Le Tellier, Miesel y otras anomalías

Le Tellier, Miesel y otras anomalías

En la última novela de Hervé Le Tellier, un avión con más de 200 pasajeros aterriza en Nueva York, procedente de París, tras atravesar una tormenta; meses después, un avión idéntico, y con los mismos pasajeros a bordo, aparece en la misma ciudad norteamericana.

19 Septiembre 2021

Por Hernán Carbonel

Para LA GACETA - SALTO

I

Hace no mucho me tocó reseñar el libro de un joven escritor argentino: tomo de sólo seis cuentos, obtuvo el segundo puesto del Premio Luis José de Tejeda 2019 y fue publicado por Editorial Municipal de Córdoba. Lo recordé al leer la última novela de Hervé Le Tellier, y pensé cuán presente está en la literatura contemporánea lo anómalo.
¿Qué ven los narradores de hoy en aquello que la realidad no puede rotular como posible o aceptable, lo extraño que se cuela en los pliegues de lo cotidiano, lo acechante, lo dislocado, lo desconcertante?
El primer libro es de Alan Talevi y se llama Anomalía; el de Le Tellier, La anomalía (también el de Víctor Miesel, pero esa es otra historia, o mejor: la misma duplicada).
La telaraña de lo anómalo se construye no sólo por fuera de la realidad, sino también en el intertexto, la duplicación y la metaficción. ¿Sin anomalía no hay literatura?

II

Publicada en Francia en 2020 (ese año ganó el Premio Goncourt) pero ambientada en 2021, la novela de Le Tellier parte de una irregularidad temporal: un avión con más de 200 pasajeros aterriza en Nueva York, procedente de París, tras atravesar una tormenta; meses después, un avión idéntico, y con los mismos pasajeros a bordo, aparece en la misma ciudad norteamericana.
En uno de los cuentos de Talevi sucede algo similar: una alteración hace que el personaje viaje hacia atrás en el tiempo y vuelva a transitar esos años hasta el presente inicial de la narración.
¿Triángulo de las Bermudas? ¿Falla en la Matrix? ¿Bucle temporal? Apenas tres de las tantas preguntas posibles.

III

La lógica de bucle o recurrencia temporal está asociada a un sistema informático capaz de enviar datos hacia el pasado. (“Escribo la primera carta del porvenir”, dice Enrique Osorio en Respiración artificial de Piglia.) El principio de autoconsistencia de Nóvikov, por su parte, es un principio desarrollado por este astrofísico ruso para resolver los problemas de las paradojas en los viajes a través del tiempo. (¿Recuerdan ese capítulo de Los Simpson donde Homero intenta arreglar la tostadora, mata un mosquito en la era de los dinosaurios y su cabeza termina por convertirse en una rosquilla?). Así se llama el cuento de Alan Talevi: “La conjetura de consistencia de Nobikov” (así, con b larga).
Podrían citarse múltiples ejemplos de viajes en el tiempo en la literatura universal, con La máquina del tiempo de Herbert George Wells como punta de lanza. Pero ese elefante de la enumeración ocuparía mucho espacio. Podríamos citar, también, miles de obras donde se trabaja el tema del doble: Cortázar, Borges, Poe, Stevenson, Dostoievski, Saramago. Entonces el elefante se vería duplicado.

IV

Víctor Miesel es uno de los personajes replicado en ese vuelo de avión. Un escritor que naufragaba en el montón, al que la gloria le resbala, que trabaja como traductor y que, en el amor, “va de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”.
Pero es también quien aporta el segundo epígrafe de la novela de Le Tellier: 

“El pesimista de verdad sabe que ya es demasiado tarde para serlo”, y los tres epígrafes que abren cada una de las partes en que está dividido el libro (“Hay algo admirable que supera siempre al conocimiento, a la inteligencia e incluso al genio, y es la incomprensión”; “La existencia precede a la esencia, y de largo”; “Ningún autor escribe el libro del lector, ningún lector lee el libro del autor. A lo sumo pueden coincidir en el punto final”).

Tras su suicidio, la publicación de su libro póstumo (que se titula, justamente, La anomalía, y que muchos de los otros personajes de la novela de Le Tellier irán leyendo) se convierte en un verdadero éxito de ventas, pero, gracias a este vuelo duplicador, Miesel vuelve a la vida. En un pasaje, hacia el cierre de la novela, un periodista le pregunta si considera a La anomalía un libro suyo, a lo que Miesel responde que primero habría que definir la palabra “suyo”.  
La figura del autor es, una vez más, puesta en jaque. De nuevo: multiplicación y metaficción.

V

¿Qué es un metatexto, o mejor: una metaficción? Una duplicación, precisamente, un juego de espejos. Un espacio mudable donde los autores muestran los mecanismos de la construcción del relato a medida que lo construyen y, mientras, les recuerdan a los lectores que lo que tienen delante de sus ojos es un artefacto autorreferencial. Un escenario donde pueden llegar a confundirse autor, título, narrador o personaje. En definitiva: donde el cuento habla del cuento (¿se acuerdan de “La loca y el relato del crimen”?).

Pensemos en Unamuno en Niebla, Pirandello en Seis personajes en busca de un autor, Paul Auster en Ciudad de cristal y Viajes por el Scriptorium, Osvaldo Soriano en Triste, solitario y final, Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero, Macedonio Fernández en Museo de la Novela de la Eterna (a quien Ricardo Piglia homenajea, hermosamente, en La ciudad ausente), Borges -siempre Borges-, en varios de sus cuentos. (El origen de todo está, claro, en el Quijote.) Y de su mano va esa larga tradición de autores ficticios (a Borges, Piglia y Cervantes, sumémosles Lovecraft y, sobre todo, Bolaño).

VI

Hervé Le Tellier es miembro de Oulipo, el colectivo experimental fundado a principios de los 60 por Raymond Queneau. De allí la ruptura de las formas, sea en la estructura de la novela, en Víctor Miesel o en ese final en forma de caligrama.
¿Hay otra forma de hacer literatura más que rompiendo las estructuras? Sí, la hay. Pero en la ruptura está la diferencia. Queda en los autores y los lectores ver si coinciden en el punto final.

© LA GACETA

Hernán Carbonel - Periodista y escritor.

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