PJ y UCR, crisis paralelas de conducción y de representación

PJ y UCR, crisis paralelas de conducción y de representación

Las dos principales expresiones políticas de la provincia llevan vidas paralelas, están en crisis por acciones de sus propios dirigentes, una al frente del Gobierno y la otra cumpliendo un rol en la oposición. Tanto el peronismo como el radicalismo conviven en un estado de tensión y conflicto interno, donde las identidades partidarias y las ideológicas ocupan el centro del escenario. Están en estado de ebullición. Unos ya se están desangrando, mientras los otros andan con cuchillos afiliados entre los dientes. Los motivos son semejantes en ambas trincheras: las ambiciones y los intereses personales. Unos que desean llegar, otros que no se quieren ir. Han agrietado a las dos fuerzas. Sus referentes las han debilitado y expuesto justo en un año que exige, primero, acuerdos políticos, y luego negociaciones electorales. Bordean una situación límite.

Están lejos de una convivencia pacífica, han priorizado la pelea entre compañeros y correligionarios -casi sin vuelta atrás porque, encima, no hay dejado abiertos vasos comunicantes-, cuando en los años de votación hay una certeza que se impone por peso propio en cualquier organización política para conquistar el éxito en las urnas: la causa por la que se lucha, desde el rol que les tocó en suerte, debe estar por encima de los intereses individuales y de los egoísmos sectarios, porque si no se arriesga la suerte del conjunto. Las fallas en las acciones -o en las estrategias- salen a la luz con los resultados puestos. Después, a llorar al campito. El que se equivoca, pierde. Como lo dijimos la semana pasada, las derrotas no se explican, si se perdió, algo se debe haber hecho mal. Elemental razonamiento político.

En el oficialismo peronista y en la oposición radical se descubre un rasgo común para salir del paso en el debate interno de los dos grupos: unos quieren aplicar el peronómetro y los otros el radicalómetro; los justicialistas en el marco de la lucha por la conducción del espacio -algunos osan meter la palabra “negocios” en el medio- mientras que los hombres de Alem se han enfrascado en las desavenencias ideológicas y en las cuestiones generacionales para diferenciarse. Luchas fratricidas al fin, por la conducción y por la representación.

¿Quién debe liderar al peronismo y cómo? y ¿quién tiene que hacerse cargo del radicalismo y cómo? Mientras en el PJ y en la UCR se pelean por responder a esas preguntas, hay terceros en discordia que sacan o buscan sacar provecho de los conflictos ajenos en términos personales o de agrupación; la proximidad de los comicios representan una oportunidad para los aventureros que viven de la política y la ocasión de consolidar una causa de lucha para otros que la sienten.

Lucha por la conducción

En la interna desatada en el oficialismo peronista se verifica una frase que solía repetir Perón en sus charlas a los compañeros: la conducción es lucha ...; aunque no se cumple la parte que continúa en esa sentencia: ...y el gobierno es construcción. Y en el Gobierno se están destruyendo a mandobles, desde las dos principales cabezas: Manzur y Jaldo; y haciendo rodar cabezas en un inexplicable ojo por ojo que deja atónitos a los propios peronistas. No sé cómo va a terminar, esto es muy malo, no hay vuelta atrás; confiaba con cierta resignación y disgusto un alto referente del PJ. No apuntaba sólo a las posibles consecuencias negativas de la crisis en las elecciones, sino a que, además, se estaba dejando sin el sustento a militantes por su lealtad o identificación con el adversario interno, porque a muchos se les está sacando el ingreso para la comida. Claro, hay que observar que es dinero del Estado que costea la sociedad. Como decía un dirigente taficeño ya fallecido, ocurrente por sus frases, pero también por su habilidad política en los 80 y 90: a los compañeros no se les puede sacar “la negrita”; en referencia a la olla ennegrecida de tanto uso en la cocina o en los braseros. Hoy no serían tan descamisados.

Manzur, obvio, no podía resignarse a quedar mal parado debilitado ante las autoridades nacionales del PJ por perdido la elección del ombudsman, o ante el mismo Gobierno nacional. Así nadie puede presentarse como armador de nada. Avanzó con un gesto de firmeza para demostrar que es él quien conduce al peronismo en la provincia y eligió el camino drástico, el del rigor del látigo: desplazando a todo aquel que simpatizara con el vicegobernador y aislando al jaldismo a su reducto legislativo. Una muestra de poder que aplaudieron los manzuristas. Quiebre total. ¿Recompuso su imagen en el plano nacional con estos gestos? Difícil saber.

Jaldo, por su lado, ha sido entrampado, está casi obligado a usar los mismos códigos, ha sido arrinconado por las circunstancias y debe replicar de alguna forma, no porque sólo porque han acotado y perjudicado políticamente su imagen, sino porque tiene que pararse de alguna forma frente a sus propios adláteres. Si no, qué clase de conductor sería. ¡Cómo podría aspirar a conducir el espacio si no reacciona! Sólo le queda profundizar la grieta y distanciarse, a lo Manzur. Y pagar con la misma moneda: bajar contratos de personas ligadas a los legisladores manzuristas. Sufrir y hacer sufrir.

Una espiral de virulencia interna que sólo puede ser frenada de una sola forma: desde afuera, con alguien de suficiente peso político externo, un extraño a la provincia, alguien que pueda doblegar la voluntad de choque de los dos referentes y los conmine a sentarse en una misma mesa en beneficio del partido. Mediador se busca. ¿Quién reúne ese perfil? Alguien del PJ nacional, una figura preponderante en el justicialismo insospechada de jugar para uno u otro lado, ¿algún gobernador tal vez? Alberto tiene tantos frentes abiertos que meterse en otro más lo desgastaría. O bien, a aguardar una bajada de línea de Cristina, aunque ella tiene cientos de problemas que resolver, especialmente con la Justicia; y a la vez también aglutinar al peronismo bonaerense alrededor de su hijo Máximo. Cristina es la misma que no simpatiza con Manzur desde que este sentenció públicamente su muerte política; por lo que la foto con ella es la que posiblemente trataría de conseguir Jaldo en su incursión por Buenos Aires.

