La liviandad parece ser la característica principal de los medios de información de este siglo. La corrupción y lo chabacano mantienen ese aire suelto, impreciso, de suficiencia libertaria; los que triunfan en los espacios del mercado televisivo y guían el pensamiento, no de los rebeldes sino de los que siguen el redil de los repetidores de slogans. Por todo esto resulta imprescindible regresar a los pensadores decimonónicos del quehacer filosófico, ético, económico y legal. La tarea la emprende un fino intelectual tucumano llamado Juan Pablo Lichtmajer, que además de escritor es ministro de Educación, algo poco común en el presente: un intelectual de talla y prestigio dirime sobre cuestiones de políticas educativas.
Lichtmajer elige la figura emblemática del pensamiento cifrada en Juan Bautista Alberdi. Se sirve de él para que sea el lector el que reflexione sobre el presente que transitamos. En ningún momento menciona ese presente. No lo dice abiertamente, pero basta rumiar algunos tópicos de Alberdi para pensar la Argentina contemporánea: la búsqueda de la unidad, la idea de Nación con todo lo que ello implica, la urgencia de una Constitución, la necesidad de la equidad entre hombres y mujeres y, finalmente, la idea de que no habrá país si no se alienta el debate identitario.
Alberdi, la noble igualdad, recientemente publicado por editorial Sudamericana, es un libro escrito de manera sencilla y amena, algo inusual en un ensayo histórico. Su factura alcanza a ser un paseo sinuoso de una época oscura y contradictoria de nuestra historia, que abarca entre los finales de la colonia hasta 1880. Comienza rastreando las causas de la devastación del sistema mercantilista español. Indaga las disputas territoriales del imperio español y el emergente dominio británico en la región. Imbuido su pensamiento del romanticismo y el sansimonismo, Alberdi, protagonista del Salón Literario, estimuló la necesidad de saber quiénes éramos para determinar quiénes queríamos ser.
Ciertos conceptos esenciales para el progreso de una Nación en el siglo XIX pasaron, en el presente, a constituirse en una fraseología vulgar cuando no estéril: delinear una estrategia política para la incorporación del país a la comunidad de naciones; la necesidad de un mayor federalismo reclamado en otrora por los caudillos del interior, como así también la demandada protección de las economías regionales. Lo que Alberdi propuso es un modelo de desarrollo y administración de la riqueza. Sin rentas no hay gobiernos, sin gobierno, sin población, sin capitales, no hay Estado.
Del federalismo de Alberdi quedó la cáscara. Esa idea federal se consuma a fines del siglo XIX, cuando el país ya no era el mismo que él había transitado. Las cartas económicas habían sido echadas. Buenos Aires como una provincia rica junto a un interior pobre. Esa historia de desigualdad se hizo imposible revertir. De manera que, a comienzos del siglo XX, las provincias ya contaban con desventajas porque la economía porteña había tendido todos los rieles para asegurar su supremacía y el injusto porvenir de las provincias. Entonces ya no hablamos de civilización y barbarie, sino de civilización versus civilización, apunta Lichtmajer.
Probablemente pasen varias décadas para que surja un ensayo superador que redescubra la obra de Alberdi. Fruto de su tesis doctoral -quinientas páginas escritas originalmente en inglés- llega este libro de un autor tucumano que ilumina a otro tucumano.
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