Encontró a un niño abandonado y lo ayudó a salir del infierno de las drogas

Encontró a un niño abandonado y lo ayudó a salir del infierno de las drogas

La historia de solidaridad más intensa y linda que les tocó vivir a Isabel Argañaraz y Braian. Pasaron momentos muy dolorosos, pero ellos nunca se rindieron.

El despertador sonaba temprano cada mañana. Ella, Isabel Argañaraz, tenía una cita inamovible en el hospital de Niños. No iba a cumplir con un trabajo remunerado. Iba porque su corazón se lo pedía. Ahí, en una de las terapias, la esperaba Braian, un niño rebelde de ojazos verdes, al que había conocido en sus rondas por San Cayetano, donde realizaba trabajos solidarios con la Fundación Payaterapeutas Tucumán. “Desde hace 10 años siempre recorremos la zona; buscamos ayudar sobre todo a los chicos de la calle, darles comida y llevarles un poco de alegría”, cuenta.

En esas recorridas, ella no sabía que se encontraría con la historia más triste que había visto en su vida. “Frente a la comisaría, había un auto abandonado y adentro estaba viviendo Braian. La primera vez que lo llevamos al hospital, los médicos no podían creer: tenía los pies mordidos por ratas. Con sus cortos 10 años ya era adicto a las drogas, tal vez desde los seis o siete años había empezado a consumir”, recuerda Isabel, a quien siempre le gustó la idea del servicio hacia las demás personas. De hecho, se capacitó como acompañante terapéutica.

Braian, que ahora tiene 17 años, en el momento que lo encontraron era como un animalito herido, recuerda Isabel. “Era bastante rebelde y agresivo. Se escapaba del hospital. No tenía quién lo supervise y lo ayude, así que me ofrecí para acompañarlo mientras estaba internado y una jueza me autorizó. Fue muy duro al principio. Él lloraba, tenía crisis de abstinencia y se escondía bajo la camilla. Yo lo abrazaba y eso era lo único que lo calmaba. Entonces, de a poco, empezó a contarme todas las historias dolorosas que había sufrido”, relata la payaterapeuta, de 46 años.

Los amigos, los familiares y hasta los compañeros de trabajo de Isabel le decían que no se involucrara tanto, que se alejara, porque la historia de Braian la estaba afectando mucho. Por ayudarlo, le restó horas a su trabajo y también a su hijo. Pero ella sentía que era algo más fuerte. “Yo tenía que estar; nada más importaba”, dice, sin vueltas. Y rememora una tarde que entró al nosocomio y Braian -que había vuelto a usar pañales- le dijo mamá.

Largo proceso

Del hospital, el joven pasó al hogar Belgrano. No le fue bien. Le buscaron una familia que lo adopte, pero no consiguieron, detalla Argañaraz. Entonces, lo internaron en un hogar de rehabilitación para adictos. Isabel lo acompañó en todas esas etapas, durante años. “A veces, si él estaba en crisis, eran días enteros a su lado. Me acuerdo que en mi trabajo (cuidadora de adultos) tenía que ir de lunes a lunes para tener tiempo de asistirlo a Braian”, cuenta la profesional.

Juntos han pasado por muchas cosas hasta que el menor, de a poco, fue mejorando. Si él volvía a la calle y se ponía mal, Isabel siempre iba a su rescate. El teléfono la despertaba a cualquier hora. Como una madrugada en que la llamaron del hospital Eva Perón. Cuando fue, lo encontró en una camilla, atado de pies y manos. “¡Cómo lloramos ese día!”, recuerda, y su corazón todavía se estruja.

Esta historia de coraje y solidaridad todavía no ha terminado. Isabel sigue ayudando a Braian. Pero ahora lo hace por llamadas de celular o mensajes de texto. Es que el muchacho consiguió trabajo en Famaillá, en una carpintería, y se mudó a vivir a esa localidad. Reside en la casa del señor que le ofreció ayuda y empleo hace un año. Se puso de novio con una joven de Aguilares y están esperando mellizos.

“Quedate tranquila, estoy bien”, le repite él una y otra vez. “Es la única que estuvo siempre a mi lado y gracias a ella pude mejorar. Todavía me falta mucho, pero voy a salir adelante”, nos cuenta él por medio de una entrevista telefónica.

Dio todo y más

“Ella dio todo por mí, no sólo cariño. Me dio ropa y comida; me hizo sentir que yo le importaba a alguien. Sé que soy muy difícil de manejar; tengo mi carácter. Cuando me escapaba y andaba en la calle, Isa me encontraba y me daba consejos”, relata el joven. Recuerda que a los cinco años empezó a vivir en la calle. Allí encontró a personas más grandes que le ofrecieron drogas. Fue hasta los siete años a la escuela. Y eso le duele. “Me gustaría tener más educación, aprender sobre tecnología. Me gustaría estudiar y arreglar celulares... ese es mi sueño”, cuenta. Funcionarios del gobierno le prometieron ayuda, pero todavía sigue esperando.

Isabel lo escucha y se emociona hasta las lágrimas. Porque sabe cuánto tiene que ver en esa transformación. No es fácil salir solo del infierno de las drogas. Pero tampoco es fácil enfrentarse a la escena de un adicto viviendo en un auto abandonado. “¿Qué hubiesen hecho otros si se encontraban ante esa situación?”, se pregunta Argañaraz. ¿Cuántas personas como ella están dispuestas a involucrarse, a donar tiempo y esfuerzo sin recibir dinero a cambio?

Para no perder la costumbre, Isabel sigue ayudando en comedores infantiles y en hogares de ancianos. Su voz enérgica subraya el entusiasmo con que encara la vida. La lección con Braian la llevó ahora a encarar otra lucha: anhela que haya un hogar para chicos de la calle que sufren problemas con las adicciones. “El voluntariado es así, una vez que empezás no parás más”, resalta. “No es cierto que no recibís nada a cambio. Recibís mucho más de lo que das”, aclara. Según ella, no es caridad. Es una caricia que te llena el alma.

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