Entrevista a Tomás Balmaceda: “las redes sociales son un registro cotidiano de la pandemia”

Entrevista a Tomás Balmaceda: “las redes sociales son un registro cotidiano de la pandemia”

Balmaceda es doctor en filosofía y creador de contenidos para múltiples plataformas digitales. Se considera un híbrido en la academia y explica por qué hay ideología en la tecnología.

¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ FALTANDO? “Alguien que escriba un gran libro de la pandemia o la gran reflexión sobre la pandemia”, opina el escritor.  ¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ FALTANDO? “Alguien que escriba un gran libro de la pandemia o la gran reflexión sobre la pandemia”, opina el escritor.

Se formó en la academia tradicional y obtuvo su doctorado en filosofía, pero encontró en las redes sociales una plataforma infinita para divulgar sus reflexiones. Tomás Balmaceda podría considerarse un influencer del pensamiento y reconoce que en los territorios digitales se construye un relato muy parecido a los diarios íntimos de nuestra infancia.

Es periodista, escritor e investigador, pero se define principalmente como un híbrido, quien exige la rigurosidad del pensamiento analítico y al mismo tiempo encuentra en el caos de las stories de Instagram la materia prima para pensar a Hegel.

Entre sus recientes publicaciones se encuentran “Piénsalo”, un compendio de ensayos filosóficos y “Antártida – Historias desconocidas e increíbles del continente blanco”.

En diálogo con LA GACETA, Balmaceda analiza cómo estamos transitando la pandemia como hecho histórico, cómo nos interpela la tecnología en estos tiempos y cuál es el protagonismo de la ciencia.

- Al inicio de la pandemia algunos referentes de la filosofía contemporánea lanzaron algunas hipótesis sobre los cambios que podría traer este fenómeno. ¿Cómo se pueden tomar esos textos un año después?

- Lo que pasa con esos textos y con otros que salieron al inicio de la pandemia es que siempre es difícil escribir y pensar en la coyuntura. De hecho cuando uno lee, por ejemplo, artículos escritos durante la Segunda Guerra Mundial o lo que sucedía incluso en época del nacimiento de los primeros estados modernos, se puede encontrar la inocencia de esos análisis, con demasiado optimismo o demasiado pesimismo. Se sabe siempre que si uno reflexiona sobre lo que está sucediendo, al no tener perspectiva, es más complejo y en eso la filosofía es incluso más peligrosa que la ciencia. Hegel dice que la filosofía es como el búho de Minerva, un búho que levanta el vuelo al atardecer, luego de que pasa a la historia. Y aquí es como que el atardecer no llegó, porque si algo define a esta pandemia es que no sabemos cuándo va a terminar. Creo que aún falta quien escriba el gran libro de la pandemia o la gran reflexión sobre la pandemia. Lo que me pregunto es quién va a leerlo o quién tiene ganas de ser parte de eso.

- ¿Cuáles son los otros territorios donde luego podremos leer qué pasó con la pandemia, me refiero a esos lugares no explícitos?

- Estamos en un mundo global en donde las stories de Instagram que podés ver pueden ser de tu vecino o de personas que viven en Dubai. Yo puedo ver amigos que se fueron a vivir a Estados Unidos y de golpe están sin máscaras pero después ves gente que está en España que quizás la está pasando peor que nosotros. Por eso creo que las redes sociales son una suerte de nuevo diario íntimo. Solemos pensar que ese tipo de diario es algo infantil y en realidad tienen una vasta existencia en la literatura del cotidiano. De hecho existen escritos sobre la pandemia y el sarampión en Boston basados en personas que fueron contando todo lo que hacían en sus diarios. Las redes sociales parecen ser eso, como un espacio del registro cotidiano de la pandemia. Una buena pregunta es dónde va a quedar ese archivo, porque no sé qué va a pasar con la cantidad de información que surge ahora con la pandemia y con las tecnologías.

- ¿Creés que la pandemia vino a cuestionar o a empoderar a la ciencia?

- Me gustaría pensar que la pandemia vino a mostrar lo que realmente es la ciencia, que es quizás una de las narrativas más importantes que tenemos, una narrativa útil, una narrativa que justamente salva vidas. Pero también vemos que la ciencia es un tipo de construcción de conocimiento social y que por su misma naturaleza, no es perenne. Es un tipo de conocimiento que tiene que ser revisitado todo el tiempo. Deseo que esta experiencia que estamos atravesando sirva para que entendamos que la ciencia no está escrita en una piedra o que parece ser de una palabra superior. Tenemos que entender que está hecha por hombres y mujeres, que esos hombres y mujeres a veces están en redes sociales y tienen sus ideas políticas o tienen sus ideas sobre cómo tiene que ser el mundo o la sociedad, la economía. La ciencia es probar, postular una respuesta a una pregunta, el resto de la comunidad puede decidir si esa respuesta es buena o mala, y si es mala nadie se ofende y se trata de buscar mejor. Tal vez, en algún momento, la ciencia también muestre que hay que cambiar la pregunta. Pero todo eso tiene que ver con el famoso método científico que sigue estando vigente hasta el día de hoy.

- Existe una especie de mito que asegura que la pandemia vino a acelerar las cosas. ¿Coincidís con ese postulado?

