Cultura de la cancelación

Cultura de la cancelación

La revelación de Guy Sorman sobre supuestos actos de pedofilia de Michel Foucault es el capítulo más reciente de un debate creciente que tuvo como antecedentes cercanos el caso de Woody Allen y las denuncias del #MeToo, y también referencias del siglo XX como las de Heidegger o Celine. La pregunta se reinstala con fuerza en la era de internet: ¿Debemos dejar de lado la obra de un autor moralmente reprochable?

Cultura de la cancelación
18 Abril 2021

¿Van juntos el talento y la ética?

Por Cristina Bulacio - Doctora en Filosofía.

Ante mi pregunta, la sonrisa adolescente juguetea en sus labios, mientras repite con cierta sorna “¡Ah sí! Cancelar”. Y entonces pienso, y ella lo confirma, en el inmenso poder de las redes sociales. Todos sabemos, y los jóvenes más que nadie, de esta moda extraña y tal vez perversa, por lo arbitraria, de la “cultura de la cancelación”-excluir a alguien del contexto social-. “Cancelan” a artistas exitosos o gente importante cuando han manifestado una opinión inadecuada -racista o misógina, por ejemplo- o, simplemente, cuando algo no les gusta.

Pero los seres humanos somos, a lo largo del tiempo, parecidos a nosotros mismos. Traigo aquí dos ejemplos de pensadores -muy anteriores a las redes sociales- que nos develan la complejidad del tema. Ambos filósofos, uno europeo, el otro argentino: Martin Heidegger y Víctor Massuh.

Martin Heidegger nace en la Selva Negra y estudia en Friburgo. Su brillantez lo hace discípulo de Husserl y de Rickert, filósofos de primer nivel. Es nombrado Privatdozen en Friburgo y luego Profesor titular. Y en 1933, año en que Hitler llega al poder, se lo designa Rector de la Universidad de Friburgo, una de las más importantes de Europa.

El hecho era casi escandaloso, su discurso inaugural deja entrever simpatía por el nacional-socialismo, dictatorial y antisemita desde el inicio. Estuvo solo unos meses, luego renuncia; cuando los Aliados entran en Alemania lo retiran de la vida universitaria, a la que regresa en 1952.

Ahora bien. Heidegger -junto a Popper y Wittgenstein- fue uno de los pensadores más importantes del siglo XX. Renovó la filosofía, incorporó ideas revolucionarias e insoslayables. Toda Europa lo cita y hoy se lo sigue estudiando con sumo interés como hace 50 años.

Víctor Massuh, tucumano, filósofo de reconocido prestigio a nivel nacional. Un pensador buscado y escuchado por amplios círculos de intelectuales. Experto en filosofía de la religión, autor de La Libertad y la violencia. En los tiempos del gobierno militar, Massuh aceptó un alto cargo diplomático en Europa y desde ese lugar ayudó a mucha gente, pero fue su fin. Cuando volvió al país fue “cancelado” por la cultura. Eso le produjo una depresión que lo llevó a la muerte.

Me pregunto y les pregunto: ¿el talento en pensadores de ese nivel debió ser ignorado por actitudes inadecuadas en sus vidas? ¿Europa hubiera tenido que dejar de leer Heidegger? ¿Qué hubiera sido de la mirada filosófica sobre el siglo XX sin sus luminosas y reveladoras lecturas sobre el Teatro griego, Platón o Nietzsche? Entre nosotros, ¿debimos prohibir la lectura de Massuh? Simbólicamente, ¿había que matarlos? Confieso, no tengo respuestas certeras, solo dudas. La conducta ética siempre debe guiar nuestras acciones. Pero entonces ¿el talento, en ocasiones, puede prescindir de la ética? ¿ El amor al poder pudo más que el horror al  nazismo en Heidegger o el prestigio de una embajada en Massuh?  

Heidegger, prácticamente, no fue cancelado; Massuh sí. Vuelvo a preguntar: ¿Los tiempos cambiaron? Seguro, pero no hay respuestas ciertas. Lo siento.

Una forma de censura

Por  Carmen Perilli - Doctora en Letras.

En estos tiempos de cuarentena en los que la interacción social está mediada por las pantallas, ha surgido una nueva corriente: “La cultura de la cancelación”. Cancelar remite a dejar sin valor alguna obligación, por ejemplo, un expediente; anular o rescindir un contrato o compromiso. Pero el uso actual lo refiere a quitar apoyo virtual a marcas y figuras públicas que hayan hecho algo discutible. En el episodio “Blanca Navidad” de Black Mirror implica “borrar” a aquellos cuya conducta molesta u ofende. Un mundo a medida de cada uno. Una cultura similar al que propone el reduccionismo del me gusta / no me gusta que no requiere pensar demasiado, sino cerrarse en una posición. Apunta a la idea de una vida sin desacuerdos, que decreta la inexistencia de lo perturbador. 

El gesto no es nuevo, aunque las máscaras lo sean, vuelven viejas costumbres. A los humanos nos cuesta la aceptación de las diferencias y nos desafían las otredades, sean abominables o luminosas. Este malestar va acompañado de una falta de reflexión y ubicación histórica.   Reflexionar permite no reducir, conocer antes de opinar. 

Considerar punible la película Lo que el viento se llevó o La cabaña del tío Tom no implica preocuparse por la esclavitud.  Nadie en su santo juicio dejaría de leer a Platón porque era esclavista o a San Agustín por misógino. Lo cual no significa dejar de emplear estos datos al leer sus obras.  Un caso flagrante es el de Heidegger, uno de los más grandes pensadores occidentales cuyas simpatías por el nazismo no paralizaron a sus seguidores. Se puede y se debe leer las huellas que la ideología deja en sus textos.

Gran parte de la cultura es misógina, lo saben quiénes han introducido una mirada nueva desde el género, pero no tiene sentido anular las obras de arte. Hoy la gran polémica gira en torno a Foucault y la pedofilia. A lo largo de la historia de la humanidad la sexualidad ha adquirido formas distintas, algunas aberrantes y condenables. El acto que Guy Sorman denuncia está por un lado descontextualizado (40 años después) pero, por el otro, su existencia no anula una vasta obra, aunque permite una nueva iluminación.  Pensemos en la pintura. ¿Alguien escondería la pintura de Picasso porque era violento y maltratador de las mujeres?; ¿El Cantar del Mío Cid por su antisemitismo o a Pablo Neruda por su perversa conducta con las mujeres?

Nada se soluciona con “cancelar”, otra forma de censurar desde un supuesto saber superficial y sin cavilación alguna, obedeciendo al imperativo de lo políticamente correcto. 

Tenemos que aprender a coexistir con la violencia y el conflicto e intentar comprenderlo para superarlo, combatiendo con el diálogo. La demanda de control puede ser peligrosa y llevar a una estéril homogeneización. Aceptar la realidad con todas sus contradicciones y explorarla en toda su riqueza permite abrazar sus infiernos y paraísos.

© LA GACETA

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