Selva Cuenca: “Con el teatro podés enseñar cualquier cosa”

Selva Cuenca: “Con el teatro podés enseñar cualquier cosa”

La dramaturga que eligió escribir para niños y cumplió 80 años, fue una animadora de una vida cultural tucumana. Define al género como un milagro.

DEL ESCENARIO A LA ESCRITURA. Selva Cuenca recorrió las tablas de la mano de Ethel Zarlenga, pero luego se volcó a la dramaturgia infantil. DEL ESCENARIO A LA ESCRITURA. Selva Cuenca recorrió las tablas de la mano de Ethel Zarlenga, pero luego se volcó a la dramaturgia infantil.

Los recuerdos tejen las voces de una infancia con murmullos ferroviarios. Una adolescencia aburrida, acosada por el pecado. Una facultad liberadora. De vez en cuando, duendes ranchilleños le tiran durante la noche del dedo gordo del pie. Le dibujan en sueños un payaso que llora porque no sabe hacer reír, personajes teatrales que se suben al árbol de la imaginación y le hacen burla. Las palabras fluyen caudalosas cuando habla de su pasión, el arte escénico, de los changuitos que en la actualidad la tienen desconcertada.

“Nací en Cruz del Norte, muy cerca, a unos 15 kilómetros de la ciudad, en el departamento Cruz Alta, cerca de Ranchillos, donde estaba el ingenio San Antonio. Fui a la escuela de Ranchillos. Me acunó el movimiento de los trenes, había uno que paraba en Ranchillos y se bajaban kilos de revistas. Son las primeras lecturas que hago. No sabía leer pero me gustaba mirotear y en una de esas revistas de mi mamá, le dije: ‘acá dice Medidas París’; creía que lo medían a París. Ella me dijo: ‘no, es Medias París’, era una propaganda y empieza a gritar mi hermana de 11 años: ‘¡ya sabe leer!’ A partir de Medias París, leí todo lo que encontraba. A los 11 años, ya había leído todo lo que podía, poesías. Me gustaba soñar y cantar, todos los días me subía a un árbol porque sabía que los vecinos, que eran muy pocos, me escuchaban y cantaba fuerte. Mi primer maestro de guitarra fue el Chango Paliza, cantaba con él. Era una gran seguidora de todos los circos y soñaba con irme, ahí vi el teatro criollo y empecé a crear mundos imaginarios”, cuenta Selva Cuenca, profesora de Letras, actriz, dramaturga, conductora radial y televisiva, que fue una de las protagonistas de la vida cultural tucumana. El Día del Amigo pasado celebró sus 80 julios.

- Parece que la palabra tiene una especie de poder hipnótico sobre vos.

- Me subyugaban las palabras. En tercer grado inventé una obra de teatro donde, por supuesto, yo era la protagonista. En un acto, al que fue el gobernador Luis Cruz, canté la Zamba para Evita y me besó su señora. Soy maestra normal nacional, estudié en un colegio de monjas; tuve una adolescencia tan aburrida, fue en el Colegio de La Merced. Mi mamá me decía que había que estudiar algo que dé plata. Dije: “voy a hacer bioquímica o Letras”.

 - ¿Cuándo despierta la escritura?

- Caminaba seis kilómetros hasta la escuela; me hicieron escribir una cosa relacionada a la primavera, y la maestra la hizo circular por toda la escuela; fui la mejor alumna de la escuela. Había leído mucho. Leí clásicos, los románticos, empecé con la poesía, yo cobraba un sándwich por escribir para los novios de mis amigas y de las empleadas domésticas de mi casa. Después continué la narrativa y se me cruzó el teatro porque empecé muy joven a trabajar en el Consejo Provincial de Difusión Cultural. Cuando terminé el secundario, que era aburrido, complejo, todo lo divertido, lo bueno, era pecado; yo era muy católica en esa época. Tengo ahora un acuerdo tan bueno con Dios, que ya me hice mi propio protocolo para dirigirme directamente a él sin intermediarios; desde que he parido mi primer hijo he vuelto a creer y ahora, en los 80, he decidido creer que sí hay vida después de la muerte. Yo amo la palabra, por eso leo tus poesías.

- ¿Cómo era el ambiente en Filosofía y Letras en ese entonces? ¿Te influyeron algunos profesores?

