Los caminos del te

Los caminos del te

La historia del té (desde su origen a los productos que consumimos hoy) es igual de rica que su sabor. Datos curiosos sobre la bebida, personajes destacados y un viaje por Gran Bretaña, Asia y nuestra Mesopotamia.

Los caminos del te

La historia detrás de las pequeñas cosas que inundan nuestra cotidianidad es sorprendente. Tanto que para llegar a donde estamos parados se requieren decenas de años de invenciones y mentes creativas que tomen impulso. ¿Cuánto podemos llegar a aprender? Incluso al tomar una taza de té, mitos milenarios y culturas conectan el presente y el pasado bajo pequeños episodios de sincronía.

Un día como hoy (en 1850) nació el magnate escocés Thomas Johnstone Lipton, un hombre que pasó de acomodar cajas en los muelles de Glasgow a contar con uno de los emporios tealeros más famosos de Europa.

Con una vida dedicada al marketing, el empresario fundó la cadena de tiendas Lipton’s Market: una secuencia de almacenes que llegaba hasta los espacios más recónditos de Reino Unido y en menos de cinco minutos hacía a sus clientes salivar frente a los embutidos y carnes.

De esos recuerdos, los museos londinenses atesoran fotos en las cuales los empleados sonreían (engalanados con delantales blancos y cuchillos gigantes) y las familias hacían inmensas colas para probar un queso gigante con monedas de oro dentro.

En 1880, el té importado era uno de los tantos productos que se vendían. Y con un espíritu puesto para los viajes exóticos, Lipton decidió probar suerte con la bebida. La aventura fue comprar sus propias plantaciones en una isla del océano Índico.

“Durante el siglo XVII, Gran Bretaña era una nación famosa por tomar café. La cosa se transformó recién en 1662, cuando el rey Carlos II se casó con Catalina Enriqueta de Braganza (infanta de Portugal). La reina consorte era una apasionada del té y para congraciarse con ella los miembros de la corte adoptaron la infusión. Hay que destacar que entonces las hebras eran un artículo de lujo, incapaz de ser costeado por gente ajena a la monarquía o a la aristocracia”, explica el historiador Mauricio Álvarez Fran.

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Los elevados precios de la bebida, dieron lugar al contrabando y las fervientes disputas contra el gobierno para reducir los impuestos de importación. “A mediados del siglo XIX, la popularidad de la bebida escaló entre la clase media trabajadora y de un día para el otro logró que se convirtiera en un referente de las tradiciones y el espíritu británico. En este avancé sir Thomas fue el responsable de acercar el té (con un valor súper bajo) a la multitud obrera y masificar su distribución en los grandes almacenes”, enfatiza.

En las góndolas, el distintivo de la marca era la cara del creador (con un sombrero náutico y bigotes pronunciados) o la silueta de veleros. “Curiosamente, el único ámbito donde Lipton fracasó fue al disfrutar de su hobby. Él era un amante de la vela y concursó en cinco oportunidades para ganar la Copa América. Sus esfuerzos infructuosos llevaron a que la comisión diseñara un premio especial ‘al mejor perdedor’’, recuerda el especialista.

Luego de su muerte -en 1931- el mapa de tiendas que había trazado desapareció, pero su legado aún perdura con un sinfín de sabores de té gestionados por la empresa Unilever.

Una existencia llena de accidentes

Ya bajo la impronta de un consumo masivo a lo largo de Occidente, en 1908, se produjo una nueva revolución para los bebedores. He aquí la aparición de los saquitos. ¿Cómo se patentó este concepto millonario?

La anécdota mezcla al comerciante neoyorkino Thomas Sullivan y una serie de despistes. Para ahorrar costos de empaque, el empresario tealero decidió envolver las muestras de té que habían comprado sus clientes en unas sencillas bolsas de seda. La idea era que retiren las hebras de allí cuando decidan preparar el té. Sin un comunicado que explicara aquel detalle, el curso de las asociaciones mentales hizo que la clientela hundiera el producto en la taza tal cual había sido entregado.

Inicios y diversificación

Los orígenes míticos del té trasladan nuestros pasos hacia China. La leyenda cuenta que una tarde -hace casi 5.000 años- el emperador Shennong descansaba bajo la sombra de un gran árbol. En ese instante, una ráfaga de viento hizo que las hojas bailen hasta llegar a un cuenco con agua caliente.

