País sin memoria
País sin memoria

Curiosa tragedia la de la política argentina: en el país donde todo inflaciona, las dos grandes coaliciones nacionales le han bajado el precio a la memoria. Justo ahora, en octubre, que debiera ser un mes inolvidable para este país. Y para quienes conducen sus destinos.

La memoria forma parte de la trilogía de la dignidad a la que el pueblo argentino acostumbra a rezarle. Es, de hecho, la primera “persona” de esa santa trinidad laica: “memoria, verdad y justicia”. Así que “no olvidar” no sólo es una proclama auténtica: para nosotros, herederos de las tradiciones culturales y políticas de raíz grecolatinas, “recordar” tiene linaje genuino. No sólo es un derecho ciudadano, sino que es, sobre todo, un derecho de nuestra civilización.

Aunque sus orígenes se dispersan en numerosos poemas, mitos y teogonías, la Memoria ocupó un lugar central en las raíces de nuestras raíces. En los albores de nuestras sociedades, la personificación griega de la memoria, Mnemósine, era una titánide. Y su “familia” de origen llena de significación el lugar que ocupaba para nuestros ancestros culturales: es hija de la Tierra misma (Gea) y del infinito del cosmos (Urano). Está hermanada con el tiempo (Cronos) y la inteligencia (Ceo), y también con el soberbio Hiperión (padre del sol), con el patriarcal Jápeto (de quién desciende la humanidad a través de uno de sus hijos, Prometeo) y con el pródigo Crío (dios de los rebaños).

Las hermanas de la Memoria fueron no menos imprescindibles: Temis (la ley de la naturaleza), Rea (madre de Zeus y gran figura materna para los griegos), Tea (origen de la luz), Febe (la profética) y Tetis (representación de las aguas del mundo y de su fertilidad).

Pese a semejante competencia genealógica, Mnemósine llegó a ser una de las divinidades mayores del Olimpo: era nada menos que omnisciente. Porque sabía todo cuanto había ocurrido, conocía perfectamente todo cuanto estaba sucediendo. Y gracias a ese dominio sobre los hechos del pasado y del presente, su sabiduría alcanzaba, lógicamente, a todo cuanto iba a ser.

De esa memoria, en la Argentina, no se consigue. Ni en el oficialismo. Ni en la oposición.

Jano mira dos veces

“El peronismo es un recuerdo que junta votos”, aseveró, desde adentro del movimiento, Julio Bárbaro. Pero en septiembre ya no juntaron votos; y este mes ni siquiera aunaron recuerdos. El 17 de octubre de 1945 nació el peronismo. Y el oficialismo halló la medida justa para malversarlo: lo único peor que no organizar un acto por el Día de la Lealtad, es haber realizado tres por separado.

El sábado, la vicepresidenta de la Nación anticipó las conmemoraciones en un acto en la ex ESMA durante el Encuentro Nacional de Jóvenes de La Cámpora. No hizo ni una sola mención a un tal Alberto Fernández, también llamado Presidente de la Nación.

El domingo fue el turno del kirchnerismo no tan joven en la Plaza de Mayo. El mandatario había convocado durante la semana a ese acto, pero no fue. Ni mandó un comunicado de adhesión porque ahí ninguno de los oradores “adhirió” a la gestión presidencial. Hebe de Bonafini se declaró “defraudada” con el titular del Poder Ejecutivo, dada su “complicidad” con los ricos (ricos no kirchneristas, hay que aclarar) y con la burocracia sindical. Y el piquetero Luis D’Elia intimó al jefe Estado (también llamado presidente del PJ) a elegir si quiere ser “Fernando de la Rúa o Néstor Kirchner”. Para ningunear no se andan con chiquitas…

El lunes, finalmente, fue el turno de los buenos muchachos de la CGT. El de los también llamados “Gordos” fue el más masivo de los actos. Ellos son los más cercanos al primer mandatario, y estrecharon aún más los vínculos con la llegada de Juan Manzur a la jefatura de Gabinete (la CGT organizó el acto del 17 de octubre que en 2018, en Tucumán, lanzó la reelección del gobernador y del vicegobernador Osvaldo Jaldo). No hubo oradores, pero sí se emitió un documento que reivindicó la figura de Juan Domingo Perón. En ningún tramo, ni una sola vez, mencionan a Alberto Fernández, también conocido como “compañero”.

El Día de la Lealtad conmemora la fidelidad de un sector mayúsculo de la sociedad hacia su líder. Si no hay líder, no hay Día de la Lealtad. Hoy, el Presidente de la Nación y del PJ no lidera ni el Gobierno ni el partido porque desde “adentro” conspiran contra esa posibilidad.

El oficialismo, entonces, decide no recordar que el peronismo nunca fue bicéfalo. “Nada es mío, todo es Perón”, esculpió en las memorias de los “descamisados” nadie menos que María Eva Duarte. La mujer más importante del siglo XX argentino dejaba en claro que no había “doble comando” ni siquiera con ella. Cristina Fernández de Kirchner no fue “cogobernante” de Néstor Kirchner. Y aunque la figura de él era gravitante en el primer mandato de ella, falleció en 2010. Un año después, Cristina, como líder indiscutida, cosechó el 54% de los votos para la reelección. Pese a tamaña estadística, hoy, el kirchnerismo no deja pasar un solo día sin condicionar la cada vez más desastrada gestión de Alberto Fernández. Un movimiento bifronte es, para el peronismo, “antinatural”. Para nuestra cultura, también.

