Al que habla con el corazón le contestan con el bolsillo

Al que habla con el corazón le contestan con el bolsillo

 Reuters Reuters

Tan acostumbrados estamos a mirar hacia adentro que la perspectiva del cuadro global se pierde. Ocuparse de ese monumento a la vergüenza ajena que es la politiquería comarcana resulta una obligación de la praxis periodística, sobre todo cuando la institucionalidad ingresa en zona de riesgo. Tóxica en sus miserias y pequeñeces, pero obligación al fin. Pero mientras tanto pasan cosas serias, trascendentes, mucho más que quién le pintó la pared a quién o cómo se resuelve el juego de la silla en una Legislatura de neto corte circense, con perdón de la noble y maravillosa labor de quienes nos alegran la vida en un circo. Pasan cosas que nos afectan, por más que no se decidan en una locreada pandémica o en alguna interpelación ministerial entre propios, ex propios y algún que otro extraño pescando en el río revuelto. Lujos que se da el peronismo tucumano, aprovechando que la oposición no es capaz de hilvanar alguna propuesta atractiva desde hace décadas. Pasan cosas en el mundo, mientras la provincia se dispara en los pies, que merecen toda la atención.

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Joe Biden hizo lo que se espera de un líder. Pidió que se liberen las patentes de las vacunas contra la covid-19, un gesto-discurso-posicionamiento que lo emparenta con la tradición de los grandes estadistas. La suya es la presidencia joven de un hombre que pronto cumplirá 80 años y ha visto mucho, ha escuchado otro tanto y siempre se distinguió por el humanismo genuino que emana de sus palabras y de sus acciones. A Biden le tocó lidiar con una feroz campaña de fake news con la que Donald Trump y sus seguidores intentaron horadar su figura. Respondió siempre con calma, pero con firmeza. Prefirió ponerse por encima del ruido que atronó en las redes sociales, a sabiendas de que tanto repiqueteo podía restarle votos entre quienes jamás se toman el trabajo de chequear la información que consumen. Biden, admirador de Franklin Roosevelt y de John F. Kennedy, uno de los pilares sobre los que se apoyó Barack Obama, presidente de la nación más poderosa y en pleno ejercicio de una justificada autoridad moral, habló en nombre de los que no tienen voz.

Lo que consiguió Biden, de paso, fue obligar a sus colegas a mostrar las cartas. Si la fatídica irrupción del coronavirus instaló la sensación de que un cambio de época era posible, de que el mundo podía marchar hacia un modelo un poco más igualitario, Biden los corrió a todos por derecha al declarar: pues bien, este es el momento. “Lo que hizo Biden es histórico”, resumió Tedros Adhanom Ghebreyesus, titular de la Organización Mundial de la Salud. La liberación de patentes supone la posibilidad de elaborar versiones genéricas más baratas de las vacunas. Y más rápido, teniendo en cuenta que la mayoritara porción subdesarrollada del planeta está en lista de espera mientras la pandemia no tiene intención de detenerse.

La Casa Blanca precisó su postura por medio de un comunicado de Katherine Tai, al frente del Departamento de Comercio Exterior. Escribió Tai: “se trata de una crisis sanitaria mundial, y las circunstancias extraordinarias de la pandemia de covid-19 exigen medidas extraordinarias. El Gobierno cree firmemente en las protecciones de la propiedad intelectual, pero, en aras de poner fin a esta pandemia, apoya la exención de esas protecciones para las vacunas contra el covid-19”. Tres son los objetivos que enumeraron Biden y la funcionaria: mejor acceso a las vacunas, más capacidad productiva y más dosis administradas.

