“Perder los ritos es tremendo, porque a quienes tenemos fe nos conectan con Dios”

“Perder los ritos es tremendo, porque a quienes tenemos fe nos conectan con Dios”

Cynthia Folquer advierte sobre los cambios que propicia una sociedad narcisista y autorreferencial. El riesgo de una “religión digitalizada”.

La Semana Santa alberga en su esencia un ritual que la cristiandad fue edificando durante siglos. De allí el temor de que esos ritos se pierdan. “Sería tremendo”, sintetiza Cynthia Folquer, consciente del poderoso avance de una sociedad narcista y autorreferencial sobre tradiciones que conforman un pilar de la vida comunitaria. El estudio de la historia es una pasión que Folquer -priora de la Congregación de las Hermanas Dominicas- cultiva con esmero y por eso su lectura va más allá del enfoque religioso. La cita al filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su argumentación lo demuestra.

El Domingo de Pascua invita a reflexionar sobre este particular momento que vive la cristiandad y Folquer lo intenta con una mirada profunda y abarcadora, en la que incluye el proceso de secularización -al que ve en una nueva etapa- y la presencia (o ausencia) de las manifestaciones religiosas en el espacio público.

- La pandemia obligó a cambiar las celebraciones de Semana Santa, pero desde mucho antes del coronavirus ya venía notándose una menor participación de los creyentes en la liturgia. ¿A qué se debe?

- “La desaparición de los rituales” es un texto precioso de Byung-Chul Han. Habla de cómo en nuestra sociedad capitalista y consumista, de excesiva comunicación sin comunidad, corremos el riesgo de que desaparezcan los rituales. Y más en medio de la pandemia, en la que hemos suspendido muchísimos rituales, empezando por el saludo, el abrazo, el beso. Esto es tremendo, porque la desaparición del ritual nos habla de un desconcierto de identidad comunitaria. Lo que plantea Han es que el ritual fortalece la experiencia comunitaria; pero lo que se ha instalado es el riesgo de crecer en el narcisismo y en el individualismo, en la autorreferencialidad. Todos estos son grandes males de nuestro tiempo, como dice el papa Francisco. En cambio, los rituales nos provocan una experiencia de olvido de lo individual para hacer una experiencia comunitaria.

- ¿Y cómo funcionan en cada uno de nosotros?

- Es muy propio del ser humano tener ritos, que son repeticiones de acciones simbólicas que además no tienen explicación. Porque si explicás un rito ya no es rito. El símbolo tiene eficacia cuando lo vivís y te genera algo sin que lo racionalices. Hay rituales católicos que son bellísimos y la Semana Santa tiene tradiciones antiquísimas. En su repetición está la sabiduría.

- ¿Por qué son importantes los ritos religiosos?

- Estaba leyendo este libro del jesuita español Javier Meloni, que se llama “Lo uno y lo múltiple”, en el que analiza la dimensión de los rituales, de los textos sagrados, de todas las categorías religiosas en una suerte de lectura comparada. Todas las religiones tenemos rituales -el Islam, el judaísmo, el budismo- que repetimos año a año. El Islam tiene el Ramadán y muchas tradiciones corpóreas, como el modo de rezar o hacia dónde te inclinás. El judaísmo igual. Es importante recuperar la importancia de los ritos religiosos. Primero porque nos conectan con la dimensión trascendente de nuestra vida, y a los que tenemos fe nos conectan con Dios; pero también nos conectan con la comunidad y con una tradición ancestral que hemos recibido, a la que a veces despreciamos por desconocimiento.

- ¿Cómo se puede transmitir el valor de la ritualidad? ¿Cómo resignificar esa experiencia?

- Hay una cuestión de educación, de cómo se transmite el ritual. Han habla de esos rituales que son actos repetitivos y nos ayudan a olvidarnos de nosotros mismos cuando nos sumergimos en esa celebración. Ahí está la habilidad de quien induce esa celebración para que sea significativa, para que tenga sentido.

- ¿Qué juega en contra?

- El ritual requiere mucha atención y el problema de nuestra sociedad es que estamos perdiendo la atención. Estamos muy habituados a la percepción serial, pero no a la percepción del símbolo. Por eso nos sumergimos cinco horas a ver series en Netflix. Ahora bien, ¿cómo captar el símbolo? Creo que no hemos podido transmitir lo valioso de estos gestos y de lo que significan una imagen, un ramo, la Eucaristía misma. Para alguien racional todo esto es muy ingenuo. Muchas veces nos ha faltado fundamentación para explicar que somos seres simbólicos y que nuestra vida es ritual. ¿Por qué cuando un ser querido cumple años le llevo un regalo? ¿Qué significa eso? ¿Por qué invito amigos a comer? ¿Qué significa el ritual de la mesa? Son cosas que la aceleración con la que vivimos nos hace perder.

- ¿Qué rol juegan los procesos de secularización en todo esto?

