Salto a la nostalgia

El impacto emocional del anuncio de las tareas de rescate de la Primera Confitería no está medido. Acaso se mida dentro de un año, cuando comience a verse el renacimiento de la infraestructura comida por la selva de yungas y más de tres décadas de desidia, impotencia o falta de propuestas adecuadas. Impacto emocional, porque va a resurgir una construcción emblemática en el corazón de la yunga, en la mitad del camino al cerro San Javier, que desde la cuarta década del siglo pasado -cuando se hizo el camino- es un eje del interés tucumano: no sólo es villa veraniega, hostería y (frustrada) Ciudad Universitaria. Es el corazón verde (ambiental) del Gran Tucumán y cada vez se va solidificando más la unión que tiene con la hoy intensamente urbanizada Yerba Buena. Esta no crece más al cerro porque la limita el Parque Biológico de la UNT y las previsiones para no dañar más ecosistema del piedemonte. La Primera Confitería era el primer mojón hacia ese pequeño paraíso semisilvestre del cerro. Después venían la hostería, el Cristo, el detenido edificio de la Ciudad Universitaria, los quonsets. San Javier era un circuito en sí mismo, que comenzaba en la subida de El Corte. Todo eso está volviendo con promesas de renovación; por eso las palabras de los emprendedores -”las flores volverán a brillar”- suenan con aire de nostalgia para los que vivieron ese turismo de entrecasa en los años 50, 60, 70.

La joya de la abuela

El titular del Ente Tucumán Turismo, Sebastián Giobellina, había anticipado en abril –cuando se terminó de anudar el proyecto para que interviniese un inversor privado junto con el Estado, con autorización de la comisión de Patrimonio, para rescatar el edificio prácticamente destruido- que esto era como sacar a relucir la joya de la abuela. Giobellina lo incluye en un circuito que se integra con el Club Sol (ex Hostería), el Cristo Bendicente (ambos se ven desde lejos en lo alto del cerro), Raco-El Siambón y El Cadillal. Este último, recuperado para visitantes locales (familiares) y turistas en general, después de tres décadas de abandono y de frustraciones, ahora parece un ejemplo de buena praxis entre proyecto y ejecución, que genera la idea de que se va a extender el crecimiento que tuvo la intervenida zona del anfiteatro y la playa hacia otras áreas del embalse, acaso al río Loro y a Ticucho. Pese al problema eterno del agua y la disociación entre el empuje de la infraestructura turística y los pocos servicios de la comuna de El Cadillal, el movimiento es notable, como si de un sitio turístico clásico se tratara. Visitantes de ocasión, asiduos de fin de semana y turistas que alquilan casas de veraneo a 25 km de la ciudad.

Lo mismo, se supone, va a pasar en la zona del Cristo Bendicente, donde también se padece el problema del agua, irresuelto desde siempre –las protestas de los veraneantes y residentes se hicieron sentir en el verano pasado-, pero en el que el empuje del desarrollo apunta a que resulte atractivo más allá de la falta de líquido. Le faltará resolver el acceso –es probable que el ingreso de la Primera Confitería al circuito potencie el arreglo de la ruta 338- y que alguien se plantee qué hacer con El Rulo, una especie de cuello de botella para los contingentes turísticos porque por ahí no pueden pasar los ómnibus de dos pisos. O se hace una inversión millonaria en arreglar ese problema de la ruta o se comienza a promocionar el uso de combis y minibuses, prácticamente inexistentes en Tucumán para este rubro.

