La estrategia es fragmentar

La estrategia es fragmentar

Salgan a la cancha. Casi como una orden generalizada, la Casa Rosada puso a rodar la pelota en una de las elecciones consideradas bisagra para el poder de turno y en la que la oposición -concentrada particularmente en Juntos por el Cambio- también se juega mucho porque un triunfo rotundo en las urnas del Frente de Todos, el domingo 14 de noviembre, significará el fin de una pelea contra una forma de hacer política. La radicalización de Cristina Fernández de Kirchner sólo ha llegado a determinados temas públicos (más bien jurídicos y de intereses personales), pero frente a la debilidad de la imagen del presidente Alberto Fernández, la titular del Senado se puso al frente de la campaña, con una suerte de corrimiento hacia candidatos más moderados. Ella está ya en modo electoral. Por eso a nadie debe extrañar que la vicepresidenta de la Nación esté en permanentes contactos con los gobernadores -incluyendo al tucumano “Juancito” Manzur como ella le ha dicho siempre- para afianzar una campaña envuelta en una pandemia de la Covid-19, con la llegada de vacunas, y en una crisis económica que se traduce en más inflación, caída de actividad y controles de precios. Por más que en cada distrito se mencionen algunos nombres como candidatos a diputados y a senadores, estas elecciones se caracterizarán más por la impronta de las siglas de cada fuerza electoral que de la imagen que tal o cual persona pudiera tener. Buenos Aires digitará todo lo que pase en las nóminas de postulantes. Eso pasará en el Frente de Todos y también en Juntos por el Cambio.

Las internas están de moda. Antes de las PASO ya se perciben las divisiones por una tajada de poder. Sucede en el oficialismo con la puja Manzur y Osvaldo Jaldo; también entre los radicales (la batalla entre los intendentes y los parlamentarios) y están los líberos que, quiera o no, terminarán jugando para uno u otro sector mayoritario, aún tratando de presentarse como la alternativa de la oposición.

Manzur arranca hoy, virtualmente, la campaña del Frente de Todos. La semana pasada observó algunos escenarios de las encuestas que se manejan en la Casa Rosada. No importa el cómo, sino el resultado: Tucumán debe garantizar un piso del 40% del total de los electores del distrito. Esa es la consigna nacional. De allí la renovación de las promesas para el financiamiento de obras y la predisposición natural de un gabinete que está dispuesto a facilitarle todo lo que Manzur necesite para consolidar su conducción en la provincia.

El gobernador trata de reunir a la tropa sobre el manto del Partido Justicialista. Pero no todos responden a él. Aún hay dirigentes que ven en Osvaldo Jaldo la alternativa interna para la continuidad peronista más allá de 2023. Ese capítulo seguirá abierto este año y tal vez los próximos antes del recambio institucional. Nada será como antes por más que los conductores de dos poderes netamente políticos del Estado firmen otra tregua. Los problemas sobrevendrán en la medida que ninguno de los dos pueda obtener el resultado esperado por la Casa Rosada, que inscribió a Tucumán como provincia ganadora para el Frente de Todos.

Mientras tanto, el arbitraje de la política manzurista intenta fragmentar a la oposición, con el fin de ganar espacios en el escenario tucumano. Lo padece el intendente, Germán Alfaro, que tendrá que ir acostumbrándose a la injerencia de la Casa de Gobierno en la inauguración de obras en la Capital, como las de la plaza Independencia. En la sede del Poder Ejecutivo consideran que, ante una posible visita presidencial para el 9 de julio, un punto de encuentro de la política sería el principal paseo de la provincia. Otro tanto ocurre con los intendentes de Yerba Buena, Mariano Campero, y de Concepción, Roberto Sánchez. Ambos quieren consolidar su campaña proselitista en base a la gestión, pero en la última cumbre de Juntos por el Cambio, los parlamentarios radicales les pasaron factura acerca de cuánto le costará políticamente a ambos montarse en las obras que Manzur les promete. La construcción política de ambos jefes municipales no tiene destino para 2021; aspiran a ser parte de la fórmula de 2023. No hay espacio para todos. Y en Tucumán, como en el resto de los distritos, los radicales están ansiosos por volver a ocupar espacios de poder, sin abandonar sus recurrentes internas.

El primer semestre está apagándose. El oficialismo volvió a montarse en la soja, mientras intenta mejorar la imagen de la gestión sanitaria con la distribución de las vacunas por doquier. La inflación sigue siendo su principal escollo. De todas maneras, no habrá ajuste. Cualquier medida impopular será postergada hasta después de mediados de noviembre. A los argentinos se les erizó la piel cuando el Presidente habló del retorno de los próceres a los billetes. Eso y decir que habrá más emisión es lo mismo. El Gobierno quiere ganar las elecciones. Y, de ser necesario, lo hará ampliando el financiamiento de programas sociales que, según cálculos privados, ya llegan a 21 millones de beneficiarios, casi la mitad de la población del país. Esa es una base del sustento electoral de la actual gestión, de una moneda que tiene otra cara, la de un 40% de los habitantes en situación de pobreza. El oficialismo puede ganar en la coyuntura. Pero la Argentina seguirá teniendo ese profundo problema de fondo, que la crisis agudizó y que aún no encuentra una salida para mejorar la situación general.


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