Griselda Barale: “nunca tuve un optimismo total; las crisis resaltan lo mejor y lo peor de las personas”

Griselda Barale: “nunca tuve un optimismo total; las crisis resaltan lo mejor y lo peor de las personas”

Al cabo de 37 años de docencia y estudio en la UNT, la doctora en Filosofía brindará mañana su conferencia de grado.

Griselda Barale sostiene que sus 37 años de docencia en la UNT nacieron con buena estrella y por eso se siente una privilegiada. Con la cadencia de esa tonada cordobesa que nunca resignó habla de sus maestros con la justa proporción de amor y de respeto. Entonces mañana el espíritu de María Eugenia Valentié, de Lucía de Zucchi y de Roberto Rojo harán de las suyas en el aula virtual. “Arte y erotismo” se titula la conferencia de grado que Barale, Doctora en Filosofía y profesora titular de las cátedras de Estética y Pensamiento Filosófico, brindará a partir de las 19.

Es una buena oportunidad para repasar con ella una vida dedicada al estudio, a la docencia y a la investigación, múltiples facetas con las que Barale contribuye a la usina de pensamiento que viene distinguiendo desde hace décadas a la carrera de Filosofía en la UNT.

- ¿Cómo se preparan momentos tan especiales como este, en una clase que tendrá la impronta de un homenaje?

- Con una mezcla de pena y de alegría. Son tantos años en la Universidad... Imagínese que rendí mi primer concurso interino en marzo de 1984, apenas comenzada la democracia. Para mí fue un recorrido hermoso, me siento una privilegiada por haber trabajado con maestros con quienes me formé, y también porque pude trabajar en lo que me gusta: dar clases y formar gente.

- ¿Quiénes fueron esas figuras inspiradoras?

- María Eugenia Valentié fue mi maestra desde siempre, con ella hice mis tesis, la de licenciatura y la doctoral. Con el profesor Roberto Rojo estudiamos muchísimo, fueron años de estudiar Platón, Aristóteles, Hume, Hegel... Todos los años tomábamos uno distinto. Era un privilegio. Y Lucía de Zucchi nos enseñó muchas cosas, era una mujer estupenda, fina, de una mentalidad abierta. Genié Valentié y Lucía fueron maestras con las que una podía identificarse.

- ¿Y siguen presentes?

- Me siento muy honrada porque estoy dirigiendo la tesis doctoral de una discípula, con una beca del Conicet, sobre Genié y Lucía, a las que se suma la escritora Elvira Orphée. Tres mujeres tucumanas. Siento que es una devolución a todo lo que recibí. De ellas aprendimos cosas muy importantes.

- ¿Por dónde pasa ese legado?

- Lucía se fue con una beca Humboldt a estudiar a Alemania y estuvo con la crema de la filosofía en ese país. Sin embargo, aprendió otra cosa y nos la heredó: centrarse en el pensamiento que uno tiene. Cuando volvió fundó el Instituto de Pensamiento Argentino. ¿Qué había aprendido de los alemanes? A estudiar lo propio. Con Genié aprendimos a ver lo próximo también. Por supuesto, siempre estudiando los clásicos de la filosofía con un rigor impresionante. Cuando ella empieza a analizar los mitos del Noroeste nos dimos cuenta de que teníamos tesoros intelectuales en la cultura popular; mitos que nos enseñaban tanto como analizar los mitos grecorromanos.

- ¿Y el profesor Rojo?

- Podía pasar de la lógica a la poesía con una naturalidad maravillosa. Nos enseñaba un pensamiento muy riguroso y a la par nos recitaba poemas. Eso no es poco.

- ¿Cómo fue su abordaje a la carrera de Filosofía?

- Estudié la mitad de mi carrera en Córdoba, pero a los dos títulos -el de grado y el de posgrado- me los dio Tucumán. Viví el Cordobazo y toda una historia que me marcó a fuego, después vinieron años duros con la Dictadura. De repente la silla de algún compañero aparecía vacía. Fue muy terrible.

- ¿Cómo siguió la historia?

- Demoré mucho en terminar la carrera porque me fui a vivir a Santiago del Estero y venía a clases en Tucumán. Además, me recibí a fines de los 70 y no me daban el título, por más que tenía todo en orden. Siempre algún burócrata decía que me faltaba algo, incluso una vez me informaron que se había perdido mi expediente. Me salieron becas e invitaciones a Europa, pero no podía aprovecharlas. Fue así que pasaron los años y al título me lo dio el profesor Billone en 1984. Eso también fue efecto de la Dictadura.

