10 años sin Sabato

10 años sin Sabato

Por Alejandro Duchini para LA GACETA.

CASI CENTENARIO. Ernesto Sábato murió en Santos Lugares el 30 de abril de 2011. El 24 de junio de ese año (es decir, 55 días después) hubiese cumplido un siglo de vida. CASI CENTENARIO. Ernesto Sábato murió en Santos Lugares el 30 de abril de 2011. El 24 de junio de ese año (es decir, 55 días después) hubiese cumplido un siglo de vida.
09 Mayo 2021

El 30 de abril de 2011 manejaba por la ruta hacia Rojas, un pueblo de la Provincia de Buenos Aires en el que viven mis hijos. Llovía con fuerza y escuchaba la radio cuando dijeron que “murió el escritor Ernesto Sabato”. Que había nacido justamente en Rojas, casi cien años antes: el 24 de junio de 1911. Me sonó triste aquella mañana: cuando el locutor leyó la noticia sentí que se me terminaba una etapa. Me había relacionado mucho con Sabato. Primero a través de sus libros y después mediante su presencia física.

Entré a Sabato cuando de adolescente leí Informe sobre ciegos. Seguí por cada uno de sus libros: los ensayos y las novelas. Textos lúgubres, opresivos; también tristes pero muy inteligentes. Poco recomendables para un domingo a la tarde. Pero lo más importante en relación a Sabato lo viví en los últimos tiempos de mi papá, que amaba su novela Sobre héroes y tumbas. Con mi viejo leíamos a Sabato en el hospital Durán, donde estaba internado, o en su departamento de Caballito, en los períodos en que le daban el alta transitoria. Cada vez que lo visitaba me mostraba lo que había subrayado. Si él no tenía ganas de leer, me pedía que lo hiciera yo. Así que Sabato fue nuestro compañero en aquellos tiempos que terminaron en abril del 98, cuando murió mi viejo: es el día de hoy que me cuesta recordar la fecha exacta de su muerte.

Cuando fui a buscar sus pertenencias al hospital encontré su ejemplar de Sobre héroes y tumbas. Más de 20 años después de la muerte de papá, ese ejemplar sigue en mi biblioteca. No volví a abrirlo. No creo que me anime a hacerlo.

Unas semanas después, Tito Jacobson, mi jefe en la desaparecida revista Flash, me mandó a cubrir una charla que Sabato daba en una sociedad de fomento del barrio de La Boca. Nunca lo había visto personalmente. Cuando terminó de hablar me acerqué a su compañera, Elvira Fraga, y le comenté cuánto lo admiraba y que sus libros nos habían acompañado a mí y a mi padre durante su enfermedad. Le conté que gracias a sus textos nos habíamos sentido menos solos en la incertidumbre de una enfermedad. Ella se lo dijo a Sabato, él se me acercó y hablamos un rato, pero era tanta la gente que nos rodeaba que no quedó otra que despedirnos.

Ni loco hubiese imaginado que unos meses más tarde -justamente el Día del padre (el primero sin mi viejo)- estaría con Sabato en Rojas, el pueblo al que él regresaba tras décadas de ausencia. Era 1998. El sábado a la noche le hacían un homenaje. Yo estaba en ese pueblo de visita. Así que esa noche de sábado me acerqué y Elvira me reconoció enseguida. “Ernesto, acá está el periodista de Buenos Aires que tanto te conmovió”, le dijo. Sabato dejó todo y vino a abrazarme. Pero como no lo dejaban solo me propuso desayunar al día siguiente. Así que aquel, mi primer Día del Padre sin mi padre, lo empecé con Sabato en el bar del Hotel Victoria, donde muchos años después -y con un divorcio de por medio- dormiría cada vez que visitara a mis hijos.

Nos juntamos Sabato, Elvira y yo y tomamos café con leche y comimos medialunas. Destacamos la coincidencia de encontrarnos ahí, en Rojas. Hablamos de libros, de la importancia que le daba a la quiromancia, y de fútbol. Me contó de sus tiempos de universitario en La Plata y de cómo se vivía allí la antonomasia Estudiantes-Gimnasia y Esgrima.

Aún hoy me resultaba increíble que mi primer Día del Padre sin mi padre desayunara con el hombre que, a través de sus libros, nos había acompañado en la incertidumbre de una enfermedad. También ese domingo, gracias a Sabato, me sentí menos solo.

No volví a verlo. Supe a través de las noticias que estaba retirado y, se decía, enfermo. Hasta que el 30 de abril de 2011, en la ruta y rumbo a Rojas, su pueblo, me enteré de su muerte. Todavía veo la ruta gris y los limpiaparabrisas yendo y viniendo para sacar la lluvia y poder observar mejor lo que se viene.

PERFIL

Ernesto Sabato nace en Rojas, provincia de Buenos Aires, en 1911. En 1938 obtiene su doctorado en Física en la Universidad de La Plata. En 1941 publica su primer artículo literario en una revista cultural de La Plata. Luego publica en Sur. En 1945 publica Uno y el universo y abandona definitivamente la Física para dedicarse a la escritura. En 1948 publica El túnel, su primera novela corta, que será traducida y, tiempo después, elogiada por Albert Camus, Graham Greene y Thomas Mann. En 1951, se edita Hombres y engranajes. Diez años más tarde, Sobre héroes y tumbas, su gran novela. En 1983 es elegido presidente de la Conadep, que lleva adelante las investigaciones compiladas en el Nunca más. Un año más tarde obtiene el Cervantes, el mayor galardón de las letras españolas. Sabato fue colaborador fundacional de LA GACETA Literaria. Amigo de su fundador, además de colaborar desde los primeros números de 1949, abrió las puertas para que llegaran al suplemento autores como Silvina y Victoria Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Carlos Mastronardi o Vicente Barbieri.

© LA GACETA

Alejandro Duchini – Periodista.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios