Suena Vivaldi mientras las bombas explotan

Suena Vivaldi mientras las bombas explotan

“Todo muy bonito, suena fantástico, pero es lo mismo que escuchamos hace mil años. Es como un tema de música clásica, romántico, que suena en tu casa mientras las bombas explotan afuera”. De este modo sintetizó una televidente el debate electoral que organizó LA GACETA y que se transmitió en vivo, este miércoles, en Panorama Tucumano.

Todavía -y por siempre- está disponible en los distintos canales de streaming del diario, YouTube, Facebook y LAGACETA.com

El programa emblema de LG Play reunió a los cinco candidatos a diputados nacionales, segundos en sus listas, que superaron las PASO y que competirán en las elecciones del 14 de noviembre.

En orden alfabético, Guillermo Correa (Frente Amplio), Agustín Fernández (Frente de Todos), Gerardo Huesen (Fuerza Republicana), Paula Omodeo (Juntos por el Cambio), y Juan José Paz (Frente de Izquierda y de los Trabajadores) fueron los protagonistas de este intercambio de ideas y ¿propuestas?

La televidente respondió a nuestra requisitoria: “¿Qué te pareció el debate?”.

“Lo mismo de siempre”. Esa imagen de una pieza de Vivaldi, supongamos, sonando en el cómodo living de casa, mientras las bombas de estruendo, los piquetes y los cortes de calles sacuden la vida exterior, nos pareció contundente.

La realidad que viaja a los tumbos por un camino repleto de baches, y el discurso político, a contramano, que viene por una moderna y amplia autopista.

Con diferentes banderas y consignas, el debate político en Argentina tiene un encarnado, antiguo y repetitivo denominador común: culpar al otro.

Cuando todos tienen razón, ninguno la tiene. No sé quién lo dijo, y si no lo dijo nadie, en buena hora acuñamos un nuevo apotegma.

Estatizar todo o achicar el Estado a su máxima expresión. Pareciera que la discusión nacional ha quedado atrapada en la Revolución Industrial del Siglo XVIII. (La Real Academia ordena escribirlo así, pero nosotros preferimos decir Siglo 18, más simple, más directo, menos empalagoso. ¿Por qué usar números romanos para denominar siglos y arábigos para hablar de años? Inconsistencias de las academias que nos complican la vida).

Estábamos en la Revolución Industrial, luego la Revolución Bolchevique, las dos guerras mundiales, después la mal llamada Guerra Fría, que no fue otra cosa que la Tercera Guerra Mundial, porque causó más daños y muertes y se prolongó por más tiempo que las otras dos guerras juntas.

Todo ese mundo ya no existe, se terminó. ¿Quién ganó? Nadie. Nunca gana nadie en una guerra, aunque algunos libros digan lo contrario.

No todo lo que está en un libro es cierto. Algunos han sido escritos por mentirosos, por estafadores, por obcecados, por fanáticos o, simplemente, por estúpidos.

En definitiva, ese mundo ya no existe. Sólo persisten resabios y ruinas de sociedades que se han desmoronado o aún se están desmoronando, las más atrasadas o estancadas, como la argentina.

La hoz y el martillo del mercado

“Lo mismo de siempre”. Volví a ver el debate al día siguiente (masoquismo, pensarían algunos), ahora en la piel de esta televidente. No como periodista, no como parte del medio que lo organizó.

Prometieron más educación, más trabajo, distribución más justa de la riqueza, mejor Justicia, pobreza cero, menos inseguridad, libertad, igualdad, progreso, inversiones, obras públicas, bla bla bla…

Con abatimiento y resignación, le dimos la razón a esta televidente, muy respetuosa de los contenidos del diario, más no de los contendientes.

Hace demasiados años que escuchamos lo mismo, lo que debe hacerse, lo que no hacemos.

A veces el optimismo exacerbado nos ciega tanto como el pesimismo neurótico. Ambos son parte del club de los fanáticos obnubilados. Y es el caso de quienes seguimos creyendo en las instituciones, en la democracia, en la política como herramienta de cambio, de progreso.

