Misofonía: ¿te molesta el ruido que hace la gente al comer?

Misofonía: ¿te molesta el ruido que hace la gente al comer?

El síndrome de sensibilidad selectiva al sonido provoca que sintamos ira, ansiedad o estrés al escuchar ciertos sonidos cotidianos.

Misofonía: ¿te molesta el ruido que hace la gente al comer?

En nuestra eterna vinculación con otros, nadie se salva de perder cada tanto los estribos por situaciones que parecen a primera vista nimiedades y confrontan nuestros hábitos con los de algún amigo o desconocido. Por ejemplo, están la forma “correcta” de tomar la sopa sin sorber, el escuchar a alguien sonarse la nariz o toser demasiado fuerte y la manera tan ruidosa de abrir una bolsita de snack en un cine.

Aunque estas cosas pueden causarnos un disgusto momentáneo o pasar inadvertidas, hay gente a la cual algunos actos cotidianos parecidos les puede afectar su calidad de vida. ¿Alguna vez escuchaste hablar del síndrome de sensibilidad selectiva al sonido?

También llamado erróneamente misofonía, se trata de un trastorno auditivo perceptivo que provoca que algunas personas sientan una sensación muy negativa (va desde la incomodidad, ansiedad e irritabilidad a la ira o el miedo) al escuchar determinados sonidos, en especial aquellos relacionados a la respiración y la alimentación.

“Sentir desagrado por los ruidos del entorno (los bocinazos permanentes, el trabajo en una obra en construcción, etcétera) resulta normal. Sin embargo, para quienes padecen alguna hipersensibilización en el oído o alteración neuronal, existen algunos detonantes sonoros que activan la adrenalina porque el organismo los detecta como una amenaza. Es así que aparecen altos niveles de activación nerviosa entre el sistema auditivo y el cerebro”, explica el otorrinolaringólogo Guillermo Fontán.

Según algunos registros, esta condición afecta a apenas al 5% de la población mundial y aún queda mucho por investigar sobre su incidencia y las reacciones emocionales y psicológicas adversas que provoca.

Horrores diarios

Entre los sonidos con mayor preponderancia que despiertan este cúmulo de malestar e instintos asesinos aparecen mascar chicle, masticar muy fuerte la comida, escuchar el click constante de las lapiceras y oír a alguien mordiéndose las uñas.

También podemos “volvernos locos” al sentir que un tercero sorbe una gaseosa, traga estrepitosamente, chasquea los labios, cruje sus huevos duros o tintinea sus dedos sobre la mesa. En menor medida, hasta un grifo goteando, el crack del telgopor o una tiza escribiendo sobre el pizarrón puede sensibilizarnos.

“Padecer un problema auditivo es complejo cuando se trata de hallar empatía en la sociedad y más si no poseemos registros físicos que validen nuestra patología al hacer reclamos. Frecuentemente hay personas que nos tildan de exagerados, histéricos o caprichosos cuando pedimos bajar la voz, la música en algún local o la fuente de ruido que corresponda en un espacio público”, comentan desde “Unidos y a la escucha”, una asociación de acompañamiento terapéutico para pacientes con trastornos en la audición.

Sonidos y memoria

¿Te pasó? Aunque te hayas sentido identificado al odiar alguno de los sonidos antes detallados, Fondán advierte que esto no necesariamente implica un gran inconveniente para nuestra salud (y mucho menos ya catalogarnos dentro de la misofonía).

“Debemos entender que todos que llegan a nosotros se transforman en un impulso nervioso que viaja -mediante las neuronas- hasta el cerebro. Este se encarga de decodificar la información que recibimos y clasificar su importancia. El procesamiento sensorial está íntimamente relacionado con la memoria y por eso hay sonidos que nos remiten a experiencias pasadas o se enlazan con cuestiones de tinte psicológico y emocional”, detalla el médico.

En esta línea, hay detonantes que remueven en nosotros ciertas vivencias guardadas. “En estos casos, las terapias cognitivas conductuales y las sesiones de acompañamiento con un psicólogo ayudan a cambiar la actitud frente a los estímulos externos y develar los verdaderos conflictos internos que se esconden detrás”, acota.

Además, existen algunos perfiles y personalidades (del tipo perfeccionistas, autoritarias o ansiosas) que resultan el doble de susceptibles a sentir incomodidad en entornos que no pueden controlar.

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