Integrada al “boom”

Como sea, la Primera Confitería anticipa un salto emotivo hacia el pasado –por la nostalgia- y un empuje hacia nuevos tiempos, acordes con las tendencias de Yerba Buena, que de zona residencial se ha consolidado como sitio de recreación y ocio; se ha llenado de restoranes y de locales de las más diversas actividades, y recibe miles de visitantes de fin de semana así como el cerro recibe miles de excursionistas a diario. La Primera Confitería se integra al boom de Yerba Buena y San Javier. En noviembre se lanzará, además, un emprendimiento en la subida de El Corte con una palestra (escalamiento), una tirolesa y juegos de paseo entre los árboles, como parte de esa integración. ¿Indica esto que en el crecimiento de la oferta de actividades (de ocio o de turismo) no hay techo? Bernardo Racedo Aragón, ex secretario de Turismo de Salta y de Tucumán, y responsable de este emprendimiento, dice que “no tiene techo, siempre podés avanzar un poco más. En cualquier parte tenés que poner inversiones para subir el techo”.

Una de las estrategias propuestas para el resurgimiento del turismo postpandemia es el estímulo al inversor privado, que siempre espera que el Estado dé el primer paso, ya sea con una política clara o en el fortalecimiento de la infraestructura. Eso se está por ver ahora en San Pedro de Colalao, donde fue lanzado hace días un plan de desarrollo turístico que incluye desde la creación de una costanera y un balneario en el río Tacanas hasta el ajuste del sentido de circulación de las calles céntricas. “En nuestro Plan Estratégico de Obras de Infraestructura Turística ponemos la mirada en diferentes destinos emergentes del interior para potenciar sus oportunidades, en algunos casos con inversiones públicas o mediante la combinación de las fuentes de fondos”, dijo Giobellina. Todo parece parte de un empuje bien pensado desde el Ente, que requiere después una respuesta de las otras áreas del Estado (como se ve en El Cadillal, donde hubo que plantear una estrategia de lucha contra las usurpaciones, de algún modo consentidas por la desidia estatal) y también respuestas de inversores no siempre dispuestos a arriesgar demasiado en una provincia que, pese a la cantilena de los maravillosos paisajes, no genera aluviones turísticos.

Sacar agua a las piedras

¿Quién es el responsable de esto? Hay quienes piensan que en un lugar donde se hacen millonarias inversiones en azúcar y citrus bien podría aparecer un Bugsy Siegel que se anime a invertir en un casino en el desierto y termine creando una Las Vegas donde sólo había víboras y arena. Siegel estaría fuera del techo en Tucumán, y acaso su condición de mafioso y de creador de una ciudad de juego puede ser criticable, pero muestra que un proyecto le puede sacar agua a las piedras. ¿De quién debe partir la idea? ¿Cómo hicieron en Córdoba, donde se logró convencer a todos –los de arriba, los de abajo y los de un costado y del otro en las escalas sociales- para empujar para el mismo lado, como en San Marcos Sierra? Bien se dice que en las Sierras de Córdoba inauguran un caño y le ponen el cartelito “lugar turístico”.

Por ahora las respuestas son pocas. Luchar contra el statu quo parece el mito de Sísifo. Ahí están los habitantes de un barrio de Santa Ana tratando de pintar sus casas para que se visibilice una población sepultada por el olvido. Hace poco los expertos en urbanismo opinaron que pintar la aldea no es suficiente para sacudir la inercia negativa si no hay un proyecto fuerte por detrás. Otros lugares, como Tafí del Valle, están creciendo de modo acelerado y la respuesta regulatoria estatal es escasa. El arquitecto Osvaldo Merlini dijo hace poco que los arquitectos tiene que hacer un mea culpa en Tafí y que lo que ha ocurrido con el cerro El Pelao es el ejemplo del desastre. Además de que mencionó que se asiste a la “defunción urbanística de El Mollar”. Por no mencionar el irresuelto conflicto de los terrenos con las poblaciones originarias.

Como sea, la Primera Confitería marca un camino diferente. Otra estrategia, otra inversión, el rescate de la nostalgia de buenos tiempos. “Hay un nuevo San Javier”, dice Racedo Aragón, y lo vincula, cómo no, con el crecimiento de Yerba Buena. Algo está pasando, como un positivo lado B en el país de la grieta.

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