Una misma moneda con dos caras cada vez más iguales

Una misma moneda con dos caras cada vez más iguales

 EN PARÍS. Fernández y Macron, informando sobre la reunión bilateral. EN PARÍS. Fernández y Macron, informando sobre la reunión bilateral. REUTERS
13 Mayo 2021

Hugo Grimaldi

Periodista / Analista político

Mientras el presidente Alberto Fernández está Europa y parece consentir todo lo que ocurre en la Argentina, el avance del socialismo populista barre con lo que encuentra a su paso y ha dispuesto que el país se ponga una vez más del lado equivocado del mundo. Al menos, así lo ha decidido oficialmente la Cancillería sin tener todas las fichas dispuestas sobre la mesa, cuando en un comunicado oficial calificó de “uso desproporciornado de la fuerza” la respuesta de Israel a los ataques de Hamas. No lo importó siquiera que a varias cuadras de distancia, la ministra de Salud, Carla Vizzotti estuviera charlando, justamente con los israelíes, sobre un proceso de transferencia de tecnología para fabricar a futuro en el país las vacunas que se necesitan –y se necesitarán- como el agua.

La actual gestión, que de diplomática tiene poco, no tuvo ni siquiera el tino de desensillar hasta que aclare y calificar la situación con algún adjetivo neutro o decir sólo que estaba “preocupada” por el conflicto y su escalada. Claramente, se avanzó una vez más hacia el lado contrario al que va el mundo, probablemente porque el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, es “de derecha” y por lo tanto repudiable y porque los lazos con Irán no han fenecido, al contrario. Además, muchos de los funcionarios que manejan la Cancillería creen y sostienen los derechos que reclama el estado palestino.

En estos tiempos de Covid, la cosa adquiere mucho más gravedad, porque una vez más las anteojeras ideológicas han podido más que la salud de la población, un proceso que en materia de vacunas se ha manifestado desde el minuto cero de la pandemia. Se trata del mismo sainete recurrente que se viene desarrollando desde que el Estado decidió ser el “papá” que iba a salvar a todos con vacunas estatales rusas y chinas y postergó a Pfizer por ñañerías o por su potestad le acordó un millonario negocio (que pagó contante y sonante) al empresario Hugo Sigman para que en el primer trimestre llegaran millones de vacunas de Astra Zéneca a la Argentina, que ahora parece estarán aquí recién a fin de este mes.

A la Cancillería, tampoco le importó dejarlo mal parado al presidente de la Nación en plena gira de reconstitución de imagen para ver cómo hace para que la Argentina se reacomode un poco ante el mundo y vea cómo estira los pagos del Club de París y eventualmente ante el FMI. Tampoco quedó bien el canciller, quien no sabe qué cosas ocurren en su propia casa. Probablemente, le hayan transmitido a Felipe Solá que ésa era la posición de las Naciones Unidas y él se lo dijo a Fernández, quien pretendió cubrirse con algo que no sucedió todavía y en su justificación, volvió a tropezar. Al momento de sus declaraciones, sólo estaban las que había hecho el secretario general, Antonio Guterres, notoriamente apenado por las víctimas, pero sin que hubiese un solo pronunciamiento oficial sobre “desproporción” por ejemplo, sino una declaración casi de estilo de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU que expresó estar “profundamente preocupada” y condenó “toda incitación a la violencia”.

Bastante papelón ya había pasado Fernández cuando el presidente de gobierno español, Pedro Sánchez, respondió una pregunta de un periodista sobre cuestiones locales y puso en evidencia el tema argentino con el proyecto de ley que el Presidente mandó al Congreso en materia sanitaria, un texto sin fecha de finalización que avanza sobre el federalismo, cuando establece que las provincias son “delegados” de la Nación y eventualmente sobre otros derechos, por ejemplo las futuras elecciones. “Una ley no puede sustituir la Constitución. Primero (primer año) de Derecho”, le espetó en las narices Sánchez al profesor de la UBA.

Ambas cosas necesariamente hay que ponerlas en línea con el avance del ala más radicalizada del Gobierno, la misma que intenta voltear a Martín Guzmán, quien tiene en el papa Francisco un padrino invalorable. El Santo Padre conoce de pé a pá los problemas de la Argentina, aunque probablemente no quiera meterse en el tejido de la red que parece que le ha ido a pedir Fernández para salvar a su gobierno, que cada día muestra cómo se van unificando las dos caras de la misma moneda. Fueron años y años de cooptación de dirigentes, de meterle fichas a los pibes en los planes escolares y de copar las cajas del Estado para “financiar la política” y ahora parece que los más radicalizados creen que ha llegado el momento de avanzar. Ya se verá hasta dónde.

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