"Entiendo a la gente ofendida, pero no la violencia"

"Entiendo a la gente ofendida, pero no la violencia"

Alejandra Mizrahi, curadora de la muestra “Randa testigo”, reflexiona acerca de la controversia generada en la Casa Histórica y habla de cómo se percibe el arte en Tucumán. Apasionada por el diseño y por el textil desde niña, desarrolló una carrera que combina arte, filosofía e investigación y se despliega en un territorio concreto: el de las randeras.

- Artista, investigadora, docente... ¿quién es Alejandra Mizrahi?

- Es una chica ya no tan chica que está muy focalizada en ciertas prácticas manuales que tienen que ver con el textil... No sé como me definiría, pero sí que ese espacio o material termina sintetizando muchos de mis intereses, temas que tienen que ver con los grupos, con las personas, con los vínculos. Vengo de una formación de la Facultad de Artes, después me fui a Barcelona a hacer una maestría, allí hice también un Doctorado en Filosofía. Y encontré cómo se cruzaban cuestiones que me interesaban del ámbito del diseño y de la artesanía. Ahí un poco aparece la veta más docente y de investigación.

- ¿De dónde vienen todas estas pasiones?

- La cuestión del diseño viene desde que era chiquita. Mi familia tenía comercios en la calle Maipú y he crecido en esa tienda enorme en la que se distribuían los textiles. En el recorrido de mi formación fui corriendo el foco de ese textil más industrial hacia pensar quiénes hacen esas cosas, qué está implicado en la producción. Más allá de la fábrica me interesaba quiénes estaban involucrados en esos textiles.

- Cuando tenés un retazo de tela entre las manos, ¿qué estás viendo?

- Miles de cosas. “Randa Testigo” es un ejemplo de estas ideas, es lo que vengo pensando alrededor del textil, todo lo que testimonian las prendas. Es un poco el trabajo que venía haciendo con la ropa y encontrando cuestiones en la confección que testifican un cuerpo, una altura, una manera de estar en el mundo. Cuando tengo un textil en las manos trato de ver qué más me está contando además de la cuestión material.

- En todo este proceso te topaste con las randas y las randeras, ¿cómo fue ese contacto?

- Cuando vuelvo a Tucumán, el IDEP y el Virla ya venían trabajando con la comunidad y promocionando la randa. Ahí me piden que trabaje en la confección de un manual de la técnica. Fue allá por 2013 cuando empiezo con las randeras y con una en especial, que es Claudia Aybar, para que ella me enseñara cómo se hace.

- Las randeras están en El Cercado, cerca de Monteros. ¿Qué memorias están capturadas ahí?

- Es una comunidad de 50 mujeres aproximadamente que tejen las randas. Tienen la experiencia de esa tradición tejiendo en el mismo territorio; es muy emocionante cuando uno se acerca a ellas y a todo ese inventario que empieza a salir desde el hacer. Hay algunas randeras, como Ana María Toledo, que conserva en su archivo fotos de sus abuelos. Pero más allá de los objetos materiales vemos la memoria en el hacer, cuando hacen un punto de bordado están contando que se los enseñó la tía, la vecina, la abuela... Es como que ese punto está muy vivo ahí, se está construyendo día a día en el hacer que practican.

- Seguiste avanzando el trabajo con las randeras. hasta llegar a la muestra “Randa testigo...”

- Sí, fueron alrededor de 10 años con randeras, diseñadores, artistas. La muestra nació como un pedido del Museo del Traje, de Buenos Aires. Yo venía trabajando ahí desde 2017, con una beca del Ministerio de Cultura. Ellos querían que exhibiera el trabajo que venía haciendo con las randeras y es cuando configuro un guión curatorial caleidoscópico, que permite observar esa práctica desde diferentes dimensiones: corporalidades, materialidades y hábitat.

 - Se dio el encuentro entre la randera y el diseñador. ¿Cómo se articuló eso?

- Fue fascinante, difícil, hermoso. La idea de proponer estos trabajos más colaborativos presenta un montón de desafíos. Se ponen en diálogo dos maneras de producir, dos universos, y dos tiempos muy diferentes, porque el tiempo de las randas es muy largo.

 - Siempre hablás de la visibilización de las randeras, porque quién hace las randas, cómo las hace y por qué las hace no era un tema. Esto es un cambio de paradigma, ¿no?

- Sí, porque reconocer el trabajo es lo que va a garantizar que la randa se siga haciendo. Y reponer esos nombres, que son los nombres de ellas, de las madres, de las abuelas, que son las que han garantizado que hoy en día podamos seguir viendo, consumiendo y admirando estas piezas.

- Una parte de la muestra es una obra de Carlota Beltrame que generó una controversia en Tucumán por su alusión a Montoneros. ¿Cómo viviste esos momentos?

- La muestra en la Casa Histórica incluyó, entre muchas otras obras, la de Carlota, que se llama “Revés de trama”. Hablamos de una artista tucumana muy reconocida, que viene hace mucho trabajando con randas y que en 2018 ganó un premio importante por las 29 randas que tienen inscriptas distintas insignias políticas. Cuando decidimos hacer la muestra en Tucumán me parecía muy importante que se la exhibiera. Carlota hace dialogar esta práctica invisibilizada durante mucho tiempo -la randa- con determinados hechos invisibilizados de la historia. La piensa como una obra situada. Y generó muchas rispideces, mucha violencia. Han sido momentos muy difíciles, la muestra estuvo abierta como dos meses y justo una semana antes de las elecciones se armó todo un escándalo con fake news, divulgando fotografías falsas. Todo esto hizo crecer los niveles de violencia y las autoridades nacionales decidieron levantar la muestra.

- ¿Qué reflexión te deja este episodio?

- Por supuesto que nos imaginamos que algo podía pasar en términos de discusiones, de gente que no se sienta representada, pero nunca imaginé que iba a terminar de la manera en que ha terminado. Es difícil decir cómo me sentí, me ha dolido mucho tener que levantarla, ese acto de tener que levantar la muestra por una cuestión de intolerancia y de pensar que vivimos en un lugar donde las prácticas artísticas todavía no se pueden ver como tales. Me ha parecido feo, triste.

- ¿Por qué sucede esto de un Tucumán donde a las prácticas artísticas les cuesta encontrar ciertas lecturas?

- Creo que es lo que todo el mundo alegaba: que la muestren en una galería de arte pero no en la Casa Histórica. Creo que también hay una lectura muy puntual de la Casa Histórica, esa especie de lugar sagrado no deja que el Museo Nacional de la Independencia tenga su lugar de museo; que el museo no pueda cumplir su rol social.

- ¿Te sentiste acompañada?

- Sí, por toda la comunidad artística, por todos los colectivos artísticos de Tucumán.

- ¿Entendés a la gente que se ha sentido ofendida?

- Sí, puedo entenderlo, lo que no puedo entender son los niveles de violencia generados. Conozco gente que se ha sentido ofendida y hemos estado frente a la obra hablando de eso, pero siempre en términos en los que uno puede dialogar. Pero con amenazas y con insultos no.

- Viviste en Buenos Aires y en España. ¿Tenés ganas de quedarte en Tucumán? ¿Te sentís cómoda?

- Una de las cosas que más me anclaron a Tucumán fue el trabajo con las randeras. Si tiene que ver con decisiones de vida me gustaría ir y venir, no anclarme, pero siempre hacer base acá.

- ¿Qué estás notando del campo tucumano de las artes?

- Creo que hay cada vez mayor trabajo con los discursos y los relatos locales, todo lo que tiene que ver con la historia del lugar. Pienso que hay una mirada revitalizadora de todas esas cuestiones; hay una generación que vuelve a esos discursos

- ¿Te emparentás con esa forma de abordar el hecho artístico?

- Sí, con una práctica más participativa, de incluir a otras personas, dejando de lado esa idea del artista como solitario. Para mí la potencia está en lo académico y el taller desbordando en el territorio.

- ¿Cómo te imaginás en 20 años, cuando tengas 60?

- Quizás si hay algo que veo de las comunidades y el trabajo allí me den ganas de alejarme de lo urbano. Instalada en los territorios, y no tanto en la ciudad. Veremos, en 20 años lo hablamos.

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