Espejito, espejito...

Espejito, espejito...

En los cuentos infantiles, el cristal es símbolo de verdad. En la Argentina y en Tucumán es todo lo contrario. Lejos de decir lo que sienten o lo que piensan, los poderosos actúan para dar una imagen. Y el reflejo los acecha...

“Espejito, espejito, ¿Quién es el mejor político del reino?” Pareciera que a esa pregunta se la hiciera cada una de las figuras públicas. No tienen el espejo mágico de la bruja mala de Blancanieves. Por eso construyen frondosos equipos de inteligentes colaboradores para que los hagan parecer los mejores. No están dispuestos a estudiar ni a profundizar las capacidades propias. Les alcanza con que construyan sus imágenes y, de paso, les digan qué decir, cómo decirlo y hasta cómo explicar lo que dicen, aún cuando no lo piensan.

El espejito les responde: vos sos el mejor político. ¿Cómo diría otra cosa si el espejo no es mágico, sino una maquinaria pagada y sustentada por el propio político? En las redes sociales aparecen aguerridos e inteligentes y son indiscutibles. Y en los principales foros son defendidos como si fuesen grandes estadistas. Lo que no terminan de comprender es que muchos llegaron adonde llegaron por su capacidad, por su trabajo, por decir lo que sienten o lo que piensan. Ahora que desempeñan el cargo fabrican sus propios espejos y disfrutan de su propia banalidad. En el cuento difundido por los Hermanos Grimm, el espejo es símbolo de la verdad; en la vida pública de la Argentina refleja la mentira.

Confusión o espejismos

En una de las crónicas recientes de LA GACETA el editor Juan Manuel Montero acierta al recrear el 20 de marzo de 2020. Nos hace retornar a aquellas jornadas en la que el verano se despedía. Se trataba de momentos muy parecidos a los que vivimos esta semana que nunca más volverá. La diferencia es que cuando estábamos asustados de lo que pasaba en el mundo, dubitativos de lo que era una pandemia e ignorantes absolutos de cómo administrar un país en esas condiciones, Alberto Fernández decía lo que pensaba, actuaba como la ciencia le decía, y se jugaba por lo que le parecía una necesidad para toda la población. Lo seguían amigos y enemigos; compañeros y opositores. En aquel entonces su imagen trepaba sola y, en medio de la nada mezclada con miedo y con muerte, su poder se fortalecía.

Un año después, al Presidente le sale la voz grabada en un escenografía preparada; y cuando habla, contesta cosas que le quedaron en el lugar donde se guardan los rencores. Y utiliza expresiones para que reaccionen unos y les caiga como miel en la tostada a otras. ¿Para qué? Para que el espejito le diga cosas que no son ciertas. Y hasta se confunde como cuando da cifras sobre la exportación de carnes y hace que el inconsciente colectivo argentino saque del arcón de la memoria yerros “delarruísticos”.

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro / paredes de la alcoba hay un espejo, / ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo / que arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerda / en esos gabinetes cristalinos / donde, como fantásticos rabinos / leemos los libros de derecha a izquierda.

En su poema Los espejos el magnífico Jorge Luis alertaba sobre el doble filo de esos reflejos. Confunden y se confunden. En Tucumán pasaron dos días sin que el gobernador sepa qué hacer con los dichos de su presidente Alberto. Es que si en La Rosada no sabían cómo actuar, menos aún en el palacio de 25 de Mayo y San Martín.

Los equipos de los espejos pueden construir imágenes, pero no confianza. Por eso el Gobierno tucumano no sabía qué hacer con las medidas restrictivas. Esperaba que desde la Nación las dicten para que aquí se repitan.

Los yerros de la Pandemia han diluido los poderes presidenciales (¿será por eso que espera que una ley se los restituya?), pero también le han quitado autoridad y confianza a los tucumanos. Al gobernador le cuesta pedir cumplimientos de cuidados cuando él y sus adláteres no se han cuidado y ni distancia han tomado.

En la provincia diluyen sus discapacidades escondidos detrás de un falso federalismo. Por eso se demoraron casi 48 horas en disponer las nuevas restricciones: por el miedo a que los espejos no puedan frenar la verdad y, por lo tanto, algunos sectores de la sociedad reaccionen como ocurrió con los dueños de bares ayer mismo por la mañana.

La tensión va a volver a las calles porque la confianza se ha ido por las alcantarillas, esas que dependen de las obras de la SAT que empezaron a realizarse en medio del mal olor.

“Espejito, espejito, ¿Quién es el mejor político del reino?” Tal vez el error está en la pregunta. Todos trabajan para ser el mejor y no para construir una sociedad que supere las dificultades que la ahogan. Ser el mejor implica ganarle a todos a cualquier precio.

Por eso Manzur muta del sumiso personaje del político que Alperovich inventó, parafraseando las creativa poesía (El hombre que yo inventé) de Osvaldo Fasolo, al canciller que no obedece sino que concilia y trata de conformar a los demás en beneficio de todos. En el medio, sus personajes se confunden con Juancito, esa necesaria figura que alguna vez sedujo a Cristina.

Y lo mismo hace el vicegobernador, que ya olvidado de sus virtudes, ansioso de verse en el espejo con la banda de gobernador, se desespera por destruir las tres caras de Manzur.

Elefantes comarcanos

Como esos paquidermos artificiales de las películas de ficción, la política tucumana se mueve lenta y torpemente hacia un desenlace imprevisible. El grotesco espectáculo de canibalismo es protagonizado por Manzur y por Jaldo en ese duelo. A los tucumanos alejados de la política, les cuesta entender cómo fue que empezó la disputa. Pero no sólo a ellos les sucede; también lo padece buena parte de la dirigencia peronista que no logra asimilar los acontecimientos. Sólo algo parece evidente: no existen divergencias ideológicas o metodológicas de fondo entre ambos. Se trata, simplemente de un conflicto de intereses personales cargado de competencia entre quienes hace no muchos años eran colegas en el gabinete de gobierno de José Alperovich.

Si se acepta la tesis de la inexistencia de diferencias ideológicas entre ambos, solo podría haber un acuerdo en esa deteriorada relación, si se encontrara una fórmula política que resuelva en un acuerdo los intereses y aspiraciones de uno y otro. Pero eso implicaría que Jaldo o que Manzur rompan sus espejos y eso -dice la ignorante superstición- trae siete años de mala suerte.

No es sencillo imaginar cómo se lograría ese entendimiento. Jaldo, ya en la veteranía de su vida, sabe que ésta es su oportunidad irrepetible de coronar su largamente acariciado sueño de ser gobernador de Tucumán. Ahora o nunca, dice entre dientes, mientras reclama a Manzur que se allane a esa pretensión, que él entiende que es justa. No en vano, sus hombres afirman que es el “candidato natural” del peronismo tucumano.

Pero, del otro lado del mostrador, Manzur parece ya convencido de que si Jaldo lo sucediera, el destino que le espera no será diferente al de Julio Miranda a manos de Alperovich; ni el de este a manos de la hoy desavenida fórmula en la que depositó su confianza, a fuerza de expulsar del PJ a Domingo Amaya y desoír el anhelo de su propia esposa.

En síntesis, Manzur no hará nada que favorezca las chances de Jaldo, sino más bien lo contrario. Jaldo lo sabe y por eso se pinta la cara en son de guerra, blandiendo su poder de fuego, que en el peor de los casos le otorga una importante capacidad de daño.

No puede dejarse de lado el dato insoslayable del apoyo nacional a Manzur. Por las razones que fueran, la conducción nacional del Frente de Todos respaldó al gobernador, asustados por la información que proviene de las encuestas, que muestran un deterioro de la fortaleza política del justicialismo tucumano. Sin embargo, esos gestos no han ido acompañados de la adecuada contención política al vicegobernador, obligado ahora a pelear para poder sobrevivir. ¿Que hará Jaldo? Quizás su decisión no determine el resultado electoral, pero si puede condicionarlo de manera relevante.

Reflejos opositores

En el campo opositor, si bien se han registrado reiteradas fotos de reuniones, almuerzos y ágapes varios, no parece que eso sea garantía de consensos y entendimientos. Como sucedió en otros momentos de la historia, la existencia política de Fuerza Republicana parece ser el mejor reaseguro para el oficialismo provincial de que la oposición no podrá unificarse y, por lo tanto, el peronismo seguirá disfrutando de la gloria electoral. Es demasiado fuerte el rechazo -y débil la paciencia de Ricardo Bussi- que en sectores del radicalismo y en las filas del intendente de Capital genera el hijo del fallecido militar, símbolo en sí mismo del último gobierno de facto condenado por terrorismo de estado. Mientras el radicalismo se agita en el debate entre los que defienden y los que cuestionan la alianza con FR, Germán Alfaro dice que esperará a que los radicales se pongan de acuerdo para encarar un acuerdo electoral como el que alguna vez le dio el título de Lord Mayor de la ciudad.

Mientras tanto, la propia FR -tributaria del estilo autoritario y vertical de su fundador- sufre el flagelo de la división interna, amenazada por la permanente sangría de legisladores de su bloque, que empezó siendo el árbitro de la Legislatura provincial.

Toda una comedia de enredos que solo pondrá fin el inexorable cronograma electoral, que –tomada ya la decisión de la prórroga de las PASO- aún no adquirió su forma definitiva. Es de suponer que entre el 7 y el 10 de julio se ubique la fecha tope para presentar las alianzas electorales. Esa será la hora de la verdad.

Cristales contagiosos

La teoría del espejo despabila las individualidades y el deseo de ganar, nada más. Y, en esta época de pandemias, eso contagia. Ese virus parece haber llegado también a algunos empresarios de la construcción. No han perdido el olfato ni el gusto. Han perdido el habla. En estos días también se ha conocido un raro sistema por el cual se adjudican obras de la SAT a aquellas empresas que obtienen el valor promedio de los oferentes de una licitación. Curiosamente, no se le adjudica a quien menos ofertó, sino al que consigue aquel valor promedio. Las dudas que generó esta forma de contratación llegó a Tribunales de la mano del ex diputado nacional José Alberto Vitar. Desde el gobernador hasta el flamante presidente de la Cámara Tucumana de la Construcción respondieron que sea la Justicia la que diga qué pasó y pasará. A los demás empresarios y contratistas les comieron la lengua los ratones o este virus nuevo. ¿No podían decir que Vitar estaba equivocado? ¿No pudieron argumentar que no sabían de ese raro sistema adjudicatario? ¿No les llamó la atención a ninguno que el que menos ofertaba no ganaba? ¿El miedo a quedar afuera en otras licitaciones los acalló? ¿O, tal vez, todos sabían y los silencia alguna complicidad?

Si la transparencia fuera la prioridad, nadie necesitaría preguntarle nada a los espejos y todo se vería con claridad sin necesidad de exornar nada ni a nadie.

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