- La separación de las esferas -el Estado y la Iglesia- en ámbitos católicos, por ejemplo, es un proceso que se da sobre todo en Occidente, en Europa y en América Latina. Pero esto no significa ni el fin de la religión ni la pérdida de lo sagrado. A fines del siglo XIX y hasta avanzado el XX, con los procesos de la Guerra Fría, se anunciaba el fin de las creencias. Sin embargo, los nuevos estudios del siglo XXI plantean que en algunos lugares la religión ha vuelto a estar en el espacio público, por más que creíamos que ya sólo pertenecía al ámbito privado. De hecho, hay muchísimos sociólogos que han publicado libros sobre el tema, como “El retorno de los Dioses” o “Dios no ha muerto”.

- ¿Cómo se desarrolló este proceso de secularización en la Argentina?

- El concepto de lo secular, que es la separación de lo sagrado, ha sido natural de lo que es la constitución de los Estados modernos. Nosotros veníamos de una América Latina en la que la monarquía y la Iglesia eran parte del Estado colonial, ya que la jerarquía de la Iglesia era parte de la Corona por el Patronato. El siglo XIX, que implica el proceso de Independencia, es el primer umbral de la secularización. La segunda ola llega con las leyes laicas, la ley del registro civil, la educación laica, la secularización de cementerios. Eran cosas que antes la Iglesia hacía porque era parte del Estado español, como el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones. El Estado moderno plantea que todo eso le corresponde a él, sobre todo pensando en una sociedad que se concibe como plurireligiosa. En el caso de la Argentina, por ejemplo, con el arribo de musulmanes, judíos, protestantes, se generaba un serio problema a la hora de anunciar defunciones o enterrar muertos, porque los cementerios eran parroquiales.

- ¿Cómo fueron repercutiendo estos cambios en la Iglesia?

- El proceso fue vivido por la Iglesia como una gran crisis, por la pérdida de significancia social, de control de la población. Las parroquias controlaban nacimientos, casamientos y muertes, pero también controlaban las elecciones, que se hacían en los atrios de los templos. Todo esto provoca un retraimiento de la religión del espacio público. En el siglo XX la situación adquiere otras características, de crítica al poder de la Iglesia, del control de conciencias. Esos despertares que como humanidad se van registrando -el psicoanálisis, la sociología y el avance de las ciencias- genera que las elites intelectuales muchas veces hagan crisis. En el caso de la fe al considerar que es algo atávico, primitivo; que la razón es lo que tiene que primar.

- En este punto no ayudó mucho la academia, ni siquiera en la actualidad...

- Hay una deuda en los estudios universitarios académicos y en el debate que allí se produce de volver a dar al hecho religioso la importancia que tiene.

- ¿Es un fenómeno netamente occidental?

- Sí, el secularismo y la crítica a la religión han sido más de Occidente. A un musulmán no se le ocurre cuestionar la peregrinación a La Meca, un judío ortodoxo va a valorar muchísimo el candelabro de siete velas. ¿Por qué el cristianismo es la tradición religiosa que más ha permitido la secularización? Tiene que ver con la cultura más racional, como si la razón lo resolviera todo. Por eso debe haber una renovación litúrgica, con una participación real de la comunidad. Muchos sacerdotes tienen una capacidad preciosa de animar liturgias y otros no tienen ese don y deberíamos ayudarlos (risas).

- ¿Cómo se siente la Iglesia en relación con la ocupación del espacio público?

- En algunos momentos hubo desconocimiento; en otros, desconcierto. Esto de “se están vaciando los templos” o “la gente ya no va a misa”. Pero pasa en las ciudades, en las zonas rurales es otra historia. En el mundo secularizado urbano hay un desplazamiento de la experiencia religiosa a otros modos. Porque no es que la gente no tiene sed de espiritualidad ni de rituales; los necesitamos. Es cierto que muchos han dejado la liturgia eucarística y no participan de las celebraciones de Semana Santa, pero han encontrado otro modo de reconectarse con una fuente de espiritualidad. Los caminos de silencio, de meditación y los retiros espirituales siguen siendo muy demandantes, pero quizás esa misma gente no se siente tan expresada en una manifestación callejera en torno a una imagen. Hay transformaciones de la experiencia religiosa, pero no quiere decir que no exista.

- ¿Cuál es el análisis que podemos hacer hoy, al cabo de décadas de secularización?

- Toda la evolución de cambios culturales fortísimos ha hecho que las manifestaciones religiosas se hayan hecho más privadas o haya habido un viraje hacia rituales y devociones de un modo menos callejero, menos público. Pero no quiere decir que eso sea el fin de la historia. José Casanova, un sociólogo español muy interesante, habla del postsecularismo. Un caso es el avance de las iglesias evangélicas, que tienen una presencia pública y política impresionante en Estados Unidos y Brasil, ahí para nada se trata de devociones privadas. Son manifestaciones enormes con estadios que se llenan de gente que va a proclamar su fe. El catolicismo quedó como un espacio de mucha más sobriedad. Decir hoy que la religión es solamente privada ya no es aceptable ni en la academia, basta con ver cómo los canales pentecostales invaden las redes sociales. De esto se trata lo del retorno de los dioses, que no tiene que ver con que la Iglesia Católica plantee una presencia masiva en las calles, sino porque las iglesias reformadas, con todas sus ramificaciones, han tomado el espacio público virtual.

