¿Qué importa quién habla?

¿Qué importa quién habla?

¿Qué importa quién habla?
21 Noviembre 2021

¿Debería sorprendernos a esta altura de los tiempos la publicación de un libro sin título ni nombre de autor, sin texto de contratapa, ni solapa, ni portada? ¿Un libro, una novela nada menos, con las tapas en blanco? ¿Después de Gadamer y de Ricoeur, después de Barthes y de Foucault, después de Borges y de Piglia? “¿Qué importa quién habla?”, se pregunta Foucault haciendo propias las palabras de Samuel Beckett. Y Borges, encabeza su Fervor de Buenos Aires con aquella nota preliminar que nos advierte: “es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor”.

Perfecto. Así y todo, no podemos dejar de reconocer que la publicación de una novela despojada de toda información periférica -como lo es el llamado “libro blanco” que recientemente ha publicado Seix-Barral-  sorprende y, hasta cierto punto, perturba. Sorprende porque rompe expectativas atávicas con que los lectores salimos al encuentro de un texto. En la galaxia Gutenberg, título y nombre de autor han sido un alfa y un omega de nuestra relación con la literatura. Hasta para los concursos literarios, cuyos protocolos intentan borrar toda información previa, se nos pide un título y un pseudónimo. Porque son datos que forman parte de la identidad del texto en el sentido más instrumental. Son datos de norma, de catálogo, constituyen un modo de individualización en la biblioteca de Babel.

Una falta que juega fuerte

Hace más de 50 años ha sido proclamada la “muerte del autor”, como la desvinculación del texto respecto del individuo biográfico a quien se atribuye la escritura. Desde ese entonces el “nombre de autor” se interpreta como una mera “función” del texto, desacoplada del nombre propio. Una categoría que nos permite individualizar, clasificar, atribuir. ¿Qué pasa con esta función en nuestro “libro blanco”? ¿Queda “en suspenso”? ¿Hasta cuándo?, ¿hasta tanto se nos revele la incógnita? ¿Se revelará con el tiempo? Por el momento lo que tenemos es un texto mutilado, un texto que adolece de una falta. ¿Qué hay con esa falta?

Lo que hay es que esa falta juega, y juega fuerte. Juega en primer lugar a favor de un halo de misterio, de enigma, de ruptura. Esa falta es, por consiguiente, el lugar de una invitación a un juego de sospechas y adivinanzas. Es una “carta robada”. La incógnita parece ser un modo de involucrar al lector, un desplazamiento. Juega también a conformar la idea de un texto incompleto, inacabado, hasta precario. Refuerza la idea de “obra abierta”. Y el juego sigue.

La pregunta es si un libro de estas características puede funcionar para un lector, es decir, preguntarnos por la eficacia de esta movida.

Tres consideraciones sobre el punto.

Primero. Un libro innombrable puede ser una experiencia interesante como episodio aislado, como transgresión editorial que mueve el avispero del mercado. Puede ser. Pero sospecho que es impracticable como sistema. La literatura se sostiene en un régimen de distinciones, individualizaciones y clasificaciones indispensables. De modo que vamos a darle entidad como hecho focalizado. Planteado en términos de pregunta, ¿es posible en adelante una literatura “blanca”? Pensarlo resulta, cuando menos, problemático.

Segundo. No podemos dejar de reconocer cierta fascinación en la propuesta. Un juego es siempre una experiencia de seducción. El juego se adueña de nosotros. Entramos en él antes de haber leído la primera línea. El suspenso precede a la lectura. El libro nos habla desde su mutismo preliminar.  Existe ahí un hecho sin precedentes.

¿Qué importa quién habla?

Tercero. Más allá de todo, es necesario reconocer que se trata de un buen texto, una novela bien escrita, intrigante, sugestiva. Se percibe entre sus líneas la sombra sigilosa de un escritor de oficio y de talento. Y, sin dudas, es esa la mayor garantía de la apuesta. Sin ese respaldo, estaríamos frente a un suceso irrelevante.

Creo -y no es más que una mera presunción-  que con el tiempo se sabrá con qué nombre llenar el casillero. Por ahora estamos invitados a jugar. Por ahora solo tenemos que entendernos con un libro blanco. En definitiva, digamos como Foucault, “¿qué importa quién habla?” Entremos en el juego.

© LA GACETA

Lucas Cosci - Escritor, doctor en Filosofía, profesor de la UNT y la UNSE.

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