Al beber el líquido dorado, el gobernante se sintió embriagado por un aroma divino que expulsó cualquier resto de cansancio. La experiencia hizo que se le atribuya a la bebida propiedades curativas y su consumo se expandió por el vasto imperio.

“Entre los siglos XVII y XIX, el cha llegó a Europa mediante los intercambios comerciales que mantenía el país con Holanda y Portugal. Durante ese tiempo, China se irguió como el principal productor de té del mundo. Posteriormente, el té llegó a Gran Bretaña y Francia. Debido a los altos costos y las trabas, unos años después Inglaterra decidió impulsar su propios cultivos en las colonias de Ceilán (actual Sri Lanka) y la India”, resume el sommelier Pablo Vizoso.

En Argentina

Con un poco de delay, el té arribó a nuestro país por primera vez en 1923 y podríamos decir que también fue un acto fortuito. Todo comenzó en Colonia Tres Capones (Misiones), cuando el sacerdote Tijón Hnatiuk decidió dejar Ucrania y viajar hasta Argentina para visitar a su familia.

De regalo, él les trajo un paquete con semillas de Camellia sinensis y -gracias a los conocimientos previos que tenía el grupo- los cultivos echaron raíces. Cuatro años después, en esas hectáreas apareció la primera producción nacional de té negro.

El segundo impulso ocurrió en Gobernador Virasoro (Corrientes), al aparecer durante 1950 las primeras plantas de una variedad originaria de la India. Hoy, ambas provincias representan la región productora de cultivo más austral del mundo.

“Por desconocimiento, bastante gente piensa que en estas zonas sólo se produce yerba mate, pero la oferta de té es igual de importante. Alrededor del 90 % de nuestros cultivos son exportados para hacer blends a Estados Unidos, Chile y los Países Bajos”, aclara Agustina Bacana.

Para la sommelier, la cultura del té es aún una cuenta pendiente. “Cada vez hay más academias y cursos que buscan educar sobre esta bebida. Sin embargo, la calidad de los productos que consume el promedio de la gente es mala porque viene de los supermercados”, acota.

En la riña de infusiones, la segunda desventaja del té es su imagen. “Al café se lo asocia con las reuniones, las charlas y los reencuentros, eso se nota en las cafeterías. En cambio, el té vive en la espera de los momentos de relax y los mimos. Pensamos en él como un recurso para calmarnos, mermar el estrés o solucionar afecciones digestivas. Esa noción dificulta sacarlo del ámbito hogareño e individual”, reflexiona Bacana.

¿Sabías esto?

Rituales: el té de las cinco

La famosa tradición del “té de la tarde” surgió en 1840 de la mano de Anna Russel. En aquella época era usual que la élite británica comiera solo dos veces al día (durante el desayuno y la cena), pero a la séptima duquesa de Bedford le costaba aguantar el hambre. Es así que decidió implementar con su té una comida ligera para llenar la brecha horaria. Poco a poco, el tentempié se popularizó y llegó (con variantes) hasta la burguesía y la clase obrera. Si alguna vez deseamos recrear el hábito, los acompañamientos clásicos son scones (untados con crema o queso y mermelada), mini sándwiches rellenos de pepino y salmón ahumado o huevo y pequeñas tortas.

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Además, la inventiva llegó a los accesorios durante la década de 1860. Para evitar ensuciarse, el alfarero Harvey Adams creó unas tazas especiales para proteger el bigote de los caballeros británicos.

Una taza con sabor a Umami

Además de lo salado, dulce, ácido y amargo, nuestro paladar puede percibir un quinto sabor aterciopelado: el umami. Este puede degustarse en algunos alimentos con glutamato como las anchoas, la salsa de soja, las setas shiitake, los tomates secos y varios tés verdes japoneses (en especial, el matcha y el gyokuro).

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En los récords mundiales Guinness

La opulencia que rodea al té puede verse en diferentes museos y galerías de arte e incluso en el libro Guinness de récords mundiales. En 2016, el empresario londinense Nirmal Sethia creó “El egoísta”: la tetera más costosa del mundo. La pieza es de oro amarillo y está revestida con 1658 diamantes y 386 rubíes. Además, su mango es de marfil y posee otras incrustaciones en la tapa. El costo de esta obra maestra de orfebrería es de tres millones de dólares.

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