- Entré en el 60 a la Facultad, con mucha fuerza y ganas de estudiar; éramos muy contestatarios, éramos una patotita formada por Lucila Padrón, Graciela Martínez Pastur y otras chicas… David Lagmanovich nos sedujo, lo adoraba al profesor Billone, a veces me inclinaba por Emilio Carilla. Hemos sido exigentes, tuvimos profesores muy bien formados. María Elvira Juárez era como una segunda madre, una maestra; el gordo Gerardus Van Mameren era un gran amigo nuestro, me hizo un poco desilusionar porque él escribía muy bien y yo en la poesía no andaba muy bien, pero todavía sigo escribiendo poesía y narrativa corta para adultos; me ha fascinado el microrrelato para adultos. A veces me dicen escritora y yo miro para atrás para ver de quién se trata. Yo me siento teatrista, he vivido el teatro…

Selva Cuenca: “Con el teatro podés enseñar cualquier cosa”

- ¿Cómo desembocás en el teatro?

- Empecé cuando fui elegida para hacer el seminario para Canal 10. Me inscribí como guionista. Estaba Alberto Lombana, uno de los organizadores del canal. Luego viene la conexión con el Teatro Estable. Lo traen a Roberto Espina, magnífico mimo y gran director, y hago todos los cursos. Con Carilla y Lagmanovich hicimos teatro leído. Formamos el Tudefyl, con Cacho Farall, Camila Canal Feijóo, Hugo Finkelstein, Orlando Galante, que era un gran actor… dirigido por Ethel Zarlenga. Debutamos en septiembre de 1963 con La zorra y las uvas, basada en la fábula de Esopo, en el aula magna de la Facultad, con un público entusiasta y caliente. Estaban los críticos de los dos principales diarios: Julio Ardiles Gray y Julio Rodríguez Anido, no fueron tan generosos como el público. Luego hice Doña Rosita la soltera, dirigida por Zarlenga, y pensé entonces que iba a ser una actriz. No he tenido una larga experiencia como actriz porque me di cuenta de que no era buena.

- ¿Cómo va apareciendo la idea de escribir teatro?

- El hecho de haber hecho guiones para niños me obligaba a escribir para mi programa televisivo Floripón, era como escribir una pequeña obra de teatro, porque contaba una pequeña historia, comencé entonces a practicar el diálogo. La primera obra que escribí la estrenaron en Catamarca, como inauguración de la Comedia Catamarqueña. Hugo Gramajo padre vino a Tucumán. “Dame el manuscrito de esa obra que estabas escribiendo”, me dijo. “Pero aún no la puedo terminar porque no encuentro el final”, le respondí. “¿Sabés qué? Me gustó mucho lo que me has contado y he venido con la idea de llevarme la obra”. Era Habrá una vez, una obrita que tuvo suerte porque 10 años después la estrenó Lucho Giraud en Tucumán. He escrito mucho, pero solo se han puesto en escena las obras que yo aprecio, cinco o seis.

- ¿Es difícil escribir teatro para chicos? ¿Hay una intención didáctica?

- Nunca me ha interesado que sea un teatro didáctico, lo que he querido es que los chicos aprendan a disfrutar el arte, que es una especie de crisol, porque ahí vas a ver la danza, la poesía, la música… lo que quería era formar un público y tal vez que salga un artista. No tengo ningún interés de enseñar nada; el gusto más grande es sentarme en la última fila, mirar a los chicos y sus reacciones, cuando se ríen, se asustan o lloran. En una de mis piezas, hay un payaso que se pone triste y empieza a llorar porque no podía hacer reír a nadie, quiero conmoverlos, moverlos conmigo y con el amor que siento por el teatro. Quiero que lo sientan al teatro.

- ¿Cómo sería escribir hoy teatro para chicos ganados por la tecnología?

- Mi analista me dice que cuando escriba una novela, me va a dar el alta. “¿Por qué me dice eso si escribí dos obras de teatro con su terapia?”, le pregunté. Tenía que dejar yo, él no me iba a correr. A mí ya se me pasó el tiempo, el teatro no puede ser lo mismo que antes. El que no tiene una formación desde niño con el gusto por el teatro, es demasiada quietud. Yo misma como público ya no voy al teatro porque ya no me siento muy conmovida. Los chicos de ahora viven pegados a una máquina, parece que tienen el teléfono empotrado en la mano, como un personaje que está haciendo ruido en la comunicación humana. Se necesita el teatro de la integración humana, es el modo de comunicación masiva que exige que ese público tenga una respuesta inmediata, los chicos están mareados por el movimiento, por la velocidad. Creo que no están sabiendo leer los chicos.

