25 gobernadores en 40 años: una época excepcional de Tucumán.

La historiadora Diana Ferullo nos ayuda a interpretar una etapa que merece mucha atención.

Lídoro Quintero, Federico Helguera, Lucas Córdoba y José Posse. Lídoro Quintero, Federico Helguera, Lucas Córdoba y José Posse.
Guillermo Monti
Por Guillermo Monti 30 Mayo 2021

Hablamos de un tiempo -la segunda mitad del siglo XIX- en el que se celebraban elecciones casi todos los años. Mientras el país se acomodaba a la institucionalidad, la provincia iba definiendo su perfil. La historiadora Diana Ferullo nos ayuda a interpretar una etapa que merece mucha atención.

La investigadora Diana Ferullo es licenciada en Historia y Doctoranda en Humanidades por la UNT. Becaria del Ministerio de Cultura de la Nación. Profesora adjunta de Historia del Arte y Patrimonio Cultural I y II en la USP-T y tallerista de extensión en la Facultad de Artes de la UNT. Fue becaria del Conicet.

- ¿Por qué tuvo Tucumán nada menos que 25 gobernadores en un lapso de 40 años? 

- El dato llama la atención y por eso es imprescindible la explicación del historiador. Diana Ferullo investiga esta etapa de la vida política provincial, labor dificultosa porque no sobran las fuentes. Al contrario, es un segmento de la tucumanidad no demasiado explorado por los especialistas. Es, a la vez, una época apasionante, esa segunda mitad del siglo XIX en la que el país empezó a transitar la institucionalidad, dejando atrás las guerras civiviles y a caballo de la Constitución de 1853. Mientras tanto, en la provincia pasaban muchas cosas...

- ¿Cómo se dirimieron los escenarios electorales entre la gobernación de Marcos Paz en 1860 y la de Próspero Mena en 1901?
- El devenir político estuvo marcado por el ritmo casi incesante del calendario electoral. No existían, como ocurre hoy, años no electorales, ya que de acuerdo con la constitución provincial de 1856 (que tuvo vigencia hasta 1884) los gobernadores se elegían cada dos años sin posibilidad de reelección consecutiva. Además, la Legislatura provincial se renovaba todos los años por mitades, y a esto se sumaban los comicios para elegir a las autoridades nacionales legislativas (como los diputados y senadores al Congreso) y ejecutivas (como el Presidente y su vice). Si consideramos que cada proceso electoral generaba dinámicas de disputa y negociación, y que podía involucrar realineamientos políticos, el desafío era generar horizontes de estabilidad en escenarios lábiles, caracterizados además por las luchas entre facciones por el acceso a los entramados del poder.

- ¿Cómo se conjugó la gobernabilidad con los períodos de inestabilidad política imperante?
- A lo largo de los 40 años a los que hacemos referencia fueron varias y diversas las coyunturas de algidez política atravesadas en Tucumán, como la revolución contra los Posse en 1867, la intervención federal de 1887 en manos del juarismo y la revolución radical de 1893. Estos tres procesos claves implicaron drásticos recambios de los elencos políticos y una mayor injerencia de las autoridades nacionales sobre los ámbitos de la autonomía provincial tucumana. Sin embargo, también debe remarcarse un período de relativa estabilidad institucional que se prolongó por 20 años, desde 1867 hasta 1887, en el cual la provincia estuvo prácticamente exenta de levantamientos, revoluciones e intervenciones federales.  

- ¿Cuáles fueron las características de las elecciones en el período de hegemonía de los Posse y qué precipitó el desenlace revolucionario?
- Luego de varios combates armados y batallas como las del Manantial y del Ceibal, la década de 1860 abrió un nuevo ciclo signado por la hegemonía liberal y el dominio político de los Posse en la provincia. Esto se produjo en consonancia con los triunfos militares sobre las fuerzas federales urquicistas, y el arribo al ejecutivo nacional de Mitre acompañado por el tucumano Marcos Paz en la vicepresidencia. La hegemonía que detentaron los Posse, encabezados desde el ejecutivo provincial por José María del Campo y José y Wenceslao Posse, estuvo estrechamente unida al poderío militar y económico de dicho clan familiar y a su impacto sobre los escenarios electorales del momento.

