podrá olvidar los gritos desgarradores de aquellos desgraciados, mientras por radio ordenó la corrección de tiro: “derecha cuatrocientos, alargar quinientos.” Las órdenes fueron certeras ya que las ráfagas cayeron encima de las posiciones británicas, causando muchas bajas al enemigo. Pronto se sintió el efecto en el cese momentáneo del fuego, lo que permitió asistir a los heridos.

El subteniente Dorigón recuerda aquellos momentos: “a nuestra izquierda el 4° de infantería había sido diezmado y a la derecha el 7° había retrocedido más de un kilómetro. Estábamos rodeados bajo un intenso fuego de artillería inglesa, cuando la nuestra comenzó a batirnos. Ese momento fue terrible, un verdadero infierno. Creían que nuestras posiciones estaban tomadas, pero todo lo contrario a ello, seguíamos resistiendo y la lucha continuaba. Fui testigo directo de cuando el mayor Jaimet pidió el alargue de 500 metros a nuestra artillería y fue esa barrera de fuego la que impidió el asalto final que llegaba desde la pendiente. De no haber pedido ese alargue, muchas vidas se abrían perdido”.

Aquella marcha entre las balas trazadoras fue pavorosa, pero Jaimet no aflojaba y entre gritos de mando iba dirigiendo a sus hombres fuera de la línea de fuego. Él, arriesgándose, iba y venía guiándolos por el estrecho paso entre las minas plantadas en el terreno, mientras proyectiles de todo calibre caían a su lado.

El terreno que transitaban permitía, en el mejor de los casos, cubrir un kilómetro por hora, hundiéndose una y otra vez en la turba y cargando todo lo que se pudiera llevar en los hombros.

Para sorpresa de todos, ni uno solo de los soldados a cargo de Jaimet fue herido en esa retirada demencial, a pesar de que sobre ellos se descargaba toda la furia del fuego británico.

A las 8.30 de la mañana del día 12 los combatientes llegaron a su destino, agotados, sedientos y doloridos, comandados por su incansable mayor que estuvo al lado de ellos en cada paso.

PRISIONERO DE GUERRA. La foto de Jaimet que sacó Paul Wayne. PRISIONERO DE GUERRA. La foto de Jaimet que sacó Paul Wayne.

Tumbledown

La historia continuó en Monte Tumbledown el día 13, con un despiadado bombardeo por parte de morteros, artillería de campaña, naval y ataques de los Harriers británicos. Esa colina fue literalmente aplanada por el fuego enemigo que disparaba incesantemente. La humanidad parecía haber caído indefectiblemente en un carrusel demencial. Aún así, las fuerzas combinadas del Ejército al mando del mayor Jaimet y la del Batallón de Infantería de Marina V, protagonizaron una de las defensas más épicas de la guerra moderna.

Los soldados no habían tenido tiempo para cavar pozos de zorro, y se cubrían como y donde podían. Jaimet recuerda que fue a guarecerse junto con otros hombres debajo de una inmensa roca, que tenía un pozo donde entraban unas seis personas. Era tanto el humo y el polvo de la artillería que habían prendido unas velas para iluminarse y ver los mapas.

Una bomba cayó justo arriba de la piedra y el vacío que provocó la deflagración apagó las velas y cubrió a todos de arena y tierra. Milagrosamente, ninguno resultó herido, pero quedaron con zumbidos agudos en el oído y atontados por largo rato.

Finalmente quedó armado el dispositivo de defensa. A la hora del inicio de la batalla, la Compañía Nácar ocupaba posiciones al extremo oeste de Tumbledown. La Compañía Obra, al mando del teniente de corbeta Ricardo Luis Quiroga, estaba en Monte William, al sur de Tumbledown. La Compañía B del RI Mec 6, bajo el mando del mayor Jaimet, formaba parte de la reserva y estaba detrás de la Compañía Nácar.

Una infinita oscuridad

Jaimet -a veces en ensoñaciones- rememora aquella sombría noche en las estribaciones del Tumbledown, y su mirada se pierde en momentos que siempre regresan, como una pesadilla recurrente. Los hombres no podían ver sus propias manos en la oscuridad más cerrada, mientras sobre ellos avanzaban regimientos veteranos del Ejército Británico; fuerzas dispuestas a su total aniquilamiento.

Cuando una ráfaga de artillería hirió a uno de sus hombres en la ingle, y comenzó de manera desesperada a pedir socorro, el mayor, que estaba a unos 500 metros, corrió en su ayuda. Providencialmente cayó en un pozo, en momentos en que empezó a bajar una lluvia de obuses enemigos sobre él.

Durante 45 minutos Jaimet, inmovilizado, sintió las explosiones a su alrededor, pensando que en cualquier momento su cuerpo se volatilizaría en pedazos. Mientras el soldado seguía pidiendo ayuda, ante la congoja e impotencia de su jefe. Sin embargo, aturdido como estaba pudo llegar al herido y junto a un valiente camillero lograron bajarlo de las estribaciones para evacuarlo.