- ¿A qué se debe que hay pocos dramaturgos infantiles?

- Es cierto. En Tucumán y en general, el teatro infantil ha sido un poco la Cenicienta, ni siquiera lo tenían en cuenta en la literatura. No hace muchos años se creó la cátedra de Literatura Infantil en la Facultad de Filosofía y Letras. Los grandes escritores han escrito cosas para niños. Al escribir para ellos, no podés hacerlo desde tu postura de grande con la intención de aleccionarlos, tiene que ser tu chico interior vivo el que hable; es difícil ahora ponerse ojos de niños porque nos han hecho saltar mucho las etapas. Mi nieta ahora canta todas estas canciones de amor raras y no las de María Elena Walsh, tengo una desilusión enorme.

- Quizás los mayores ya no les inculcan eso, han dejado de cantar, de contar historias. Los chicos son el espejo de los adultos.

- Eso podría ser. Mi nieta siempre me pide cuentos, pero últimamente me he dado cuenta que se aburría. Entonces dije: “la vamos a hacer autora de cuentos”. “Más divertido es contar un cuento entre las dos, yo te cuento un pedazo y vos seguís para donde quieras”. Andábamos muy bien, pero ya se aburrió. Es la velocidad de la comunicación que reciben. Yo me mareo. Yo estoy vieja para eso ya, a pesar de que soy docente. Lo que no se ha mamado… los chicos se hacen grandes de un salto, tengo una nieta de seis años que parece una adolescente tonta, ya tienen novios, ya se enamoran, les interesan las historias de amor y resulta que no ha pasado por todo el asombro de la Walsh. Depende ya no de los abuelos, salvo que vivan con ellos, sino de la madre y el padre, tienen que recordar cómo han sido criados ellos. Con el teatro podés enseñar cualquier cosa, su uso para fines educativos es excelente.

- ¿Hacia dónde vamos en un mundo mediático, superficial, donde cuesta cada vez más pensar y se busca lo más fácil?

- Soy medio negativa en ese sentido, vamos hacia un mundo robótico, frío, que tal vez no aprecie más el arte como nosotros. Agradezco al Señor que me ha puesto en el siglo XX y me ha permitido que todos los asombros se hagan chiquitos.

- ¿Algo que haya quedado en el tintero en la escritura o te sentís conforme con lo realizado?

- El que escribe, el que tiene ese instinto, nunca queda conforme, vos lo sabrás. Siento ese terror de olvidarme las palabras, como me voy olvidando los nombres, a veces señalo cinco veces un objeto que sé cómo se llama y no me sale el nombre… lo he conversado muchas veces con el médico, capaz que tengo una demencia senil relacionada con la palabra. Tengo muchos escritos premonitorios para grandes. Uno se llama Terapia intensiva: es sobre una mujer en estado de coma y la vida que tiene dentro de ella y después tengo otro de alguien que está hace mucho tiempo encerrado en un lugar. Miedo. Me hubiera encantado mucho escribir una novela para chicos, pero no para los de ahora. Sobre mi infancia, sin esa apetencia de consumismo. Estoy antigua para estos tiempos. Teníamos vacas, caballos, conversaba con las plantas y no deseábamos nada. El teatro es un milagro porque es una manera de transmitir sin tocarse, es un medio de comunicación diferente de todos, vos tenés la respuesta inmediata de lo que vos sentís, yo lo he comprobado como actriz, me ha servido para saber cómo trabajo el material de modo que llegue al espectador como algo de goce. Escribo con mucho cuidado, pienso en la belleza, no me gustan las cosas groseras.

Trayectoria

Docente, dramaturga, actriz, Selva Cuenca integró los elencos de los teatros Estable y Universitario. Guionó y condujo el primer programa para niños en la TV local “Floripón”, que se emitía por Canal 10. Conductora en programas para niños en las radios LV12, LRA 15 y LV7. Co-guionista y co-conductora con Gerardus van Mameren del programa literario Entrelíneas. Autora de las obras teatrales “Habrá una vez”, ganadora del Certamen de Teatro del 5º Tucumán Cultural; “Juguemos al teatro”; “¿Quién es? ¿Dónde está?”; “El aprendiz de hechicero”, adaptación libre para ballet, con coreografía de Priscilla Reginato y dirección de Eduardo Espíndola. Publicó “Poesía infanto-juvenil del NOA”; “La tejedora de sueños” y “Lapacho”, libro para 4º grado de las escuelas de Tucumán.

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