Hojeando el Diario: una obra de Iramain en la residencia de Olivos

Hojeando el Diario: una obra de Iramain en la residencia de Olivos

La fuente de Carlos Villate Olaguer se erigió en 1936. El Obelisco porteño y el arquitecto Prebisch.

 PRIMERA VISTA. Estas fotos fueron tomadas desde las ventanas de la construcción el mismo día de su inauguración al público. PRIMERA VISTA. Estas fotos fueron tomadas desde las ventanas de la construcción el mismo día de su inauguración al público.

En el marco de las fiestas mayas de 1936 dos tucumanos fueron protagonistas debido a sus obras que se inauguraron entonces. Por un lado está el arquitecto Alberto Prebisch quien construyó el Obelisco de la ciudad de Buenos Aires, el monumento emblema de la ciudad desde entonces. Y por el otro, el escultor Juan Carlos Iramaín, una de cuyas obras fue elegida para engalanar los jardines de la Residencia Presidencial de Olivos y se trata de la fuente “Carlos Villate Olaguer”. Esta obra fue elegida por el presidente Agustín P. Justo durante una de sus visitas a nuestra provincia visitó el estudio del artistas y se enamoró de ella decidiendo que fuera llevada a la Residencia. Además le pidió a Iramain que componga el conjunto en honor de quien fuera el último propietario particular de la casa. La obra fue inaugurada el 23 de mayo de 1936. Nuestro diario anunciaba el hecho expresando que “la fuente, que le fue encomendada a nuestro comprovinciano por el presidente general Agustín P. Justo, ha sido realizada en piedra y constituye de acuerdo a opiniones autorizadas una de las mejores creaciones artísticas de Iramain”. Quizás debamos aclarar que esas opiniones fueron vertidas mucho antes de la gran obra de nuestro artista: el Cristo Bendicente del cerro San Javier. Esta última obra se inauguró en 1942 o sea seis años más tarde que la fuente. El artista también es autor del Cristo de la Caldera en Salta. De sus manos salió la estatua de Manuel Belgrano emplazada también en Salta. Sus obras engalanan lugares de varias provincias argentinas y hasta Benito Quinquela Martín le compró El minero de Galicapo.

La historia de la Residencia se remonta a los años iniciales de la segunda fundación de la ciudad por parte de Juan de Garay. El militar Rodrigo de Ibarrola recibió esos terrenos de parte de Garay. Saltando algunos siglos llegamos a 1774 cuando la adquiere el administrador de correos Manuel de Basavilbaso. Lo hereda su hija Justa Rufina de Basavilbaso, esposa de Miguel Ignacio de Azcuénaga. Ellos alzan una casa sencilla para los fines de semana. Al morir Justa es heredada por Azcuénaga. Luego pasa a manos de Miguel José, hijo de la pareja que utiliza la chacra para criar caballo. Y le pide a su amigo Prilidiano Pueyrredón que construya una sofisticada casa de campo. Sin descendencia Azcuénaga la casona pasa a manos de su sobrina María Rosa de Olaguer Feliú Azcuégana quien al morir en 1903 se la dejó como herencia a su hijo Carlos Villate Olaguer, quien murió a los 46 años sin dejar descendencia. Pero había testado antes que la propiedad sea donada a la Presidencia para ser utilizada como casa de veraneo de los mandatarios. Aceptó la donación Hipólito Yrigoyen, quien nunca la visitó, el 30 de setiembre de 1918. Recién el presidente Justo utilizó la residencia como estaba estipulada en la donación. Fue él el primero en embellecer el inmueble y asignándole un rol social.

El Obelisco

Hace 85 años, Buenos Aires inauguraba una de las figuras más iconográficas de la ciudad: el Obelisco. Ese reconocido monumento ubicado en la plaza de la República es obra del arquitecto Prebisch. Para conocer detalles de la construcción, que se erige en el cruce de las avenidas 9 de Julio y Corrientes (se ensanchó en aquel entonces), LA GACETA entrevistó a Prebisch, el 26 de mayo de 1936. Él señaló: “ha sucedido que el público porteño adelantó demasiado sus juicios. Juzgó la obra cuando ésta no era más que una enorme mole de cemento. Hoy, cuando sirve para dar fin a una perspectiva y desde cuatro puntos de la ciudad se le observa en toda su grandeza, se piensa de distinta manera. Mi idea ha sido esa precisamente. Las calles de Buenos Aires traducen algo del espectáculo de la pampa. Se prolongan indefinidamente, sin que ningún detalle destacable detenga nuestra mirada. Son, en este sentido, calles sin personalidad. El obelisco da un significado cierto a las enormes obras ciudadanas que son la Diagonal y la calle Corrientes ensanchada”.

Los obeliscos son monumento típicos egipcios. En esa cultura fueron construidos e instalados a lo largo de su extenso imperio, hace más de 3.500 años. Tienen bases cuadradas y terminan en una punta piramidal, en su mayoría cubierta por láminas de oro u otras aleaciones con plata. Su significado podía ser conmemorativo o de recordación de alguna deidad. El de Buenos Aires, particularmente, fue construido para recordar el cuarto centenario de la fundación de la ciudad, realizada por Pedro de Mendoza en 1536. Su altura llega a los 67,5 metros y en cada una de sus caras están grabados hechos importantes en la historia de la capital argentina. La obra fue realizada por la firma alemana Siemens Bauunion.

El responsable de la obra le contó a nuestro diario que “la intendencia (a cargo de Mariano de Vedia y Mitre) me propuso la idea de construirlo y yo lo realicé de acuerdo a mis ideas. Siendo una obra de apariencia tan simple, todo ha consistido en haber guardado la proporción de las oblicuas. Creo no haber fracasado. En cuanto a sus magnitudes, no lo colocan en el primer lugar entre los que existen en el mundo, puesto que en Washington existe uno construido exclusivamente de piedra que se eleva hasta 190 metros. Pero es el mayor del mundo construido en cemento armado”.

Los detalles aportados por Prebisch deben haber atraído la atención de los lectores ya que informaba que la base del obelisco es de siete metros por siete y su altura es de 63 metros hasta el comienzo del ápice. El ápice mide 4,50 metros, de manera que la altura total hasta el pararrayos es de 67.50 metros. También describe que en su interior existe una escalera caracol que permite llegar hasta el pararrayos. Los cimientos son claves en la construcción que descansa sobre dos zapatas de fundación de veinte metros de largo por cuatro de ancho cada una. Esta parte de la obra según el arquitecto fue un trabajo interesante ya que había que elevar el obelisco sin afectar la normal circulación de las dos líneas de subtes que pasan debajo. La obra total requirió 1.800 toneladas de cemento y tuvo un costo de 196.000 pesos. El revestimiento fue realizado en piedra blanca de Córdoba.

El profesional tucumano se sentía orgulloso de su trabajo e informó que la construcción se concretó en unos dos meses.

“Debo decir que me encuentro satisfecho. Los porteños que fueron sus detractores en un principio, gustan ahora de ella”. Concluyó: “ha formado un todo armónico y agradable. En fin, que se ha dado un cruce de calles de la ciudad lo que era preciso: una construcción sobria y elegante”.

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