Las bicicletas deben ser un eje de la planificación urbana

Las bicicletas deben ser un eje de la planificación urbana

Para hacer deportes, para gastar menos dinero en taxis, para evitar los gravísimos amontonamientos que se producen en el transporte público tucumano a pesar de la pandemia, para ahorrarse el estrés que implica manejar en los horarios pico o simplemente para sumarse a una moda que se instaló con mucho ímpetu. La pandemia generó un cambio en miles de tucumanos: decidieron interponer dos ruedas entre ellos y el suelo. Y a muchos, esto les cambió radicalmente la forma en la que perciben la ciudad.

Sucede que, de ser parte del sistema agresivo y casi anárquico que caracteriza al tránsito que recorre toda la provincia, una persona cambia de rol cuando se baja del auto y se sube a la bici. Porque de golpe se vuelve vulnerable ante los vehículos que pasan a toda velocidad, a la falta de controles viales, a los baches brutales que se esconden debajo del agua que corre por las calles, a los delincuentes que acechan… Es decir, en la planificación urbana nunca (o muy pocas veces) se tuvo en cuenta al ciclista; siempre se lo vio como una cuestión marginal, casi irrelevante.

De todas las certezas que nos dejó la pandemia, acá rescatamos una: el encierro empujó a miles de tucumanos a replantearse cuestiones cotidianas que antes eran indiscutibles. Una de ellas es la de la movilidad. Ya sea por el deseo de hacer algún deporte, por integrar un nuevo grupo con el cual relacionarse o por trasladarse de manera más sustentable, muchos de ellos se volcaron en masa a las bicicleterías. Hay cifras que respaldan esta tendencia: en agosto del año pasado, cuando ya se percibía claramente un relajamiento en las restricciones (a pesar de que el pico de casos aún no había llegado a Tucumán), la venta de bicicletas se disparó un 30%. Esta tendencia se fue acentuando al punto que, en determinados momentos, hubo desabastecimiento y, apalancados por la inflación, los precios se multiplicaron. Como suele ocurrir con los cambios en los usos sociales que les da la comunidad al ámbito urbano, rápidamente quedó en evidencia una situación que no era nueva, pero que se visibiliza en su real magnitud: las ciudades tucumanas excluyen a los ciclistas y los dejan en espacios marginales, donde la inseguridad (de todo tipo: vial, delictiva, etcétera) constituye la norma. Esto ocurre en la provincia en la que se desarrolla una de las competencias ciclísticas más importantes del continente, el Trasmontaña, que atrae competidores de élite y amateurs, y que genera un movimiento económico enorme. El detalle puede parecer irónico, pero no lo es.

Bicisendas y ciclovías (técnicamente no son lo mismo) fueron términos a los que intendentes y funcionarios echaron mano cada vez que quisieron mostrarse cercanos a ideas de desarrollo sustentable. Se concretaron algunos proyectos: en Tafí Viejo, en la capital y en Famaillá, por nombrar algunas ciudades. Pero el vandalismo, los robos y cierta desidia oficial, en algunos casos, atentaron contra la sostenibilidad de estas experiencias.

Por estos días,Yerba Buena impulsa el desarrollo de un proyecto y la Universidad Nacional de Tucumán, otro. Pero como decimos más arriba, experiencias anteriores generan, como es lógico, algunas dudas. En una provincia con un sistema de transporte público se encuentra en crisis terminal, creemos que es fundamental que los gobernantes asuman la movilidad urbana como lo que debe ser: uno de los pilares para lograr ciudades amigables y sanas para sus habitantes.

Para ello es clave mejorar la seguridad de manera radical, potenciar los medios de transportes alternativos a los tradicionales (como la bicicleta) y asumir que las necesidades de los ciudadanos deben ser atendidas más allá de los tiempos electorales, sino como parte de programas de largo aliento, pensando en cómo se desenvolverá la vida en la sociedad en los próximos años.

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