Los clubes no son ajenos a la memoria del país

Los clubes no son ajenos a la memoria del país

No importa que, después de un año, la vuelta del público a las canchas todavía siga siendo incierta. Tampoco importa que la nueva ola de covid-19 amenace con prolongar el cuadro. Y tampoco importa que ese asiento cueste hoy cerca de un ciento por ciento más caro que la temporada pasada. En otro escenario, un panorama así habría provocado rebeliones, protestas y polémicas. Pero no. River, porque de River se trata, ya tiene vendidos casi todos sus nuevos abonos. La noticia impacta. Explica por qué el ciclo del River del “Muñeco” Gallardo está para muchos en el podio del mejor de la historia del club. Por reconstrucción, por títulos, por consistencia y, también, por identificación con el hincha. Y porque sucede en tiempos en los que todo sucede más rápido, en los que todo dura menos.

Es un River, claro, de tan buen ciclo que no le entran las balas. Ni siquiera la posibilidad de que su gran goleador de estos años, el colombiano Rafael Borré, se vaya dentro de tres meses en condición de libre, sin dejarle un peso al club, como podría suceder. En Boca, en cambio, un jugador estornuda y ya hay polémica. Arbitrariedades de los medios al margen, y rivalidades deportivas también, River y Boca hicieron historia esta semana, fuera de la cancha, por su iniciativa conjunta de búsqueda de socios detenidos-desaparecidos en tiempos de la dictadura que hace 45 años inició la etapa más sangrienta de la vida política argentina. La iniciativa buscó acompañar los actos de repudio, de recuerdo y de “Nunca Más” por un nuevo 24 de marzo. Y explica en parte por qué los clubes argentinos, River y Boca como vidriera central, siguen vigentes con más de un siglo de vida. Vigentes pese a todo los cambios políticos y a todos los terremotos económicos, los que está provocando la pandemia incluídos.

Mariano Gruschetsky, compilador junto con Raanan Rein y Rodrigo Daskal del libro flamante “Deporte y sociedad civil en tiempos de dictadura”, cree que debería revisarse esa vieja frase que dice que la política usa al deporte. No porque sea una mentira. Pero pide que se piense mejor quién usa a quién. Porque eso permitiría entender acaso mejor el fenómeno de la vigencia de los clubes argentinos como asociaciones civiles y no como empresas, gerenciamientos, etcétera, que sean propiedad de magnates o fondos de inversión, como sucede en casi todas partes. Algunas historias que cuenta el libro, justamente, muestran de qué modo los clubes sobrevivieron acomodándose siempre al tiempo político. Clubes que fueron casi radicales en tiempos de gobiernos radicales, peronistas en tiempos peronistas y hasta casi “militares” en tiempos militares. Es cierto, mientras el país no celebraba elecciones, los clubes sí lo hacían. Pero, hábilmente, sabían ubicar al radical, al peronista o al militar “abrepuertas”, según el momento político que correspondiera.

Es extraordinario el capítulo del Argentinos Juniors de Diego Maradona en tiempos de dictadura. Porque el club tiene presidente cabo del Ejército argentino con vice comisario. Y tiene general del Ejército que consigue terrenos y dinero fresco para retener al 10. Pero los dos primeros estaban en el club ya mucho antes del Golpe. Y el tercero llega casi de casualidad. Podría pensarse que fueron puestos por la dictadura para controlar al Argentinos de Diego. Pero no fue así. Por más que luego el general (Carlos Suárez Mason) sí haya buscado controlar esa situación. Suárez Mason, en aquellos años del horror, controló campos de concentración por los que, seguramente, pasaron algunos de los siete socios que Argentinos homenajeó este último 24 de marzo. Es decir, víctimas y victimario bajo una misma tribuna. Eso es territorio puro del fútbol. Difícil, sino imposible, de trasladar a otros escenarios. Gruschetsky cree que los gobiernos militares siempre dejaron a los clubes mantener su actividad social, elecciones incluídas, porque consideraban que la actividad “barrial” era algo así como “apolítica”. Y porque, tal vez, argentinos y futboleros también ellos, asumían que esos clubes eran parte de una historia que era mejor no tocar. Como sea, allí están esos clubes. Centenarios. Y recordando.

Hay sectores a los que les molesta que se mire para atrás. Mirar para atrás es un acto que, históricamente, no tiene buena prensa. El pasado, dicen algunos, retrasa. Como si mirar hacia atrás impidiera girar la cabeza y mirar para adelante. Como si avanzar fuera algo tan lineal. Avanzar sin necesidad de revisar nada. Avanzar. Solo avanzar. Este último 24 de marzo los clubes, aún con sus problemas a cuestas (internas de AFA incluídas), demostraron que no es así. Volvieron a restituir carnés a sus hinchas detenidos-desaparecidos, imitando un gesto pionero de Banfield. Buscan a esos socios. Plantaron árboles. Mostraron por qué siguen vigentes después de más de un siglo y pese a todo. Porque también recuerdan. Y porque no son ajenos a la memoria del país al que pertenecen.

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