El ministro del Interior, Wado de Pedro ya se jugó por Manzur, ha definido preferencias, ha bajado al barro y ha elegido un bando. El Gobierno nacional, con Alberto Fernández a la cabeza desde que es presidente del PJ, debe seguir atentamente lo que sucede con el peronismo tucumano, porque en parte será responsabilidad del poder central lo que suceda electoralmente en la provincia. Une o desune. Es muy difícil sino imposible, dadas las circunstancias actuales -con conductas influenciadas por el principio de acción y reacción-, que Manzur y Jaldo se sienten a dialogar por iniciativa propia, menos si el titular del PE entiende que no necesita al jaldismo para ganar las elecciones intermedias.

Entre perdedores y ganadores

Los que sí no parecen dispuestos a dialogar son los correligionarios, por el contrario, han creado un abismo ideológico, generacional y de pragmatismo electoral que los ubica en veredas enfrentadas. Y con actitudes irreconciliables, donde la condición del ser radical se ha puesto en el debate. Con duelos verbales picantes; con agravios y destratos, de los que ya no se vuelve.

Cuando Mariano Campero acusó a José Cano y a Silvia Elías de Pérez de perdedores -habló de que en la UCR hacen mística de la derrota, contraponiendo que él y el concepcionense Sánchez son radicales ganadores-; detonó cualquier tipo de acercamiento. Rompió los puentes. Es imposible que haya un acuerdo entre los que se consideran jóvenes vencedores y a los otros veteranos perdedores.

A Campero no le queda otro camino que concretar la alianza con Bussi y salir a la cancha en las elecciones de diputados y de senadores, porque está obligado a confirmar en las urnas que es un ganador y que sus adversarios internos son perdedores consuetudinarios. Quedó preso de sus palabras. Aunque testimonial, tiene que demostrar a los propios radicales, primero, y al resto de los tucumanos después que es una opción de poder presentando su candidatura.

Fuerza Republicana, en tanto, es la piedra de la discordia, la presencia que divide las aguas en la dirigencia y la militancia de la UCR. Ni Cano ni la diputada radical pueden pactar con Bussi después de lo que se dijeron. Razones ideológicas también confluyen. Si el futuro electoral de la UCR está condicionada a esos cuatro nombres, la fractura está cantada, y sólo los votos dirán quién tiene la razón en cuanto a las estrategias que elijan para enfrentarse y confrontar con el resto de las fuerzas políticas en las urnas. Ganará el que haga mejor las cosas por aquello de que las derrotas no se explican.

Ahora bien, ¿pueden salir solos, con la UCR o la sigla de Juntos por el Cambio, Cano y Elías de Pérez a disputar por una banca de senador, él, y de diputada, ella? Encima con un partido intervenido e inmovilizado. Aquí entra a tallar Alfaro, a quien hay que mirar; se mantiene expectante y distante de la interna de los correligionarios, sus antiguos socios. Espera. Sólo ha definido que su esposa, la diputada Beatriz Avila, será candidata a senadora por el PJS, y en primer término, como para que lo sepan los que quieran acercarse a avanzar en negociaciones políticas y electorales, que dicho sea de paso no pueden ser otros que los radicales distanciados del bussismo, en principio. Sólo una situación disgusta y los pone en alerta a los radicales de Juntos por el Cambio: que Ávila haya abandonado Cambiemos y haya constituido el unibloque del PJS, como para tener que aceptarla ahora y dar pelea por ella por esa banca. Es un posible factor de conflicto. No imposible de superar.

El intendente corre con ciertas ventajas al manejar el municipio más importante de Tucumán, ya que tiene territorio, estructura y una caja, y es imposible que se siente en la misma mesa en la que esté Bussi. Razones ideológicas. Por lo que Campero y Sánchez no deberían estar en su radar político al mantenerse tan jugados por asociarse con el bussismo. Ahora bien, si los radicales arreglan sus cuitas y confluyen en un gran frente de dirigentes -los mismos que se han dicho de todo-, además de FR, el jefe municipal capitalino podría repensar sus pasos. Por ahora cuenta con radicales, con peronistas y hasta con gente del PRO en su gestión, y es a quien podrían dirigir sus miradas los heridos de la interna del peronismo, lo que lo convierte en un jugador a observar con atención en el complicado tablero de la política tucumana, donde todos se muestran peleados y distanciados.

Un panorama donde los riesgos electorales del peronismo tucumano -por su crisis interna- van por el lado de ganar con menos sufragios y obtener menos bancas de lo que necesita para presentarse victorioso ante el poder central; y donde el radicalismo puede fracturarse e ir dividido a la votación y perder algunas de las bancas que pone en juego como Juntos por el Cambio. Atención entonces a los terceros en discordia, que pueden resultar ser los beneficiados impensados de las vidas paralelas del peronismo oficialista y de los radicales opositores.

Tampoco habrá que perder de vista que los acuerdos electorales que emerjan para acometer la elección vendrán con letras chicas al pie de los documentos, con referencias al 2023. Los que se bajen para el 21, aparecerán en el 23. Todo será negociable, porque los que pierdan este año, casi con seguridad también serán los próximos derrotados dentro de dos años. Los que buscan la victoria hoy, ya piensan en 2023. Los comicios que vienen son para acomodarse. Pero, primero hay que pasarlos.

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