- ¿Cómo se articulaba ese poder?
- Desde 1863 hasta 1877, para que un ciudadano pudiera votar se debía acreditar su enrolamiento en la Guardia Nacional y eran sus oficiales los encargados de suministrar la cantidad de boletas de clasificación necesarias para el éxito de una elección. Así se afianzó una relación directa entre ciudadanía en armas y elecciones. Sin embargo, la acérrima ocupación de posiciones políticas de los Posse sumado, entre otros factores, a su enriquecimiento en torno a negocios con el Estado, configuró antagonismos pronunciados que precipitaron la revolución de 1867 encabezada por Octavio Luna. Esto marcó el fin de la preeminencia de los Posse y puso de manifiesto los límites para constituir un esquema de poder estable que excluía tajantemente a otros grupos políticos. Quedó también al descubierto la necesidad de gestar una mayor estabilidad institucional por fuera del protagonismo de las armas, es decir, acentuando las vías legales de acceso al poder.

- ¿Qué siguió después? ¿Cómo se implementaron esas vías?
- Es aquí cuando empiezan 20 años de ejercicio sistemático de la administración, de periodicidad del calendario electoral y de respeto por las normas constitucionales. Esto no significaba el fin de las disputas políticas, pero sí una voluntad de encontrar nuevas vías de resolverlas. Un ejemplo fue la política de conciliación de partidos llevada a cabo por el Presidente tucumano Nicolás Avellaneda, que intentó acabar con la estrategia de abstención electoral y conspiraciones revolucionarias que el mitrismo ejercía para quitar legitimidad a las autoridades electas. A través de la incorporación de miembros de la oposición al gabinete nacional y a los Gobiernos provinciales, la conciliación procuraba garantizar gobernabilidad desarrollando un experimento político a favor de la pacificación.

- ¿Cómo funcionó esto en Tucumán?  
- La política conciliatoria reincorporó a los mitristas a un lugar de renovado protagonismo dentro de la Legislatura a través de listas mixtas, pero este armado resultó complejo a la hora de consensuar los candidatos, al tiempo que la falta de acuerdos propició nuevos focos de conflicto, pero esta vez al interior del aparato institucional provincial. La contracara de la conciliación de partidos fue la apertura de una coyuntura de inestabilidad política, que propició la renuncia del gobernador Federico Helguera (1877-1878) y el débil gobierno de su sucesor Domingo Martínez Muñecas (1878-1880). Esta inestabilidad impactó de manera directa a través tensiones internas en el armado de la primera campaña presidencial de Roca.  

- ¿Cuál fue el nivel de influencia de Julio Argentino Roca en el devenir electoral tucumano?
- El roquismo comenzó a gestarse como grupo político a partir de 1879, al amparo del Partido Autonomista Nacional, una coalición de alianzas provinciales que pronto se transformó en partido hegemónico. En Tucumán una de las fortalezas del grupo durante la primera presidencia roquista (1880-1886), radicó en ocupar los cargos ejecutivos y casi la totalidad de los legislativos, asegurándose reelecciones periódicas. Se pautaba así dejar atrás los costosos años conciliatorios. Esto no significó que la voluntad presidencial siempre prevaleciera, ya que las autoridades provinciales hicieron valer su peso en la configuración de las candidaturas y la resolución de las tensiones políticas se realizó a través de negociaciones privadas incesantes, que utilizaron como vía privilegiada el intercambio epistolar que tejía las fibras de un entramado de pactos y reciprocidades. Roca, a diferencia de su sucesor Miguel Juárez Celman, evitó la promoción de revoluciones, revueltas e intervenciones federales. Se trataba de la permanente construcción de una urdimbre, de una política artesana cuyas relaciones e implicancias con los ejecutivos provinciales variaron de administración en administración.