- ¿Cómo se comportó la Facultad en esos tiempos?

- Me parece que la Facultad de Filosofía fue más papista que el Papa. Es que volvieron nuestros colegas que habían sido echados, como Silvia de Franco, Lito Schkolnik, Mara Norry, Susana Maidana, Gaspar Risco Fernández, y la Facultad se apuró más que ninguna para tomar concursos a los que regresaban. No se tuvo en cuenta en ese momento que después del trauma de estar fuera, de estar echado, incluso en el exterior, a alguno no le fue bien en esos concursos. Debimos haber hecho lo de otras Facultades: reincorporarlos y tomarles el concurso un par de años después. De eso me doy cuenta ahora, cuando lo miro a lo lejos. No era tan fácil volver y rendir, por eso digo que fuimos más papistas que el Papa.

- ¿Y en el aspecto académico?

- Es una Facultad que se fue rearmando con memoria y con mucho talento, a la que volvió gente importante, y en la que ya egresados tuvimos la oportunidad de formarnos en cosas muy interesantes. Había chicos que habían hecho toda la carrera de Filosofía en la Dictadura y no sabían quién era Marx. O la Carta Séptima, de Platón, que estaba prohibida porque habla de lo que es ser un dictador, aunque le ponga otro nombre. Era como si Platón hablara de Videla. Por eso ese año 84 fue sacarles polvo a los libros, por suerte a muchos los habían escondido. Fue hermoso en ese sentido, una refundación, y mucho más rápida -por ejemplo- que la de la Universidad de Córdoba.

- Son 37 años en la docencia. ¿Por dónde pasa la clave de la relación con los alumnos?

- En la carrera de Filosofía es muy particular. Cuando era alumna a veces éramos cuatro o cinco, entonces si faltábamos a clase la profesora llamaba por teléfono para saber qué había pasado (risas). Por eso creo que la relación con los estudiantes no es sólo intelectual, sino también de afecto, de cariño, una se involucra y conoce las dificultades de cada uno. Se puede atender muy personalizadamente.

- Pero no es lo mismo enseñar Estética que Pensamiento Filosófico...

- Claro, ahí tengo la experiencia de la multitud. Es una materia común para casi todas las carreras, antes se llamaba Introducción a la Filosofía. Hablamos de 1.000 alumnos, 500 por cuatrimestre. Eso es mucho más difícil, son comisiones de 100 estudiantes y una clase teórica con un auditorio de 600 personas. Hay que aprender a hablar delante de tanta gente. En esa circunstancia, mi experiencia de cada año, aunque diera el mismo tema -como el caso del Mito de la Caverna-, es de respeto por el alumno. Y siento que el equipo que dejo en esa cátedra obra igual. El respeto pasa por estudiar, por preparar la clase, por repensar lo que voy a decir, por escuchar cuando preguntan. Hay que sentir esa responsabilidad de que ese otro, que está en primer año y recién entra a la universidad, entienda la clase.

- ¿Cómo es ese ida y vuelta?

- El alumno capta el entusiasmo del profesor, el respeto, el que no es un improvisado. Creo que durante tantos años he sido capaz de transmitir amor y pasión por lo que hago. El estudiante siente eso, aunque sea entre una multitud. La clase me muestra a mí gozosa, placentera, porque es bonito lo que estoy haciendo. Eso lo fui recogiendo con los años en la calle, con la gente que se acerca a saludarme. Pero no es porque yo haya sido una profesora fantástica y erudita, sino por la pasión, por el deseo de transmitir, porque comprendan. Y sobre todo porque en esta relación erótica entre alumno y profesor es darse cuenta del amor que uno pone. Eso es lo más importante.

- Pero no lo único...

- Siempre les digo a los alumnos de primer año cuál es mi máxima aspiración: que al final de la materia que doy les haya cambiado la conversación. Que hablen de otra cosa. Esa es la aspiración más ambiciosa que puedo tener.

- ¿Cómo prepara la conferencia de grado?

- Voy a mostrar imágenes eróticas del arte y a hablar sobre la importancia del erotismo, en el que hay una dimensión antropológica porque es la sexualidad humana que se llena, se expande y se recrea con la imaginación, con lo simbólico. El erotismo tiene que ver con lo cultural; Oriente y Occidente tienen formas de erotismo diferentes. Pero no sólo entra lo cultural entre dos seres que se encuentran; sino lo personal, la novela familiar, como diría Freud. Cuando los amantes se abrazan no están solos: están el pasado y la cultura de cada uno. Es el soporte cultural de lo que excita, de lo que se transmite, de lo que se imagina, de lo que se fantasea.

