La escuela es el lugar más seguro. ¿A cuál nos referimos?

La escuela es el lugar más seguro. ¿A cuál nos referimos?

La escuela es el lugar más seguro. ¿A cuál nos referimos?

Resulta erróneo pensar que hay docentes y padres que apoyan la presencialidad en las escuelas y, otros, la virtualidad. No hay dos sectores enfrentados como, a veces, se intenta mostrar. Sólo hay docentes, padres, y sobre todo, alumnos, que quieren aulas abiertas. Con protocolos de bioseguridad. Con servicios de agua potable y baños en perfecto estado. Con docentes vacunados. Con flexibilidad para los docentes y chicos que no puedan asistir a la escuela porque están enfermos o por otras razones. Con una ART que cubra y dé garantías al docente que se enferma. Con transportes que puedan trasladar a los chicos sin que lleguen contagiados a la escuela.

Todo esto está contemplado en el Protocolo Marco y Lineamientos Federales para el Retorno a Clases Presenciales en la Educación, que firmaron autoridades nacionales, provinciales, expertos y gremios.

Ahora bajemos al plano de la realidad: unas 60 escuelas sin clases presenciales por distintos problemas, falta de agua, instalación eléctrica dañada, destrozos por actos de vandalismo y otras situaciones dejan a cientos de chicos en la virtualidad total. El pésimo estado de los edificios escolares reconoce, al menos, tres causas: falta de mantenimiento durante el año en que estuvieron cerradas las escuelas, ausencia de medidas de seguridad y un deterioro de años. En una palabra, falta de inversión en las escuelas públicas.

Quizás, la ingenuidad de pensar que como las escuelas venían funcionando con poco o nada de presupuesto hasta el 2019, podrían hacerlo ahora también, en 2021. Pero eso es imposible en las actuales condiciones. El protocolo no permite que el alumno lleve, como lo hacía antes, su botellita de agua para beber porque la escuela no tiene agua potable o corre apenas un hilo por la canilla que no sirve ni para lavarse las manos y muchos menos para apretar el botón del inodoro. Tal vez la cómoda idea de pensar que como los docentes nos tienen acostumbrados a poner ellos, de su bolsillo, desde la tiza hasta las zapatillas para que los chicos puedan ir a la escuela, quizás, también podrían hacer reparar la escuela y limpiarla (después de un año cerrada) con poco dinero. Después se dieron cuenta de que habían sido demasiado optimistas y duplicaron los fondos del aprestamiento. Pero en algunos casos, seguía siendo insuficiente. El deterioro es grande y lleva años.

El argumento de muchos docentes no es no volver a la escuela por miedo a contagiarse, sino porque no se cumplen las condiciones que garantizan la salud.

Ya hay seis docentes fallecidos por covid -19 según se denuncia en las redes sociales-. Y con cada nueva aparición de la típica cinta negra en la arista de la foto, recrudecen los argumentos en contra de la presencialidad: 1- la lenta vacunación de los docentes (van en 8.500 y son 30.000). 2- El peligro de contagio de los docentes taxi, que van por distintas escuelas. 3- Los caminos poco accesibles o inaccesibles para llegar a las escuelas rurales. 4- La idea de que los chicos que se contagien puedan llevar el virus a los abuelos.

Pero no todos los edificios escolares están mal. La presencialidad es necesaria para todos, para los docentes también. Y ahora vamos con los argumentos a favor: 1- La presencialidad garantiza la igualdad de oportunidades, la sociabilizacion y la integración de los chicos. 2- Es vital para los alumnos con determinadas discapacidades y con trastornos como el espectro autista, que la pasaron muy mal el año pasado. 3- Es la salvación para los chicos que sufren violencia familiar porque en la escuela son detectados por las maestras. 4- Es urgente para los alumnos que necesitan tener visibilidad a través de la escuela para poder alimentarse. 5- Es fundamental para el derecho a estudiar de los chicos que no tienen conectividad ni dispositivos. 6- Es necesaria para los padres que no tienen con quién dejar a sus hijos cuando salen a trabajar. 7- Es bueno para los propios chicos, porque si dejan de ir a la escuela se entristecen y no pueden aprender de sus pares.

Como lo dice el doctor Jorge Cabana, de la Sociedad Argentina de Pediatría: “La escuela educa, crea lazos sociales, alimenta, da refugio, democratiza conocimientos, orienta y contiene. Es un sitio seguro y constituye una herramienta de equidad social indispensable, particularmente para los grupos más vulnerables”.

Sí. “La escuela es un lugar seguro”, dice el ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta. Y lo repite su par de Tucumán, Juan Pablo Lichtmajer: “La escuela es un lugar muy seguro”.

Algunos dirán de Trotta: “¡Cómo cambia el discurso!”. Se acordarán de cómo resaltaba el hecho de que Argentina era uno de los países que más rápidamente suspendió las clases (el 15 de marzo de 2020), cinco días antes del decreto oficial del aislamiento social obligatorio y preventivo y trece días después de la detección del primer caso de coronavirus. Y sí, corrigió el discurso. Ahora comprobamos el daño que ocasiona el aislamiento y el desastre que generó en la economía una cuarentena tan larga. La educación (es feo decirlo) también mueve la economía.

Como lo demuestran los países más avanzados, en la medida de lo posible, la escuela debe ser considerada como un lugar seguro. La pregunta, en Tucumán, es a qué escuelas nos estamos refiriendo.

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