El Tractatus Logico Philosophicus, cien años de perplejidad

El Tractatus Logico Philosophicus, cien años de perplejidad

Es el libro más inesperado del siglo XX. Son siete oraciones escritas por Ludwig Wittgenstein en distintas circunstancias de la década de 1910.

El Tractatus Logico Philosophicus, cien años de perplejidad
10 Octubre 2021

La última oración no tiene siquiera un comentario, solo reza: “de lo que no se puede hablar debemos callar”. Paradoja excelente, ya que pocas frases han tenido tanta carrera filosófica. Tan es así que se cumplen cien años de su publicación en 2021 y una furia editorial académica hizo de nosotros, los tractarianos –he aquí el nombre para una civilización perdida–, un bien escaso. Nos sentimos un poco, mutatis mutandis, como los historiadores tucumanos cada vez que se acerca un nuevo 9 de julio.

Rojo es Rojo

(En la proposición «Verde es verde» –donde la primera palabra es un nombre propio y la última un adjetivo–, estas palabras no solo tienen diferente significado, sino son también diferentes símbolos.)

“Freud y Wittgenstein se parecen más de lo que usted cree”, me dijo una tarde el profesor Rojo, cascabeleando el dedo índice en el pasaje de los naranjos dulces de Barrio Sur, cuando caminábamos de vuelta a su casa. Respeté la acusación que era de lo más retórica –se sonreía con picardía por el recurso-. Empezaba a estudiar con él para mi tesis doctoral sobre Wittgenstein y el profesor Rojo sabía cómo y cuándo tenía a alguien pendiente de sus sentencias y se aprovechaba con la dosis justa de maldad de sus silencios. “Para ambos, la negación no existe”.

Semanas atrás, a cien años del Tractatus, a doce de la muerte de Rojo, me llama el doctor Peruzzo, de Curitiba, para que le dé el título de mi charla sobre el Tractatus. Me hizo repetirlo varias veces –pensaba que se perdía algo en la traducción–: “La negación no existe”, le dije despacio y fuerte, algo molesto. Antes de cortar, se preocupó por mi salud mental, con un “¿Você está bem?”. No.

¿Hasta dónde negaré?

La negación es ciertamente el gran problema del Tractatus. ¿Qué tanto podemos negar? ¿Qué podemos convertir en un juicio, en algún tipo de información, para poder luego decir esto no es el caso? Para Wittgenstein, todo lo que no pueda negarse, queda afuera del lenguaje. Si digo, por ejemplo, a un amigo en un café, que me alegro de que haya ser y no más bien nada, me contestaría, si fuese un tractariano, que he dicho una burrada porque no puedo imaginarme una situación en la que haya nada y no ser. Después, con seguridad, me pediría que le invite el café por sacarme el problema de encima.

Para Wittgenstein, entre las cosas que no podemos negar está el propio lenguaje, porque no podemos escapar de él. En su clásico artículo “Logic as language and logic as calculus” de 1967, el matemático francés Jean van Heijenoort –un personaje fascinante– plantea una distinción fundamental para comprender el desarrollo de la historia de la lógica moderna: el programa de la lógica como cálculo y el programa de la lógica como lenguaje. Como señala J. Hintikka, el Tractatus es el mejor exponente la idea de que la lógica atraviesa el lenguaje. No podemos, por así decirlo, salirnos de nuestro lenguaje y disfrutar de una perspectiva separada de él. Nos encontramos, desde siempre y para siempre, semánticamente comprometidos con nuestro único lenguaje.

Querido Theo

El Tractatus conduce a que los grandes temas de la filosofía (la ética, la estética, la religión, la lógica, la lingüística profunda) son intratables, porque de una u otra manera son imposibles de explicitar. Siempre me pareció difícil de digerir esto de que la filosofía no dice nada. Mi lectura siempre fue que este corolario es una exagerada advertencia de que no es posible salirnos de nosotros mismos, alienarnos del lenguaje que nos atraviesa, para tener una suerte de visión objetiva y absoluta de nuestras creencias y valores. No es fácil aceptar que alguien impugne todas las expresiones que conocemos como filosofía, que por otra parte ocupan bibliotecas riquísimas de ideas que jamás le preguntaron a Wittgenstein si podían o no opinar. Entre los anaqueles, para colmo, estará siempre y para siempre su libro, el Tractatus mismo.

Witold Jacorzynski, uno de los antropólogos wittgensteinianos más importantes de la actualidad, gustaba de usar una metáfora de las artes visuales para explicar este silencio respecto a la filosofía. Es conocido el vínculo afectivo entre Vincent Van Gogh y su hermano Theo, al punto que fue la persona más importante de la vida del pintor. Witold explicaba el Tractatus recurriendo a los hermanos holandeses: “Vincent jamás pintó a Theo, porque era tan importante para él, que no podía retratarlo. Sería un sacrilegio degradar a su Theo a un cuadro. Theo era para Vincent irrepetible, absoluto. Si pudiésemos ver la obra completa de Vincent”. Continuaba Witold: “Theo quedaría retratado por ser lo que no pintó Vincent, pero que queda de alguna forma expresado en esa sistemática negación de hacer un lienzo de él”. No sé si escuché jamás algo más revelador. Hasta que en 2011 se estableció que un cuadro que se pensaba que era un autorretrato resultó ser su hermano Theo, principalmente por la forma de su oreja. Quizás sea su peor pintura.

© LA GACETA

Santiago Garmendia – Doctor en Filosofía. Autor de Lenguaje y realidad en Tractatus de Wittgenstein (UNT).

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