

Eduardo Posse Cuezzo.
PARA LA GACETA - TUCUMÁN
La sabiduría romana, en años del Imperio, acunó el concepto de la “dorada medianía”. Se la atribuía al hombre medio, dotado del prestigio de no caer en el exceso, ni en el defecto. Ni la abundancia, ni la pobreza, referidas tanto a lo material, como a lo intelectual. Y la llamó “Aurea Mediocritas”. Si bien se pretendió que la “mediocritas” era la expresión aristotélica del “justo medio”, lo real es que no era esta la “virtus” del individuo dotado del “aurea”, quien aparece mejor definido por el poeta Horacio, en versos que pretenciosamente transcribo en latín: Auream quisquis mediocritatem; diligit, tutus caret obsoleti; sordibus tecti, caret invidendo sobrius aula. La traducción es demostrativa del concepto: “El que se contenta con su dorada medianía, no padece intranquilo las miserias de un techo que se desmorona, ni habita palacios fastuosos que provoquen a la envidia”.
Por inmediata consecuencia, recordamos la obra de José Ingenieros. Dicen los historiadores que el autor tuvo en mente estigmatizar, con su libro, a su contemporáneo Roque Sáenz Peña, a la sazón presidente de la República, cuyas virtudes morales e intelectuales no eran tenidas en mérito por Ingenieros. Sea o no así, lo cierto es que El Hombre Mediocre fue uno de los primeros “best sellers” de la época, y fue citado hasta el hartazgo por nuestras generaciones pasadas para denostar a adversarios políticos, como a personas de cualquier rango o condición que cayeran en desgracia frente al opinante. Normalmente bastaba el título de la obra, ya que no hacía falta leerla en profundidad, para lanzar el ariete del adjetivo. La expresión “mediocridad” adquirió, en nuestro lenguaje, el significado disvalioso del hombre carente de toda virtud o capacidad, y que llega a posiciones superiores por la visión -también mediocre- de quienes lo promueven. Se distanció así del “aurea mediocritas” romana.
El alma de la sociedad
El hombre mediocre de Ingenieros no tiene voz. Solo eco. Es “…una sombra proyectada por la sociedad, es por esencia imitativo y está perfectamente adaptado para vivir en rebaño, reflejando las rutinas, prejuicios y dogmatismos reconocidamente útiles para la domesticidad. Así como el inferior hereda “el alma de la especie”, el mediocre adquiere “el alma de la sociedad”. Su característica es imitar a cuantos le rodean, pensar con cabeza ajena y ser incapaz de formarse ideales propios”
Pero el virtuosismo del hombre superior tiene, para Ingenieros, alta vara. “En cada pueblo y en cada época la medida de lo excelso está en los ideales de perfección que se denominan genio, heroísmo y santidad”.
Obviamente, el tiempo y las costumbres morigeraron estos conceptos. En la actualidad, el hombre mediocre goza, insólitamente, pero en sentido inverso, de las bondades de la “medianía dorada”. Este brillo áureo luce sobre la cabeza de profesionales “exitosos”, de políticos arribistas, de empresarios inescrupulosos y, en general, de quienes reflejan o expresan la medianía del resto de sus congéneres, bajo la perspectiva del triunfo social, económico o, simplemente, de la exhibición mediática.
El espectador
La originalidad, hija dilecta de la imaginación, no es considerada, aceptada y mucho menos estimulada en la formación escolar. En general, la educación pareciera orientarse hacia la consecución del éxito económico. ¿Es esta la manera de formar jóvenes, de estimular su originalidad o su espíritu crítico? Las Sagradas Escrituras nos recomiendan pedir a Dios que nos conceda este sentido crítico (Eclesiástico, passim, Mateo, 7, 15). El pensamiento crítico es hijo de la originalidad. La mediocridad precisa, para su realización, del sacrificio de toda conducta original.
Con mayor dureza, Santiago Kovadloff define al hombre mediocre: “El espectador es hoy, en la mayoría de los casos, un hombre en quien el interés por la función interpretativa y protagónica en la producción de sentidos ha sido delegada. Ese hombre quiere que le hablen, quiere que le muestren, quiere ver, no quiere discutir. No tiene criterio propio ni le importa tenerlo. Se desvela, en cambio, por ver a quienes, según él, lo tienen y pueden ser ávidamente contemplados desde la inmunidad aparente que brinda el propio living comedor… hombre de su casa, vuelve a ella al fin de cada jornada para asomarse a una realidad concebida como espectáculo y que, en esa medida, le permite creer que es nada menos que el destinatario de los hechos…sus ojos son, como los de Dios, los de aquel ante quien todo sucede. Todo lo que ocurre se ha recopilado para él. Para que él lo pueda ver. Para que él pueda juzgar y todo ello sin necesidad de involucrarse en los riesgos que muchas veces acarrea lo que pasa”.
Dijo Erasmo de Rotterdam: “No vayáis a creer que con mis palabras me propongo lucir mi ingenio”. Hago míos el concepto y la advertencia. Mi propósito es generar, si es posible, una reflexión sobre la formación de la inteligencia en nuestros jóvenes. Que ellos puedan ejercitar su originalidad, su espíritu crítico. Que se distancien de nuestros paradigmas y criterios erráticos. Que no crean que el éxito es el objetivo de su capacitación, porque, como lamenta Borges en el poema “El remordimiento”, no queremos que nos defrauden en la consecución de la felicidad. “He cometido el peor de los pecados / Que un hombre puede cometer. No he sido feliz.”
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Eduardo Posse Cuezzo - Abogado, presidente de Alianza Francesa de Tucumán y de la Fundación E. Cartier.