- Sí, creo en eso, pero una de las de las complejidades de la ciencia es la inducción. Uno puede hacer razonamientos y predicciones de cómo van a hacer las cosas basadas en cómo fueron antes pero nunca son seguras, porque nunca tenemos la certeza de que mi conclusión sea verdadera. Y aquí sucede lo mismo. Si uno ve lo que pasó con la viruela, lo que pasó con la fiebre negra, con la fiebre amarilla o la peste española es que en ningún momento hubo un cambio de timón, hubo en cambio una profundización de lo que ya había. Las clases sociales que estaban oprimidas salieron de la pandemia más marginalizadas y las clases que eran poderosas salieron mejor posicionadas. Entonces no hay nada que nos indique que eso no va a pasar ahora. No hay nada que nos diga que efectivamente no vamos a salir de la pandemia acentuando el status quo y creo que lo podemos ver por ejemplo en el debate acerca la presencialidad o no de las aulas. Obviamente aquellas personas que ya estaban en una mejor posición, porque tenían una computadora en la casa, porque tenían luz, porque tiene una casa con conexión a internet donde podrían estar cómodos, ya estaban beneficiadas antes del fin de la presencialidad. Aquellos que no vivían esos lugares y con esos privilegios obviamente salieron perjudicados por la pandemia. Efectivamente se están profundizando las diferencias que ya existían en un contexto de una coyuntura argentina de mucho empobrecimiento e incluso más pobreza.

- Estás más cerca de ámbitos no tradicionales de la academia como la tecnología y las redes sociales, pero sin embargo sostenés que siempre hay que ser rigurosos con la filosofía. ¿Qué te aportan esos lugares no formales de divulgación?

- Yo me siento un híbrido, pero no creo que sea muy especial por eso porque creo que todo estamos muy hibridizados, lo que pasa quizás hay poca gente de mi generación tan hibridizada en la academia. Siempre fui curioso y sentí que las redes sociales eran un espacio en donde yo podía contar historias. Mi papá y mi mamá me cuentan que cuando era chico detenía a todos para que me escucharan por algo que había visto, yo ya quería contar algo. De más grande también, mis compañeros de la escuela me recuerdan que hacía lo mismo cuando leía un libro o escuchaba un disco. Ahora que tengo 40 años sigo haciendo lo mismo, compartiendo historias que se juntan con mi curiosidad. Tengo cosas para contar y encuentro en esos formatos una manera interesante de contarlos. Lo que me brinda la filosofía es una mirada analítica y puedo abordar los fenómenos con herramientas que tengo por mi formación y eso obviamente repercute en ciertas personas. Busco que sean cosas que atraigan a gente que tenga intereses similares a los míos.

- Entre esos intereses en el último tiempo estuviste analizando la inteligencia artificial. ¿Cuál es tu mirada filosófica acerca de ese fenómeno?

- El término inteligencia artificial que nosotros tomamos como muy usual o muy común no lo es. Estamos acostumbrados a pensar que hace 50 años nadie había planteado seriamente que una máquina pensara. Como mucho se había discutido qué pasaba con los animales y como mucho en el medioevo qué pasaba con los ángeles. Fue Alan Turing en 1950 el primero que dijo que “las máquinas pueden pensar”. Hay un montón de ideología en la tecnología en el sentido de que hay un montón de valores, y eso es porque en la base de toda construcción tecnológica están los valores de las personas que las crearon. Cuando uno crea algo, incluso cuando agarra una piedra y la tira en una cancha de fútbol para transformar ese elemento en un proyectil, ahí ya hay una intención. Cuando uno va diseñando tecnología va pasando por borradores, avanzando por prototipos y cuando los descarta es porque hay algo que no le gusta. Esas decisiones son decisiones éticas. El poder de la inteligencia artificial es poder analizar grandes volúmenes de información para encontrar patrones y luego reconocer esos patrones en otros lados. Así pueden escucharnos, entender cómo hablás, tu conducta, tu rostro, entre otros usos. Ahí ya hay un sesgo, porque cuando elegís el tipo de información que el algoritmo va a aprender existe una decisión. Hoy las bases de datos son muy costosas, entonces cuando se prueban cosas de inteligencia artificial se usan bases abiertas y públicas, por ejemplo las del ejemplo del ejército de Estados Unidos, que está integrado por casi todos hombres y casi todos del mismo color de piel. Entonces, la pregunta sobre los valores de la ideología apunta a entender ese viejo axioma sobre si la tecnología no es ni buena ni mala. La culpa no es de la tecnología, la culpa tiene que ver más con cuáles son los valores de las personas que están alrededor de esa tecnología que siempre te dice un montón sobre la sociedad donde se creó.

- ¿Cómo se pueden hacer más participativos los debates filosóficos sobre la tecnología?

- Estamos en una situación tripartita donde está el Estado, las organizaciones y las empresas, por lo tanto creo que hay un trabajo conjunto en donde la sociedad tiene que tomar un rol central, principalmente demandando por una conciencia real de la ciudadanía digital. Tenemos que preguntarnos dónde están nuestros datos, a quién se los damos. Todo el tiempo nos están tomando fotos, en los edificios, en los bancos, en las oficinas. Nosotros mismos nos estamos comunicando a través de una pantalla. Entonces creo que lo primero tiene que haber es más conciencia en la sociedad. Luego una conciencia en las empresas porque son ellas las que muchas veces crean estos algoritmos y porque muchas veces son ellos los primeros en pensar en que no hay valores involucrados. Y finalmente, creo que es el Estado el que tiene que alentar este tipo de discusiones para que todos podamos tomar las decisiones que queramos tomar, ya sea un éxodo digital o una zambullida digital, pero teniendo información.

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