El profe que inventó juegos para enseñar Ciencias Sociales

El profe que inventó juegos para enseñar Ciencias Sociales

El profesor de Historia José Goicoechea explica cómo rescatar el valor del pasado y de las fechas patrias. Educación y espacios lúdicos.

El profe que inventó juegos para enseñar Ciencias Sociales

Desde hace décadas José Hugo Goicoechea es profesor de Historia en Santa Fe, aunque a estas alturas también deberíamos considerarlo un inventor. ¿De qué? Por sus salones de clases han pasado tableros de ajedrez gigantes para medir el status quo internacional, brújulas que en lugar del Norte nos orientan sobre ideologías políticas y juegos de simulación sobre próceres.

Detrás de estos dispositivos lúdicos caseros, su figura se hizo popular por romper con los parámetros de la enseñanza tradicional. El objetivo: demostrar que aprender sobre el pasado nacional y las Ciencias Sociales puede ser divertido y dinámico.

A cargo de la Dirección de Educación de la municipalidad de Yerba Buena, Goicoechea dictó a los docentes tucumanos -de nivel inicial y primario- un taller virtual sobre “El lado B de las efemérides y actos escolares”. En esta entrevista, algunas reflexiones sobre el tema.

El acto de la memoria

- Con tantos feriados puente y cambios de fechas, ya ni siquiera sabemos cuándo o qué hecho histórico se conmemora cada día. ¿Por qué olvidamos el valor de las efemérides?

- Ese celebrar sin conocer es un indicador más de los tiempos que vivimos; el criterio se “mercantilizó” y las efemérides perdieron su esencia para transformarse solo en feriados turísticos. Ahora bien, esta concepción está fuertemente instalada en nuestra cultura: se han creado acontecimientos que tienen como sustento el interés comercial. Incluso la Navidad o Pascua sufrieron esta distorsión.

Los cambios en los patrones culturales de comunicación y de apropiación simbólica son indicadores de lo que Francis Fukuyama llamó el “fin de la historia” y -con el capitalismo como única alternativa- el fin de los proyectos hacia una sociedad mejor se desvanecen.

Este contexto desalienta poder religar con el pasado y, por ende, el acto reflexivo/transformador de compartir la memoria pierde su impacto sobre nuestra comprensión presente y destino colectivo. La inmediatez sobrepasa al tiempo del análisis e investigación. El celebrar sólo volverá a tener valor cuando rescatemos el sentido profundo de las conmemoraciones; sentido que, a su vez, se inscribe en la proyección futura de los pueblos.

- Hoy también circulan un montón de fechas que son tildadas de absurdas. La última polémica se dio por la aprobación del Día nacional del kimchi. ¿Qué cosas resultan importantes reconocer y cuáles no?

- Las efemérides, como las currículas escolares, no deberían ser excluyentes, sectorizadas ni dogmatizantes. Y sobre los límites solo tendrían que existir si las fechas atentan contra nuestras leyes, integridad o potencial democrático; además de configurarse por su incumbencia, aceptación o rechazo geocultural.

El mérito de reconocer un evento como “de todos” implica un mínimo de valoración compartida. No obstante, ¿quién determina su universalidad? Solemos pensar a las efemérides como algo externalizado, estático y unívoco... Un formato determinado por un único perfil de Nación dentro de una sociedad “homogénea”.

Tal vez, la solución para revitalizar nuestras efemérides sea pensarlas desde el calor de las nuevas identidades y realidades contemporáneas. Crear otras locales y regionales; no para relativizar o borrar el perfil histórico consagrado sino para enriquecerlo, actualizarlo.

Somos sujetos históricos y eso implica hacer historia además de recordar o representar el pasado. Por ejemplo, la crisis ambiental planetaria renovó la necesidad de incluir el 1 de agosto (Día de la Pachamama) y desde entonces la fecha resultó significativa para quienes empezamos a tomar conciencia.

- Los actos patrios escolares se recuerdan como un ciclo eterno de disfraces y salidas del aula sin ningún interés por lo celebrado. ¿En qué fallan las instituciones educativas?

- La efeméride oficial y los actos escolares parecen metidos por la fuerza dentro del trayecto escolar. Vi muchas comunidades escolares en las cuales los docentes dejan de enseñar Historia Argentina en Ciencias Sociales porque se pretende cubierta, aprendida con la sola organización del acto. Esto no lleva a encarar las efemérides como momentos desconectados unos de otros. Un proverbio chino del filósofo Confucio dice: “lo oí y me olvidé, lo vi y lo conocí, pero lo hice y lo aprendí”. Los actos escolares pasan como cosas oídas y vistas, pero no dejan huellas cognitivas en la experiencia intelectual de los estudiantes.

- ¿Cuál es la mejor forma de enseñar Historia a los jóvenes o niños?

- Pensar las clases no como enseñantes, sino como talleres (bajo la consigna de “aprender lo que no sabemos”) dado que en estos hay que producir, crear y nuestra historia es fascinante si la abordamos como construcción social. No hay que hablar de la historia al estilo de un manual o línea en el tiempo porque eso es cronología. Al contrario, debemos apuntar a una historiografía de las distintas historias, las de las representaciones sociales presentes del pasado. De esta manera, los acontecimientos patrios pasarían de ser algo puntual y descontextualizado del desarrollo curricular de la escuela a convertirse en “talleres-clínicas” donde operaríamos sobre los problemas de la realidad. 

- ¿Cómo responden los alumnos al pedirles reflexionar o debatir en vez de memorizar y solo pensar en zafar durante las pruebas?

- La primera reacción es de incomodidad, de rechazo manifiesto porque rompes sus rutinas. La educación “bancaria” diría Paulo Friere (la de una transacción de bienes simbólicos) requiere de adquirir las técnicas, reproducirlas y listo. Sin embargo, estudiar no es sinónimo de aprender. Esta acción es un proceso transformador no transaccional.

En las aulas no suele haber consignas que promuevan la creación, búsqueda desafiante y resolución de problemáticas. Por ejemplo, los trabajos prácticos acaban por ser solo copiar y pegar de la web, transcribir conceptos que no se procesan. Este es el “salto” que hay que hacer. A mi estudiantes les planteo: qué prefieren, ¿qué les “tome pruebas” o que los “ponga a prueba”?

Cuando ellos empiezan a sentirse involucrados sensible y volitivamente en el proceso de aprendizaje, logran internalizar los conocimientos como experiencia personal y toman conciencia de sus propias dificultades y avances es cuando no solo no paran de trabajar así, sino que te piden más. Surgen provocadoras producciones que terminan siendo dignas de compartir, confrontar, enriquecer. Rompen la especulación y trascienden al sistema escolar.

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