Jano, nada menos que “el protector del Estado” en la mitología romana, no tiene dos caras sino que es representado alegóricamente como tal. El mito pretende que siendo rey de Lacio recibió a Cronos cuando fue desterrado por Zeus. Y en agradecimiento, el dios del tiempo le dio el don de mirar, justamente, dos tiempos a la vez: el pasado y el futuro. Otra vez, sólo quien tiene presente el ayer es quien logra avizorar el mañana.

El Tártaro es aquí

Pero el peronismo no sólo ha olvidado su derrotero: también ha extraviado la memoria de su fundador. Si hay un peronismo por recordar es el del primer mandato del “Pocho” (1946-1952). Llegó al poder mediante elecciones transparentes tras la fraudulenta “Década Infame”. Propició el Estado de Bienestar, en horario con la posguerra en occidente. Y aunque el atropello institucional que representó la reforma constitucional de 1949 no debe ser minimizado, tampoco puede pasarse por alto que esa gestión, que recibe un país que por primera vez es una república de masas, le dio un lugar social a los desclasados (la clase obrera), una institución (el gremio), un discurso (las “tres banderas”) y un líder.

Pero el fracturado oficialismo no evoca ese peronismo. Sus discursos revanchistas y desaforados sólo homenajean el segundo peronismo, el del Perón desenfrenado, sin un socio político de peso ni una socia afectiva de envergadura que lo contrapesen: el vicepresidente Hortensio Quijano y Eva Duarte murieron en 1952. Ese es el Perón radicalizado, que proclama que ningún argentino de bien puede querer algo distinto que su proyecto político. El que se cree “líder de una revolución” y no Presidente de la Nación, que es el cargo para el que lo reeligieron. El que tras el bombardeo a la Plaza de Mayo da el discurso más irresponsable de la historia de las Presidencias argentinas, al grito de que “por cada uno de nosotros que caiga, cinco de ellos caerán”.

Y cuando no conmemoran con los hechos ese período, ensalzan el tercer peronismo, que se inaugura en 1973. Ese período en el que el líder se proclama un “león herbívoro”, aunque ahora son algunos de los componentes internos del movimiento los que se han radicalizado. Ese Perón regresa al poder con las viejas recetas que resultan inaplicables porque ese mismo año la Crisis del Petróleo le extenderá certificado de defunción al Estado de Bienestar.

Ese Perón -como retrata Mario Rapoport en “Historia Económica, Política y Social de la Argentina”- acuerda con los gremios un aumento salarial del 3% mensual durante 18 meses. El resultado es un aumento como el que, para este año, consiguieron los trabajadores del Congreso, los estatales de Formosa, los trabajadores de la industria química y petrolera, los mecánicos de Smata, los encargados de edificios, los trabajadores de la carne, los docentes de Santa Cruz, los trabajadores de la Anses, de la Uocra, de Uatre y los metalúrgicos, entre muchos otros. A la vez, va sobre los empresarios para que moderen las subas de precios. Eso es el “Pacto Social”, que tiene a José Ber Gelbard como ministro de Economía. Para cuando se cumple el año y medio de plazo, Perón habrá muerto (el 1 de julio de 1974), su viuda habrá asumido la Presidencia y echado a Gelbard, y las paritarias siguientes arrojarán aumentos del 100% para algunos sindicatos, al lado de la estampida de los precios liberados.

El sábado, la Vicepresidenta pidió “refundar un pacto entre el capital y el trabajo”. Y el ministro de Economía, Martín Guzmán, parece haber olvidado su receta en favor de un Estado que genere “insumos” fiscales en favor de las empresas (se lo expresó en agosto de 2019, en Nueva York, a los tucumanos, santiagueños, jujeños y misioneros que conformaban la misión del Zicosur, presidida por Manzur). Ahora auspicia nada menos que un congelamiento de precios.

En la Argentina, a Mnemósine la condenaron al encierro en el Tártaro…

Lete baja correntoso

También los mediados de octubre debieran ser una temporada de conmemoración de la UCR. El 12 de octubre de 1963 asumió la presidencia Arturo Humberto Illia, un hombre cuya honestidad ya debiera reservarle un panteón en la historia nacional (sobre todo a la luz de lo que vimos después). Pero su gestión no se agota ni remotamente en la decencia.

Augusto Berletti, autor de “Salteadores nocturnos”, evocó en Perfil algunos trazos de esa gestión descomunal. En 1964, el PBI argentino creció 10,3%. En 1965, 9,1%. Y en 1966 llevaba una suba del 4,7% hasta que lo derrocaron el 28 de junio. La industria creció al 19% en el 64 y al 14% en el 65. La bonanza, para el campo, fue del 7% el primer año y del 6% en el segundo. El Presidente había heredado un déficit fiscal de 4.100 millones de dólares, que dos años después había reducido en casi 1.400 millones de dólares. La partida para educación alcanzó el 24% del Presupuesto General de la Nación: uno de cada cuatro pesos. Nunca antes se vio algo así. Ni nunca después.

Había asumido con sólo el 25% de los votos, porque el peronismo estaba proscripto. Pero esa debilidad no fue obstáculo para gobernar como nadie. Lo voltearon los militares, tras una campaña de desprestigio montada por una parte de la prensa, radicales que se habían ido de ese partido y sindicalistas que soñaban con forjar un “peronismo sin Perón”. Le decían “Tortuga” cuando crecíamos a un ritmo que daba vértigo. A ello se sumaron factores económico a los que la honestidad de Illia les resultaba imperdonable.

El derrocado presidente es un modelo de Estadista que el radicalismo, prolijamente, olvida.

En la cosmogonía griega, un mito pretende que uno de los ríos del Hades es Lete, el olvido, y que las almas bebían de sus aguas para borrar todo recuerdo. O lo que es igual, cuando no hay memoria en la política, el único camino es el inframundo del poder.

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