- ¿Se imagina una vida religiosa mediada por la digitalidad?

- El riesgo de la vida digital es la excesiva comunicación sin cuerpo, mientras lo que necesitamos es contacto, miradas, gestos, palabras. Hay que advertir en la escuela, en la familia, en la sociedad en general, que si bien la pandemia nos ha obligado a eso, es comunicación sin comunidad. Pensar en la desaparición de los sacramentos a partir de una práctica exclusivamente digital es muy delicado. La tradición religiosa necesita cuerpos que caminen juntos, que coman juntos, que interpreten los textos bíblicos juntos.

- ¿Cómo es el impacto fuera de los grandes centros urbanos?

- Yo participo mucho en las procesiones de alta montaña. Al no haber sacerdotes desde la época colonial se mantienen los misachicos, durante los que se recorre con imágenes la montaña. Es un ritual precioso, en el que se va rezando, se va cantando, se conversa. Son cuatro o cinco horas en las que se va de un lugar a otro, se cumple alguna promesa. Al transitar ese misachico se va haciendo sagrado el camino y la comunidad se une; se superan las diferencias, se vuelve a fortalecer la identidad comunitaria en torno a un santo patrono o a la imagen de la Virgen. ¿Pero qué pasa en la ciudad? El domingo pasado vino mucha gente a la iglesia a buscar su ramo y se lo llevó a la casa porque es un objeto sagrado. Se lo toma también como un fetiche o como un acto de memoria que inspira. Por esto lo que necesitamos es corporalidad en la experiencia religiosa.

- ¿Está la cuestión del sincretismo en el medio?

- No tomemos a lo sincrético como algo negativo. En América Latina se produjo ese sincretismo a partir de la mezcla que se da entre la llegada de los españoles y su cultura con las tradiciones indígenas amerindias. Hay fusión y mestizaje, que no es algo malo, sino el surgimiento de algo nuevo. En la alta montaña, la Pachamama y el Yastay, que es el protector de los animales, conviven armónicamente con Jesús y con la Virgen María.

- ¿Cuáles son sus recuerdos de las celebraciones de Semana Santa en Tucumán?

- Me acuerdo del Miércoles Santo y el Via Crucis de la Juventud. Eran masivos y llenábamos la ciudad. Estábamos en plena dictadura y eran, quizás, las únicas manifestaciones populares permitidas. Los sacerdotes caminaban con los jóvenes, iban confesando y celebrando esa reconciliación que significa caminar por la calle. Las peregrinaciones de la juventud también eran masivas. Yo he crecido con esos rituales, que han ido disminuyendo por distintas circunstancias.

- ¿Qué pasa con las representaciones como “La Pasión”, que son masivas pero no pertenecen al ámbito litúrgico?

- A mucha gente esas recreaciones le permite hacer memoria del hecho histórico y de la persona de Jesús. Los mismos actores viven un proceso interesante cuando lo representan. Es verdad que se toma como turismo cultural, pero otros lo hacen con devoción. Son distintos formatos. Del mismo modo, hay muchos cristianos que no se sienten identificados por lo que consideran casi un circo, como una banalización, y hay que respetar eso. Algunas personas necesitan la manifestación pública y otros prefieren hacer un Viernes Santo de silencio, de lectura de los textos bíblicos. Hay jóvenes que prefieren hacer un retiro de Semana Santa y no una procesión; y están los que sienten que les falta algo si no hacen la Procesión de Ramos.

- ¿Cómo se fue construyendo la tradición de la Semana Santa?

- Durante el paleocristianismo, en los primeros cinco siglos, representar la cruz era algo abominable, ignominioso y humillante, por eso durante siglos ningún cristiano usó la cruz. Aparece por primera vez en el siglo IV en una iglesia de los dominicos en Roma. Allí está la primera representación del Crucificado y a Jesús se lo ve apoyado en la cruz, bien gordito, sin ninguna señal de sufrimiento. La cruz era la muerte más horrenda y humillante que había. De hecho, lo que usaban los cristianos para identificarse era un pez o un ángel. Recién en el siglo X, en Europa Occidental, los obispos empiezan a establecer el Domingo de Ramos y a traer de Jerusalén las primeras manifestaciones.

- ¿Por qué se produce todo esto?

- Al comienzo los cristianos no querían saber nada de la espectacularidad, para distinguirse de los que consideraban paganos. Al contrario de las romanas, las manifestaciones cristianas eran muy sobrias, en casas pequeñas, de hacer la Eucaristía como acto de memoria de Jesús. Pero nada de montar un Via Crucis, que podía haber sido abominable. Por todo esto, la estructuración de la Semana Santa tal como la conocemos llevó alrededor de 1.500 años. No es una cosa que se hizo de golpe y por decreto.

PERFIL
Religiosa e historiadora

Cynthia Folquer es profesora y licenciada en Historia por la Universidad Católica Argentina (UCA) y Doctora en Historia por la Universidad de Barcelona (UB). Dirige la revista “Itinerantes, historia y religión” e investiga en el Instituto Prof. Manuel García Soriano, de la Unsta. Es priora de la Congregación Dominica.

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