Historia de la Industria Azucarera: el bicentenario de la producción

Historia de la Industria Azucarera: el bicentenario de la producción

La foto del trapiche es un símbolo: el de una industria consustanciada con la identidad de la provincia. La inició el Obispo Colombres en 1821, recorrió una historia riquísima y zigzageante, y hoy afronta nuevos desafíos.

Historia de la Industria Azucarera: el bicentenario de la producción

El azúcar moldeó la identidad tucumana desde el mismo momento en que el obispo José Eusebio Colombres inició el cultivo de la caña en su finca de El Bajo, en la terraza alta de la margen oeste del río Salí. Era 1821, cinco años después de la Declaración de la Independencia. Si bien antes los jesuitas (expulsados en 1767) habían tenido un cañaveral en Lules -había otro también en Chicligasta- no hubo producción de azúcar hasta el emprendimiento del Obispo, cuyo trapiche fue “la primera máquina que conoció el país”, al decir del gobernador Ernesto Padilla en 1916.

Ese molino para extraer el jugo de la caña, que funcionaba con una yunta de bueyes o mulas, fue el punto de partida de la riqueza y de la mayor fuerza civilizadora de nuestra provincia, diría Padilla cuando inauguró el museo de la casa del Obispo, en el festejo del Centenario de la Independencia. En efecto, la finca del Obispo atrajo a trabajadores y a maestros de oficios e hizo que en ocho años se poblaran los ejidos de la ciudad, así como entusiasmó a las grandes familias tucumanas, que en los años siguientes instalaron una veintena de pequeños y rudimentarios ingenios.

“El Obispo Colombres es un padre fundador, un símbolo”, dice la investigadora María Celia Bravo, sobre los primeros tiempos de la actividad, que vivió entonces una fase preindustrial. Hasta mediados del siglo XIX, estas plantaciones fueron de poca importancia: en 1855, 190 hectáreas de caña producían 300 toneladas de azúcar, pero el paisaje laboral estaba cambiando. Padilla relató que en “el cuadro de miseria desolante” de 1821, con pobres cultivos o ínfimas industrias manuales -en un país que entraba en ese momento a la anarquía de las guerras civiles-: “vino la naciente industria radicada a obrar una feliz transformación. En pocos años dio aliciente para consolidar y aumentar la población y estímulo para ensayar la fortuna y abrió el porvenir para actividades que dormían, dominadas por la impotencia del esfuerzo, menguado por la falta de teatro en que desarrollarlo”.

El tren, disparador de progreso

La llegada del ferrocarril, en 1876, disparó el progreso de la industria. Las vías comenzaron a crecer por toda la provincia, incluyendo vías transversales y otras trazadas hacia algunos ingenios. La ley 594 de 1888 reguló la creación de pueblos alrededor de las estaciones. El santiagueño Bernardo Canal-Feijóo renegaría de que los trazados de las vías abandonaron muchos caminos -y poblaciones históricas- de la época colonial. “La industria azucarera organiza el Tucumán moderno desde el punto de vista de la administración” -explica Bravo-. Incluso las vías de comunicación, la estructura, la organización demográfica de la provincia están marcadas por el famoso camino de los ingenios, todo el piedemonte”.

También el influjo del tren produjo cambios sociales y laborales, porque muchas familias propietarias que no pudieron asumir los costos de las nuevas maquinarias vendieron las posesiones y se transformaron en productores cañeros que vendían su caña a los ingenios. “Se modifica el mundo del trabajo. El ingenio es una escuela de oficios, torneros, carpinteros, mecánicos; genera un mundo obrero de mayor especialización; no los técnicos azucareros sino los que manejaban las máquinas. También se transformó el mundo del trabajo, no desde el punto de vista quizá social de la retribución, pero sí desde el de la especialización, de la cantidad de oficios que genera en Tucumán ese mundo”, añade Bravo.

Fisonomía geocultural del NOA

El nuevo siglo se despertó con una industria pujante que, no obstante, tuvo sus crisis de superproducción. En el gobierno de Lucas Córdoba se daría la “Ley Machete” para combatir la sobreoferta. Pero Tucumán hinchaba el pecho hacia el NOA. “Con la generación del Centenario intelectuales como Juan B. Terán, Alberto Rougés y Ernesto Padilla elaboraron un proyecto regional montados sobre la modernización que significaría la llegada del ferrocarril a la región, posibilitando el fortalecimiento de la industria azucarera y esta a su vez la fundación de la Universidad Nacional de Tucumán”, dicen Soledad Martínez Zuccardi y Fabiola Orquera, citando a Bravo y Daniel Campi.

“A lo largo del siglo XX la industria azucarera se constituyó en el gran articulador de la fisonomía geocultural del Noroeste, junto a la industria vitivinícola de los Valles Calchaquíes y la minería en la Puna”, explican Martínez Zuccardi y Orquera, y señalan que la industria azucarera hace que la estructura social preponderante se componga de tres estratos: elites (familias que llegaron en algún momento de la conquista o en el siglo XIX), trabajadores permanentes (capacitados para manejar maquinaria y para oficina) y campesinos migrantes, llamados “trabajadores golondrina” (en gran medida descendientes de las culturas ancestrales). Se dan relaciones sociales complejas y al mismo tiempo un modelo de región que se anima a contrarrestar la hegemonía rioplatense.

Aparece la Universidad. Juan B. Terán la defiende contra la negativa nacional a que en Tucumán haya un ambiente para una universidad. En 1909, Terán afirma que una casa de estudios superiores erigida en una zona azucarera e intensamente industrial constituiría una etapa lógica en la historia económica y proporcionaría los medios idóneos para el desarrollo científico de la industria azucarera, explican Martínez Zuccardi y Orquera.

Otros tiempos

Al pasar la mitad del siglo las crisis de sobreproducción se repiten. Y llegará el golpe tremendo del cierre de ingenios de Onganía en 1966, que produjo una fuerte reconversión de una forma de trabajo. Hasta entonces, la vida de Tucumán, la riqueza, estaba en el interior... Cuando se cierran los ingenios empieza la macrocefalia de la capital y las villas miseria vienen de esa época. Otro mojón durísimo va a ser el 76 con la dictadura, cuando aparece la cosechadora mecánica. “Ahí cambia totalmente ese mundo de la zafra; la población en torno al azúcar se disminuye a la mitad. Y lo que termina de cambiar para debilitarla son las regulaciones del menemismo”, explica Bravo.

En la actualidad la actividad citrícola ha crecido, al igual que el cultivo de la soja, pero no han generado ese vínculo identitario del azúcar, que perdura. “Tucumán cambia porque la industria cambia también -remarca Bravo-, pero esta es una provincia asociada al azúcar”.

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