La Independencia es un sueño eterno

La Independencia es un sueño eterno

“Entre tantas preguntas sin responder, una será respondida: ¿qué revolución compensará las penas de los hombres?”. Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno.

Todos los años, para esta época, el tiempo parece dislocarse aquí. Acuden las autoridades nacionales a dar cumplimiento a un decreto de la década de los 90 que dice que Tucumán se convierte en la capital de la Argentina. Y rinden homenaje a los próceres de la patria. En esa evocación del pasado (que para unos será sentida y para otros apenas una formalidad) es cuando se produce la ruptura. El tiempo parece, en algunos aspectos (demasiados, tal vez), correr en sentido contrario. Los sucesivos gobiernos provinciales no han revertido esta tendencia inquietante. Y trágica. Según el caso, porque no pudieron o no quisieron o no supieron o por todo ello en conjunto. Pero los gobiernos nacionales no son inocentes (ni este ni los anteriores) de que este Tucumán no sea el de 1816, sino, por momentos, uno que parece ser infinitamente anterior a ese tiempo.

Puesto en perspectiva, el calendario de la historia ha querido que estos primeros días de la segunda mitad del año dibujen, cruzando de un siglo a otro, la que bien podría considerarse como la “Semana de Tucumán construyendo la Patria”.

El 5 de julio de 1683 fue fundada la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca. Su hacedor fue Fernando Mate de Luna, nada menos que como gobernador de Tucumán.

Un día después de un siglo antes, el 6 de julio de 1573, fue establecida la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía. Su fundador fue Jerónimo Luis de Cabrera, exhibiendo la dignidad de Gobernador de Tucumán, Diaguitas y Juríes.

Por supuesto, el 9 de Julio de 1816, el Congreso de las Provincias Unidas dio la Declaración de la Independencia. Fue una hora genuinamente americana. Sucedió “en la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán”.

Aquí no sólo nacían ciudades: aquí se parían naciones.

Pero para el primer siglo de esa última gesta, en 1916, el presidente conservador Victorino de la Plaza no simpatizaba con el gobernador Ernesto Padilla, del Partido Liberal, y los festejos y las obras debieron correr por cuenta del Gobierno tucumano. Aún están en pie, en la Cuadra del Centenario, en avenida Sarmiento al 600, donde colindan el Teatro San Martín, el antiguo edificio de la Legislatura y el ex hotel Savoy, que luego albergó al Casino de Tucumán.

Para los 150 años, un golpe militar había sentado de facto a Juan Carlos Onganía, que organizó un desfile en 1966 y, luego, fue responsable del descomunal éxodo de al menos unos 200.000 tucumanos tras el cierre de la mitad de los ingenios. Después vendrían los años de la violencia social, el terrorismo de la guerrilla y, peor aún, el terrorismo del Estado.

Para el bicentenario de 2016 ninguna obra de gran envergadura fue inaugurada (nada habían proyectado ni el kirchnerismo ni el alperovichismo) ni anunciada (el macrismo nacional no simpatizaba con el manzurismo local). Así que Tucumán sólo es “La Cuna de la Independencia” una vez al año. Después, es tan solo una provincia de liberales o de industriales conservadores, de radicales “concurrencistas” hasta la Década Infame, o de peronistas desde la década de 1940 en adelante.

Ahora, de ser los “creídos del norte” somos los envidiosos del NOA, especialmente frente al desarrollo urbanístico de Salta y a las obras públicas de Santiago del Estero.

¿Qué celebración compensará las postergaciones de esta provincia?

Tanta historia

Al Tucumán del siglo XIX lo jalona una historia de grandezas. Aquí se libraron las peleas que había que dar. En 1812, el ejército realista va a Jujuy con 3.200 hombres, entre infantes y caballería. Manuel Belgrano, que ha ordenado a los jujeños el heroico y sacrificado éxodo, llega al Tucumán de 5.000 habitantes con la orden de abandonar también esta ciudad. Pero tras exponerles a Bernabé Aráoz y a Pedro Miguel Aráoz las necesidades de hombres y dinero para enfrentar al enemigo, ellos ofrecen el doble. Aquí nos plantamos. Y el 24 de Septiembre, en la Batalla de Tucumán, derrotamos a Pio Tristán y le torcimos el brazo al destino.

También esta tierra dio hombres que supieron que había batallas que no debían continuar. Estadistas que apagaron la guerra civil argentina, otra vez, fundando ciudades. El país que nacía debía tener una capital y esa fue la ciudad de Buenos Aires. Entonces, se le adeudaba una ciudad capital a la provincia de Buenos Aires. Un tucumano tomó el compromiso de resarcir esa deuda: ciudad por ciudad. El otro mandó a construir La Plata. Sus nombres están en el Obelisco: son los ex presidentes Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca.

En medio, hubo otro tucumano, cuya obra nos hace argentinos. El 9 de Julio de 1816 comienza la independencia de nuestro país, pero también de Bolivia, de Paraguay y de Uruguay, porque parte de esos territorios son, también, “Provincias Unidas”. ¿Qué nos hace argentinos, entonces? La Constitución de 1853, cuyas “Bases” cimentó Juan Bautista Alberdi. Porque los cuyanos tienen más cosas en común con los chilenos que con los porteños, que tienen más cosas en común con los uruguayos que con los norteños, que tenemos con los bolivianos y los paraguayos más cosas en común que con los pampeanos. Pero todos nos reconocemos en esa Ley fundamental y fundacional inspirada por un prócer genuinamente tucumano.

En el siglo XXI, los oficialistas y los opositores de Tucumán están inmersos en sus respectivas “guerras civiles políticas”.

¿Qué acto protocolar compensará el descarrilamiento de Tucumán de su sendero de gloria?

Tanta angustia

Después de la trascendental Batalla de 1812, Tucumán se convirtió en la cabecera del Ejército del Norte. El establecimiento de fuerzas militares en el inicio del siglo XIX hizo de esta provincia un enclave más seguro. Y mucho más también. El establecimiento de las fuerzas de seguridad trajo aparejada la instalación de un hospital militar. Un hecho casi vanguardista para el Norte Grande. Simultáneamente, los sueldos para los soldados y los oficiales que se afincaron en la provincia, naturalmente, se gastaban aquí. De modo que comenzó a vivirse un florecimiento real de la actividad económica y comercial. El crecimiento es tal que, cuatro años después, se acordará que aquí estaban dadas las condiciones para reunir al Congreso de 1816.

Los miedos de los tucumanos, hoy, los acercan a una población temporalmente anterior a 1816. Entre los temores recurrentes que los provincianos manifiestan en la mesa del bar, en la cola del banco, en el mostrador del almacén o en el asiento del colectivo se encuentran la angustia por la crisis económica y sus jinetes (la pobreza y el desempleo); la inseguridad ciudadana para los que deben salir y también para los que se quedan en casa; y la incertidumbre respecto de la evolución de la pandemia y la provisión de vacunas.

En el Tucumán de mucho antes de la Declaración de la Independencia también se temía al hambre, a los malones y a las pestes.

¿Qué declaración compensará las penurias de este pueblo?

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