- ¿Con qué tiene que ver entonces el erotismo?

- El erotismo no tiene que ver con la procreación, lo que nos diferencia del animal. Tiene que ver con los cuerpos, con lo religioso también. Puede tener que ver con el amor, pero también pueden ser dos personas que se encuentran y tienen una relación erótica, por medio de una liviandad del cuerpo y en una comunión hermosa. El juego erótico es infinito, como personas y encuentros hay. Son cuerpos con fisuras por donde entran las palabras, la imaginación, los miedos, el deseo, las fantasías más íntimas y prohibidas; las prohibiciones sociales y familiares; el deseo de transgredir. Es como dice “El cantar de los cantares”: “mi amado puso la mano en mi fisura”. Pero también pende en el encuentro erótico el decir no.

- ¿Cómo se imagina el mundo postpandemia?

- Nunca tuve un optimismo total porque las épocas de crisis resaltan lo mejor y lo peor de las personas. Entonces los buenos son mejores y los malos parece que se vuelven peores. El año pasado me invitaron a una mesa panel en México, en un congreso internacional sobre este tema, y presenté una reflexión acerca de la filosofía de la vida, a partir de Nietzsche. ¿Por qué con él? Esto lo aprendimos bien con Lucía de Zucchi. Nietzsche es un filósofo de la vida, pero no en el sentido antropocéntrico, sino de la vida misma. Esta crisis me hizo notar el sentido de la filosofía de la vida; que cuidar la vida abarca a todos. Esto nos va a hacer replantear el valor de nuestro planeta y de la vida en él.

- ¿Por dónde están pasando los cambios?

- Neil Postman, que es un tecnólogo, dice que una vez que la tecnología se echa a andar ya no retrocede. Pongamos el ejemplo de la actividad académica. Vamos a volver a la Facultad, que es lindísimo por la posibilidad de discutir, tomar café y perderse en esa biblioteca maravillosa. Pero ahora también sabemos que si perdemos una clase, cualquiera sea el motivo, la podemos recuperar de esta manera (la virtualidad). Ya nos hemos acostumbrado, así que nada va a ser igual.

- ¿Y entonces?

- A partir de la Revolución Francesa hablamos de la contemporaneidad. ¿Qué va a pasar dentro de unos años? A veces me parece que esta era puede terminar con el covid. Capaz que empieza otra era, a partir de esta pandemia que ha mostrado los perfiles de países solidarios y de países acaparadores. ¿Cómo es eso de que Canadá tenga siete veces la cantidad de vacunas que necesita, o Israel cinco veces, o lo de Estados Unidos? La pandemia fue pan-demia, pero la solidaridad no fue pan-solidaria.

- ¿Cómo la afectó todo esto desde lo personal?

- Esto va a ser un antes y un después de lo contemporáneo, y un antes y un después de la educación. Vamos a tener que pensarlo mucho, corrernos de ciertos hábitos que hemos adoptado. Estoy en Tafí del Valle con mi esposo y no tengo de qué quejarme; por mi ventana veo el lago, la montaña... Pero he sentido la soledad y la he sentido con fuerza, con dolor. No tengo de qué quejarme pero estoy presa en el paraíso. El hábito de la soledad es horroroso, por eso espero que recuperemos el hábito de una sociabilidad de piel, de cuerpos que se abrazan. Lo estamos perdiendo y es triste.

- ¿Y cree que en esta nueva era el rol del filósofo se va a mantener inalterable?

- El filósofo está cada vez más metido en la vida social, en la vida de las personas. Tenemos la oportunidad de llegar a más gente. La filosofía atraviesa la vida social, la vida intelectual, la vida política, y creo que va a seguir así. Son 2.500 años en los que venimos demostrándolo, y pienso que quienes estamos en filosofía nos hemos animado a tener foros más amplios y a llegar a distintos ámbitos. La filosofía es irrenunciable, lo fue en todas las eras, porque es irrenunciable pensar y ayudar a pensar; es irrenunciable saber discutir y ser crítico, con uno mismo y con lo que lee. Decía Levi-Strauss que antes de la filosofía las primeras reflexiones intelectuales fueron los mitos, que interpretaban el mundo. Esto de interpretar la realidad, de cuestionarnos y de pensar lo humano en toda su dimensión es irrenunciable. Por eso la filosofía va a seguir.

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