- Entonces no siempre ganaban los candidatos del Presidente.
- Exacto, eso ocurrió en la elección a diputados al Congreso de 1881. Uno de los recomendados por Roca para representar a Tucumán había sido el periodista Benjamín Posse, quien se había enfrentado unos años antes a balazos en la plaza principal con el entonces gobernador en ejercicio, Miguel Nougués. Pese a ello, Posse apeló a que Roca y Juárez Celman “apretaran un poco el espíritu” del primer mandatario provincial. Nougués se mostró implacable y apeló al viejo repudio en torno al poderío del clan de los Posse en puestos estratégicos, considerando mejor “no mover el avispero”. De esta manera, el apoyo presidencial no pudo evitar que Posse quedara fuera de escena como candidato y que Nougués ganara esta vez la partida.

- ¿Cómo se lo tomaron los protagonistas?

- Ante el fracaso de su candidatura, Posse le reclamó al Presidente que no había realizado las gestiones suficientes para su victoria. Roca respondió, con un dejo de ironía y resignación: “cuando usted sea Presidente verá que no puede”. Estas palabras de impotencia no sirvieron de consuelo para Posse, quien decía sentirse descartado y echado a la calle como los andamios de un edificio ya coronado y que ahora no servían más que para “palos de atar terneros”. En este caso, el Presidente había preferido no arriesgar el apoyo estratégico de un Gobernador aliado como Nougués, en pos de una diputación que carecía de los consensos suficientes para salir victoriosa. De esta manera, hacía patentes los límites de las influencias políticas y la complejidad de los consensos en torno al nombramiento de un candidato, destacando que en el devenir de los derroteros políticos no era posible conformar a todos sus correligionarios.  

- ¿Cuáles son los principales escollos a la hora de adentrarse en el estudio de la historia política de este período?
- Un primer escollo es el del acceso y disponibilidad de las fuentes utilizadas para la investigación y esto se relaciona también con el cuidado de nuestro patrimonio documental y las instituciones que lo resguardan. Son habituales en los estudios del siglo XIX las lagunas o baches de documentación en los que, por ejemplo, carecemos de prensa o actas electorales. Quizás los acervos más importantes engloben a los documentos oficiales y la correspondencia, pero aun así gran parte de ellos se sitúan en instituciones nacionales con sede en Buenos Aires, lo cual dificulta el acceso de los investigadores del interior del país. Sumado esto al escaso material digitalizado disponible, cuya ausencia resuena con fuerza en tiempos de pandemia. Últimamente se ha puesto el foco en otros repositorios a través de nuevas preguntas y problemáticas no tan exploradas, que nos llevan a bucear en archivos judiciales, fotográficos o de logias masónicas en búsqueda de nuevos campos, enfoques y matices.

- ¿Y cuáles son los desafíos que se le presentan al investigador?
- Se trata de la mirada, de las preguntas que nos hacemos, de enfoques que privilegien las lógicas de lo regional o local por encima de las interpretaciones centralistas y uniformes. Se trata de dar cabida a las especificidades en diálogo con un panorama amplio de actores, espacios y categorías de análisis. Algunas de las nuevas vertientes que se conectan con la historia política se relacionan con temáticas de género o infancias, con clubes de obreros y militancias estudiantiles, con una incipiente historia de las emociones que pone el eje no ya en discursos y proclamas, sino en cuestiones fundantes como los sentires que impulsan acciones. Se apela al estudio de las sensibilidades y de las pasiones que conllevan la participación y el compromiso por las causas compartidas. De esta manera, la historia política se transfigura en una historia a ras del suelo, ligada más intrínsecamente con lo social.

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