Bravura

Parapetados precariamente en unos montículos rocosos, los jefes prepararon un contraataque que comunicaron al mayor Jaimet por medio de un emisario. De inmediato organizó una columna al mando de uno de sus soldados de mayor confianza, el subteniente Esteban Vilgré La Madrid, de ascendencia tucumana y por cuyas venas corría la estirpe guerrera del general Gregorio Aráoz de La Madrid.

“Las bengalas transformaban la noche en día -recordaba años después el referido oficial-. Una bengala iluminó los rostros cansados de mis suboficiales y soldados. Sus ojos brillaban con decisión, pero sus caras flacas evidenciaban el desgaste de los últimos días”.

Debían tomar contacto con la sección de la Compañía Nácar, comandada por el teniente de corbeta Carlos Vázquez, que se batía palmo a palmo y requería refuerzos. Ya había repelido tres ataques y solicitado incluso un bombardeo sobre su propia posición, con tal de no rendirse.

ILUSTRACIÓN DE CÉSAR CARRIZO ILUSTRACIÓN DE CÉSAR CARRIZO

El avance de la patrulla de Vilgré La Madrid fue a chocar con el condecorado batallón de Guardias Escoceses, protagonizando un violento enfrentamiento. El combate llegó a ser cuerpo a cuerpo y se usaron bayonetas en escenas sangrientas al extremo. Aunque los argentinos causaron numerosas bajas al enemigo, debieron replegarse, aislados ante la superioridad numérica y de armamentos británica.

Ante la imposibilidad de sostener las posiciones, luego de que los ingleses tomaran la cima del monte, se ordenó una retirada táctica hacia el pueblo.

La rendición impensada

En el repliegue a Puerto Argentino volvió a lucirse la bravura del osado mayor: un nido de ametralladoras enemigas comenzó a castigar la sección de Jaimet. A pesar de que disparaban sobre aquellos, el nutrido fuego los tenía inmovilizados. Entonces “el Turco”, jugándose una carta brava, se corrió a una posición expuesta, apenas cubierta por un montículo de turba y, rodilla en tierra, descargó certeramente dos cargadores de su fusil, hasta suprimir la posición inglesa.

La retirada fue amarga hacia el destino final. La sección de Jaimet disparó todas sus municiones en contra del enemigo que avanzaba a paso firme.

Al quedarse sin recargas, utilizaron las granadas de mano que tenían para volar todo el material bélico que pudieran utilizar los ingleses: vehículos, un helicóptero averiado, radares, radios, nada quedó sano en el recorrido final.

En Puerto Argentino, los jefes de los comandos pensaban reagruparse y contraatacar, ordenando a los soldados conscriptos ponerse a salvo. Los mayores Aldo Rico y Mario Castagneto habían planeado formar una compañía solo de comandos y dar una batalla final sobre los británicos. Al decir de Nicolás Kasanzew: ambos mayores decidieron que el golpe de mano lo darían ellos y defenderían Puerto Argentino casa por casa en lo que se llamaría “Operación Alcazar”. Sin embargo, casi enseguida fueron enviados por el general Menéndez (seguramente enterado del plan), a la península Freycinet, donde quedaron atascados en escaramuzas estériles con los ingleses, momento que el gobernador militar de Malvinas aprovechó para rendirse.

La interminable caminata hacia la población fue lo más triste en la vida militar del temerario “Turco” Jaimet, que así terminó su participación en la guerra de Malvinas.

Existe un imagen del fotógrafo inglés Paul Wayne que retrata al mayor Oscar Ramón Jaimet, ya prisionero, que mira desafiante al enemigo con el rostro desencajado de rabia e impotencia.

Después de ello, se inició el eterno mes en que fue prisionero de guerra a bordo del Saint Edmund. Las conversaciones posteriores de los soldados acerca de la actuación de su jefe en los combates descriptos hizo nacer la leyenda del bravo oficial, que cuidó de sus hombres y fue guiado en la noche más oscura por una luz extraordinaria que solo él puede explicar desde los ojos de la fe.

Condecoración

Por su extraordinaria actuación en la Guerra de Malvinas, al mayor Jaimet se le otorgó la medalla ”La Nación argentina al valor en combate”. Es la segunda más alta condecoración militar propuesta por la República Argentina (Ley 24 .020/1991 y Ley 25.576), La resolución expresa: “Reconócese la actuación en la Guerra del Atlántico Sur por sus relevantes méritos, valor y heroísmo en defensa de la patria.”

La decoración consiste en una medalla circular de bronce que lleva el escudo de armas de la Argentina, rodeado por la leyenda “La Nación argentina” (arriba) y “al valor en combate” (abajo), suspendido de una cinta de pecho de la igualdad de la luz azul-blanco-luz rayas azules.

CONDECORACIÓN. Otorgada por su valor a Oscar Jaimet. CONDECORACIÓN. Otorgada por su valor a Oscar Jaimet.

Fuentes: serie de conversaciones grabadas con el autor, al Tte Cnel VGM Oscar Jaimet; Carlos Doglioli, “Un infante-Un soldado”, en La Prensa, 1 de agosto de 1993. Conversaciones del autor con el periodista Nicolás Kasanzew.

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