

Félix Alberto Montilla Zavalía
Abogado / Miembro de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán
Una de las personalidades más importantes de la cultura tucumana fue Carlos Páez de la Torre (h). Su característica estampa rápidamente lo ponía al descubierto y no cabía duda de que se trataba de un numen de la cultura: una gran frente que lo mostraba como un intelectual, una encorvadura de asiduo lector, vestimenta de un elegante patricio, ademanes y gestos de caballero decimonónico; y sobre todo un hábil conversador con prosa sencilla, chispeante e interesante que acaparaba toda la atención de los contertulios.
Dedicado desde su infancia al estudio de la historia del norte argentino, y especialmente a la de Tucumán, no creo que haya existido alguien con su sapiencia en ese campo.
A través de casi 70 años buceó en los archivos oficiales, concurrió a todas las bibliotecas públicas de aquí, de Córdoba, de Buenos Aires, Santiago del Estero y Salta, y como periodista de LA GACETA fue testigo directo de memorables hechos de nuestra historia.
Sus prolijos trabajos estaban dirigidos a todos los públicos: la Historia de Tucumán, el libro sobre Nicolás Avellaneda, su biografía de Groussac -La Cólera de la inteligencia- o de Juan B. Terán -Pedes in Terra-, por citar algunos, estaban escritos de modo llano pero con el tecnicismo propio de una obra científica, pues cada frase contaba con una cita que evidenciaba el rigor de su investigación; sus monografías publicadas en la revista de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán, en LG Literaria -y en otras por el estilo- resultan aún no superadas por las camadas de nuevos historiadores y suelen ser citadas al por mayor .
Pero la vocación periodística de Páez de la Torre le permitía, también, escribir de modo sumamente ágil cortas y jugosas crónicas que se publicaban habitualmente en LA GACETA y que acercaron la historia cotidiana al pueblo. Popularizó la historia de Tucumán.
Su versatilidad le permitía amoldar la escritura y su discurso en el ámbito o el lugar en que se encontrara.
Páez de la Torre tenía la virtud de haber estudiado todos los campos de nuestra historia; sabía desde los inicios del descubrimiento del Tucumán hasta el presente, y le interesaba la historia política, económica, social y cultural, lo que le permitía conferenciar con autoridad.
La conversación con Páez de la Torre era deliciosa. Cualquier tema que tocaba lo adornaba con anécdotas sobre los personajes o sonantes descripciones de lugares que permitían entender el contexto en el que se desarrollaban los hechos.
A Carlos Páez de la Torre lo he conocido en mi infancia, pues era amigo de mis padres y se frecuentaban en Tafí del Valle. Más grande gocé de su amistad que se hizo profunda cuando nos veíamos de modo habitual en el Archivo Histórico de la Provincia y en salpicados cafés en aquel valle o en cercanías del diario.
Sencillo y generoso, me trataba de “entrañable primo” para acortar las distancias que imponía su gallarda figura y la autoridad cultural que le daba la pertenencia a numerosas Academias nacionales .
Cuando publiqué Historia del Poder Ejecutivo de Tucumán me llenó de elogios -algunos inmerecidos- y se ofreció a realizar un estupendo prólogo que guardo como señal de verdadera amistad.
Varios meses antes de su fallecimiento quedamos en coordinar un libro colectivo sobre Salustiano Zavalía -el convencional constituyente tucumano de 1853-, personaje que le apasionaba -y de cuya prole surgía nuestro parentesco-. El proyecto, ya con la diagramación de capítulos y algunas notas, quedó trunco.
A un año de su partida, su ausencia se nota, pero su presencia es más palpable, pues vive en el recuerdo de quienes lo conocimos y en la prolífica obra que dejó.







