Sexo en el antiguo Egipto

Por Inés Páez de la Torre - Psicóloga.

10 Octubre 2021

Mientras se formaban las grandes religiones del desierto -el judaísmo, el cristianismo y el islamismo- con su obsesiva preocupación por el sexo y su relación con la creación de la vida, una cultura eminente ya existía en el antiguo Egipto, donde se creía que los actos sexuales habían originado todo, hasta el universo. A este y otros asuntos se refiere el periodista y escritor Jonathan Margolis en su interesante “Historia íntima del orgasmo”.

El mito egipcio de la creación se relató en diferentes versiones a lo largo de muy variadas religiones y con gran flexibilidad en la manera de interpretarlas. Pero hay un hilo común en estas historias y es la masturbación, a pesar de que en posteriores civilizaciones se transformaría en un tema tabú.

Una de las ceremonias más onerosas del faraón egipcio era proveer de fertilidad al Nilo masturbándose en sus aguas una vez al año. Supuestamente, la tradición se remonta a una de las tantas versiones del mito de la creación: el Ser Supremo Atum surgió de la oscuridad primitiva, se masturbó y formó a Shu, dios del aire, y a Tefênet, diosa de la humedad, al tiempo que él se convertía en Ra, dios del sol, supremo señor de Egipto. La vagina de Tefênet creó el rocío matinal y su amor incestuoso, la Tierra.

La ceremonia que llevaban a cabo los faraones en el río no constituía la santificación de un acto egoísta de placer, sino el reconocimiento de la importancia de la fertilidad (su ausencia era considerada la preocupación más grande de un individuo). Y así, el paisaje tan visible y tangible del Nilo llevaba este don a las tierras áridas y posibilitaba la vida en la zona. De allí la importancia de este ritual, sin ninguna connotación sexual.

Pero mientras que para los faraones continuar con el ejemplo sexual de los dioses era una obligación, los funcionarios públicos y los ciudadanos comunes también aspiraban a tener una vida sexual similar a la de los reyes: restos encontrados en casas de familias de clase media y baja -luego escondidos durante el apogeo de la egiptología victoriana- demuestran que los antiguos egipcios cubrían las paredes con dibujos explícitos y exóticos, gastaban dinero en espléndidos vestuarios, maquillajes, joyas y perfumes, e incluso en consoladores (una gran colección de ellos se encuentran bien guardados en el Museo Británico).

Una combinación de las condiciones climáticas, la confianza en su propia cultura y la fertilidad del delta del Nilo hicieron de Egipto una sociedad excepcionalmente sensual. Bajo el implacable sol, las mujeres utilizaban un vestido transparente de lino y las esclavas, sólo algunas cuentas. Los hombres vestían una pequeña falda plisada, y a la noche, capas de lana que se sacaban con mucha facilidad. Con un panorama tan erótico, ¿cómo es posible que el sexo no estuviera en la mente de todos?

En la vida diaria del antiguo Egipto reinaba la poesía amorosa. No se desalentaban ni castigaban el divorcio, la indiscreción sexual, el adulterio y el travestismo. Al amo de la casa se le permitía tener hijos con las sirvientas y no se veneraba la virginidad como un ideal. Se practicaba la anticoncepción a pesar de la importancia cultural de la fertilidad (el papiro Kuhun, descubierto en 1860, menciona varios métodos, entre ellos el uso de un tampón de estiércol de cocodrilo untado con miel y sal). Se aceptaba la homosexualidad (basta decir que los dioses Set y Horus son descriptos en un encuentro sexual). E incluso la zoofilia no era un tema tabú: Herodoto afirmaba que los seguidores de Mendes, el dios local del sol, representado por una cabra, practicaban relaciones carnales con estos animales.

Sin embargo, sería un error pensar que el antiguo Egipto constituía la utopía del sexo libre. Las jóvenes eran generalmente desvirgadas en matrimonios que habían sido arreglados cuando tenían seis años. Los hombres optaban por relaciones anales o vaginales por la espalda, para no tener que mirar a los ojos a sus esposas. Pero al mismo tiempo se creía que el sexo formaba parte de la condición humana y como tal, no debía generar culpa. Se dice que Cleopatra le practicó la felattio a miles de hombres, incluyendo a 100 romanos de una noche. Los griegos le llamaban Merichane (“la boquiabierta” o “la boca de 10.000 hombres”) y Cheilon (“la de los labios gruesos”).

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios