Memorias de Miguel Bosé

Memorias de Miguel Bosé

Un recorrido por los pasillos menos conocidos de la vida del artista. Por Flavio Mogetta para LA GACETA.

FAMOSO DE CUNA. Los padres de Miguel Bosé son el torero Luis Miguel Dominguín y la actriz italiana Lucía Bosé. reuters FAMOSO DE CUNA. Los padres de Miguel Bosé son el torero Luis Miguel Dominguín y la actriz italiana Lucía Bosé. reuters
14 Noviembre 2021

En este mundo que va/ como la luz del pensamiento/ el mérito está/ en no quedarme en el intento/ why aunque no lo quiera/ qué duda cabe ya, canta Miguel Bosé desde la canción “Este mundo va” incluida en el álbum “Laberinto” (1995). Y si algo ha hecho el cantante y actor español-panameño es intentar todo lo que se propuso, y también hacer explícitos cada uno de esos intentos. Eso llevó a pensarlo cercano a nosotros, como un viejo conocido, que nada tiene ya para contarnos o con sorprendernos. Sin embargo, basta con leer las primeras páginas de El hijo del capitán Trueno, su libro de memorias, para descubrir que tiene mucho por contarnos y que desconocemos de él. Ahí nos encontramos con el aliento de los cuentos atemporales: unos niños perdidos a merced de un padre todopoderoso, acostumbrado a que su voluntad fuera ley, y una madre arrolladora de belleza legendaria.

Bosé, hijo del célebre torero Luis Miguel Dominguín y de la hermosa actriz italiana Lucía Bosé, nació circunstancialmente en Panamá el 3 de abril de 1956, y ya en España tras culminar los estudios en el Liceo Francés madrileño viajó a Londres detrás de lo que deseaba y soñaba: ser bailarín. Y no solo lo lograría sino que se transformaría en un icono de la música pop española.

El nombre que Miguel Bosé escogió para sus memorias no es para nada casual. Ya hace casi 20 años había bautizado con ese nombre, “El hijo del capitán Trueno”, una canción sumamente autobiográfica:

El hijo del capitán trueno/ nunca fue un hijo digno del padre,/ salió poeta y no una fiera,/ hijo de su madre.// El hijo del capitán trueno/ no quiso nunca ser marinero,/ no se embarcaba en aventuras,/ levantaba dudas.// El hijo del capitán trueno/ tenía un algo que le hacía distinto,/ distinto como cada quien es,/ de lo nunca visto./ (…) El hijo del capitán trueno/ tenía al menos un anillo por dedo,/ y en cada oreja un pendiente, sí... pero ¡Qué valiente!/ El hijo del capitán trueno/ tenía fama y mucha pinta de raro,/ y a todo el mundo le hizo ver/ que eso no era malo.

Generoso y audaz como nunca le hemos visto, el autor nos ofrece la cara menos conocida de personajes memorables, desde un Picasso vulnerable y crepuscular, al hermoso y maldito Helmut Berger. Asistiremos a capeas taurinas con Sophia Loren y Carlo Ponti, Deborah Kerr, Claudia Cardinale o John Wayne. Conoceremos a José Mercé de niño, asistiremos a fiestas con la familia González Flores y navegaremos con la mismísima Romy Schneider.

La fama de Miguel Bosé es tal que la mayoría de nosotros creemos saberlo todo y que es muy difícil que nos sorprenda. Sin embargo, si hay algo para lo que el autor tiene un talento extraordinario es para pulverizar los prejuicios.

Con el lanzamiento internacional de El hijo del capitán Trueno, el miércoles de esta semana, todos podemos una vez más comprobar que el talentoso Miguel Bosé siempre tiene una nueva carta para mostrar y regalarnos.

© LA GACETA / FLAVIO MOGETTA

PERFIL

Miguel Bosé nació en 1956, en Panamá. Músico y cantante, es una de las máximas estrellas del pop español. Grabó duetos con Shakira, Juanes, Julieta Venegas y Alejandro Sanz, entre otros. Incursionó en el cine, el teatro y el activismo político. Entre otras distinciones, ganó el premio Bilboard latino a la trayectoria, el MTV Europe Music Award, el reconocimiento a la trayectoria en los Latin Grammy y la medalla de oro al mérito en las bellas artes.

Un paseo por Somosaguas*

Por Miguel Bosé

En las expediciones diarias, todos íbamos en fila india durante largas horas bajo un sol de justicia y cuidando muy mucho dónde apoyábamos nuestros pasos. Muy pronto, las caminatas se me fueron haciendo cada vez más duras, pero jamás protesté, no quería decepcionar a mi padre. Hasta que en una de ellas me desplomé, sudando y tiritando, blanco y frío como la tiza. Recuerdo entreabrir los ojos y ver a mi padre en pie junto a mí, a contraluz, reanimarme con la punta de su bota y decirme: «Venga, no seas nenaza, levántate y camina como un hombre y déjate de mareos o te vas a enterar lo que es uno de verdad del tortazo que te voy a meter, y basta ya de tonterías». Me tiró encima de la cara su sombrero con desprecio para repararme del sol, o así lo entendí, y girando talones, le vi alejarse, contrariado y agotada su paciencia. Pensé que tal vez, al no darse trofeo, la estaba perdiendo. Pero no. La había perdido conmigo.

En ese preciso instante, me rendí para siempre. Entendí que nunca conseguiría estar a la altura de sus expectativas, que él nunca estaría orgulloso de mí porque era débil, que nunca iba a quererme, que yo no era el hijo que él esperaba que fuera, y ahí, con diez años, tirado en medio de África, decidí que para qué esforzar- me más. Me sentía muy mal, muy triste, muy solo, muy enfermo y tiré la toalla, no aguanté. Simoes se inclinó, me levantó del suelo, me cargó en sus brazos, y no me acuerdo de más.

Al día siguiente, como si nada hubiese pasado, mi padre me despertó y me obligó a proseguir. Una rama suelta de un espino salvaje me enganchó el párpado derecho con una de sus espinas y me lo desgarró entero hasta dejármelo colgando por un hilo de piel. Cegado por la sangre, entré en pánico y mi padre enfureció. Mandó rápido que me pusieran un parche, que la caza no esperaba. Para tranquilizarme, me dijo: «No te preocupes, solo el noventa y nueve por ciento de la gente a la que le pasa eso, muere», y partido de la risa  debido a no sé qué gracia, se incorporó y ordenó proseguir. Mis fuerzas estaban ya por debajo de los límites y Simoes, que empezaba a perder la calma y a disgustarse con mi padre por la forma con la me trataba, le pidió al más fuerte del grupo de porteadores que repartiera su carga entre los demás y que se ocupara solo de mí. Me agarré a su cuello y, exhausto por la calen- tura y la debilidad, empecé a desvariar.

* Fragmento de El hijo del Capitán Trueno.

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