Cartas de lectores III: presencialidad

Cartas de lectores III: presencialidad

05 Mayo 2021

Nadie está obligado a saber, pero al menos, debe obtener  experiencias de la realidad. Es curioso cómo los animales nos proporcionan lecciones de maternidad extraordinarias, sin importar la especie, pues en todas el comportamiento es semejante, con características especiales, a saber: seleccionan la pareja, preparan la morada donde cobijarán a sus crías, las alimentarán sólo hasta determinado momento y durante ese período las adiestrarán adecuadamente, incluso ofrendando sus vidas cuando la defensa así lo exija. Distinto a lo que muchos seres pensantes hacen, no sólo hay referencia a las hembras, pues en muchos casos los machos conforman pareja de por vida, contribuyendo al sostenimiento de los nuevos seres en forma conjunta, sin demandar el concurso de otro viviente. En el caso de los humanos, sólo los auténticos padres pueden aportar ideas en torno al tema de la presencialidad en las escuelas, pues desde la concepción hasta los primeros años de vida hay una variedad infinita de experiencias desde lo científico hasta lo pueril. En esto último se consideran como broma las expresiones referidas a su descendiente: “¿cuándo hablará?”; “¿cuándo caminará?”; y cuando lo hace, el retruque: “¡quédate callado!” “¡Mantente quieto!” Esta paradoja es registrada en todos los hogares con los gestos de todos los progenitores. Si por parte de los padres se producen estos acontecimientos, de parte de los hijos también los hay, porque unos y otros son humanos y por ende esto se produjo desde el origen de la humanidad. Como desenlace de lo anterior, padres e hijos requieren de un momento de tregua, sin importar edad, credo, condición económica ni mucho menos estrato formativo. Ese espacio, curiosamente, los llena el aula con su respectivo maestro o profesor, quien hace las veces de padre o madre, con el agregado de haber realizado estudios superiores que lo facultan para desarrollar estas funciones, pero que no alcanza la meta instintiva de progenitor. Empero, la gran mayoría de padres no ha realizado estudios para ser docentes pese a que son excelsos en otras especialidades. En este aspecto se esconde el meollo de la presencialidad escolar. El infante se libera por unas cinco horas de la atadura familiar, al término de las cuales lo anima a la ansiedad de retornar a su casa para recibir el abrazo de sus padres y explicarles los maravillosos momentos vividos. Del mismo modo, los procreadores tienen el ansia de encontrarse con el fruto de sus entrañas y cuando no lo logran son presa de una angustia insoportable. Suprimir la escolaridad es incidir cuantiosamente en un proceso de desequilibrio emocional harto peligroso que suele acompasar con daños colaterales muy expuestos.

Fernando Sotomayor

Alberdi 139

San Miguel de Tucumán

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