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La cuestión ahora es qué clase de respuesta recibirá Biden y aquí radica la clave de lo que viene. No sólo en lo referente a las vacunas, tan esperadas y necesarias, sino en materia política, económica y, por sobre todo, cultural, entendiendo a la cultura como factor de inclusión social y de construcción de ciudadanía. La liberación de las patentes habla de un mundo más inclusivo, de un disparo para el lado de la justicia, de ideales y visiones que Biden suele citar y en las que se conjugan pensamientos de, precisamente, Roosevelt, Kennedy y Abraham Lincoln. Un mundo, en síntesis, tan solidario como el que muchos imaginaron -más bien anhelaron- cuando la pesadilla del coronavirus entró sin golpear, pisoteando la puerta de nuestra vida.

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Y empezamos mal, porque Biden habló con el corazón y le contestaron con el bolsillo. “La protección de la propiedad intelectual es una fuente de innovación y debe seguir así en el futuro”, sostuvo Angela Merkel por medio de un vocero. La postura de Alemania quedó fijada sin entrar en detalles ni referirse a la excepcionalidad de la medida. Pero la pista del dinero, esa que recomiendan seguir los maestros de periodismo, lleva al laboratorio alemán BioNTech, socio de Pfizer en la elaboración de las vacunas. Ambas farmacéuticas rechazaron de plano el pedido de Biden.

“No estoy para nada de acuerdo con eso”, subrayó el presidente de Pfizer, Albert Bourla. La explicación, desde los números, es irrefutable: la firma espera embolsar este año 26.000 millones de dólares gracias a las 1.600 millones de dosis de la vacuna anticovid BNT162b2 que tiene previsto vender. Esto elevará la ganancia neta del laboratorio a más de 70.000 millones de dólares durante 2021. Las acciones de Pfizer se han disparado hacia el cielo, un fenómeno financiero del que están formando parte todos los laboratorios que cotizan en Bolsa, incluso los que no producen vacunas. Bourla responde a los accionistas, no al bien común ni a conceptos de solidaridad universal como los que esgrime Biden.

A todo esto, ¿qué está pasando en el resto de la aldea global? “Estoy completamente a favor de la liberación de la propiedad intelectual”, dijo el presidente francés Emmanuel Macron. Más resonante fue la definición de su par ruso, Vladimir Putin: “por supuesto, Rusia apoya una idea como esa”. En el otro lado del ring, la Federación Internacional de Fabricantes y Asociaciones Farmacéuticas calificó de decepcionante la propuesta de Biden. “Puede llevar a la desorganización”, advirtieron los laboratorios. Sin su participación pronosticaron un caos, en especial si se liberan las barreras comerciales.

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Otro escenario que conviene mirar es el colombiano y la pueblada que obligó al presidente Iván Duque a retirar su proyecto de reforma tributaria. Fue a costa de los 24 muertos y 800 heridos que dejó una represión analizada con lupa por toda clase de organismos de defensa de los derechos humanos. Los colombianos salieron a la calle para oponerse al plan de Duque, que intentó financiar el Estado aumentando el IVA y el impuesto a las ganancias de los trabajadores. En otras palabras: exprimiendo las exhaustas billeteras de los sectores medios y bajos. En plena crisis ocasionada por la pandemia, Duque hizo lo mismo que intentaron Fernando de la Rúa y Ricardo López Murphy en 2001: ajustar entre los que menos tienen. Queda claro que Duque no recordaba -o no conocía- el antecedente, porque la ciudadanía le puso un freno tan contundente que se vio obligado a dar marcha atrás.

La pandemia causó estragos en la economía colombiana, elevando a niveles récord la pobreza y la desocupación. Pero hubo una ciudadanía despierta y capaz de movilizarse ante lo que consideró un despojo. No hubo pasividad -como no la hubo en Chile durante las protestas de 2019- y son notas que vale la pena tomar. Formas de demostrar el poder ciudadano, ese del que hablaba Hannah Arendt al referirse al costado virtuoso de la política.

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Mientras en Tucumán el vodevil suma cada día un nuevo motivo para el desengaño colectivo, hay otros campos en los que también se juega nuestro destino. El de la salud, con las vacunas; el de los derechos, con la movilización. Hay que encontrar el tiempo para mirar y sacar conclusiones.

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