Sin embargo, ¿alguien se puso a pensar que nuestras herramientas están oxidadas, vetustas? ¿Que pretendemos arreglar una computadora con un martillo? O peor, ¿con la hoz y el martillo?

O bien que “el mercado”, esa entelequia que inventó el capitalismo para invisibilizar a las grandes fortunas, ¿defina el destino de sus propios clientes? Estatistas o neoliberales, ambos pretenden que a tu dieta la controle el mismo que te vende la comida.

Basta de hablar de izquierdas y de derechas. Hace rato que no existe esa polarización. Son estatistas y antiestatistas, si es que insistimos en algún tipo de rotulación.

Por ejemplo, el kirchnerismo no se define a sí mismo como izquierda, porque una parte del peronismo ortodoxo no lo permite, pero lo hace por elevación al señalar a la oposición como “la derecha”, esa mala palabra.

Según este relato, Juan Manzur, Gildo Insfrán o José Alperovich son parte de la izquierda argentina. La farsa es tan grosera que pasa desapercibida. Como aquella máxima que enseña que la mejor forma de esconder un elefante es dentro de una manada de elefantes. Se llama apropiación de disfraces. Maquillaje teatral. Como Máximo Kirchner, que vestido del Che Guevara declara un patrimonio de 400 millones de pesos. Y todos sabemos que en este país las declaraciones juradas son una partida de truco, gana el que mejor miente. Y aunque no mienta, es millonario.

Máximo, el que le grita a los ricos desde su banca en el Congreso, el que sufre por los pobres. Un elefante en la manada.

La contracara, la supuesta oposición, está plagada de empresarios enriquecidos con el Estado, de proveedores monopólicos, de especuladores con información anticipada y privilegiada. De ciclistas financieros.

No olvidemos que en el gobierno anterior los planes sociales aumentaron, lo mismo que la inflación, la pobreza y el endeudamiento.

La gran estafa

Cuando todos tienen razón nadie la tiene. Con la teoría, el relato, escribimos “Sinceramente” o “Primer Tiempo”. Aunque la realidad, medible, matemática, científica, nos confirma que desde hace 46 años la Argentina viene en decadencia. Desde 1975.

Casi medio siglo de inflaciones altas, de aumento de la pobreza, de desigualdad, de inseguridad. Medio siglo de retroceso educativo acelerado.

En Tucumán, pobres entre los pobres, la tragedia lleva más años. Comenzó en 1966, cuando la dictadura de Juan Carlos Onganía, en connivencia con empresarios azucareros del norte argentino, decretaron el cierre de 11 ingenios, lo que provocó el éxodo de 200.000 tucumanos, el 27% de la población de entonces.

Se perdieron 50.000 puestos de trabajo de forma directa y más del doble en forma indirecta.

El argumento de este genocidio social y económico fue que había sobreproducción de azúcar y que por ello se estaban derrumbando los precios.

En 1973, con 11 ingenios menos de los 27 originales, se produjo un 24,9% más de azúcar que en 1965, según consta en investigaciones del Conicet. La estafa era evidente.

Cinco décadas después la estafa sigue siendo evidente. La misma casta político-empresaria continúa desangrando al Estado. Es un país que estuvo varias veces al borde del colapso, de desaparecer. Suponemos que aún no ocurrió porque es demasiado rico. Pero la pobreza no puede seguir aumentando indefinidamente, por más recursos que haya.

Y los debates políticos, por más optimismo que se les otorgue, por más respeto a las instituciones y a la democracia, son cada vez más pobres, más repletos de chicanas, de frases hechas, vacíos de ideas y de compromiso verdadero, de consenso. Tan mediocres como repetitivos.

La rueda de la decadencia sigue girando, con todos nosotros adentro, mientras por ahora, como desde hace medio siglo, seguimos repitiendo “siempre lo mismo”.

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