¿Y si la próxima pandemia es digital?

¿Y si la próxima pandemia es digital?

¿Y si la próxima pandemia es digital?

Faltaban menos de 24 horas para que se cumpliera un año del inicio de la cuarentena en nuestro país cuando dejaron de funcionar Facebook, Instagram y Whatsapp. Al menos por una hora, estas tres plataformas protagonizaron un apagón digital que no suscitó más que algunas bromas y memes en sus propias redes. ¿Pero qué pasaría si el apagón continuara por más horas, días, meses y de repente nos quedáramos varados en un mundo netamente analógico?

Esta es una de las ideas centrales que planteó hace pocos días el historiador israelí, Yuval Noah Harari, quien esbozó un balance del año de la pandemia por coronavirus. El autor de “Animales a dioses” arrojó la hipótesis de que el próximo virus no estaría en el campo de la biología sino más bien en la informática y que quizás sería mucho más grave para la humanidad un “ataque a nuestra infraestructura digital”. Un apagón global, repentino, sin tiempo para preparar sistemas de contingencia.

En el texto publicado en La Vanguardia, Harari alerta que el coronavirus tardó varios meses en propagarse por todo el mundo, mientras que las redes digitales podrían colapsar en un solo día, tal como pasó con Whatsapp. De pronto, veríamos pantallas en blanco, cuentas bancarias vacías, enormes bases de datos esfumadas. ¿Y qué haríamos entonces? ¿Cómo sería el aislamiento del mundo digital?

Entre los escenarios posibles, el escritor propuso imaginarnos cuánto tardaríamos en volver a adaptarnos al sistema de correo postal basado solamente en el papel. Escritura - sobre - transporte - persona - sobre - lectura. Una cadena de hechos e intermediarios que al menos tardaría dos días para completarse. Más allá de adaptar una infraestructura que hoy imaginamos arcaica, lo que más tardaría en acomodarse serían nuestros tiempos mentales, hoy basados en la inmediatez, la abstracción y que ya no conocen fronteras.

La percepción simultánea de los hechos globales adquiere una velocidad tal que borra sus propios orígenes. Por eso a veces conviene repasar algunos sucesos que movilizaron la forma en la que vemos y conocemos el mundo. La primera guerra del Golfo en 1990, por ejemplo, nos mostró que podíamos ver un conflicto armado en vivo por televisión y el atentado a las Torres Gemelas en 2001 fue el bautismo de fuego para Internet y el tiempo real para las noticias.

Pero en la pandemia reciente no fuimos testigos, fuimos protagonistas. No percibimos el último sacudón de la historia a través de pantallas, sino que vivimos en nuestros cuerpos el miedo y la angustia de enfrentarnos a un hecho inédito. Sin embargo, lo digital, como también plantea Harari en su texto, fue fundamental para sostener un entramado social y productivo que hubiese sido imposible en otras pandemias. El ecosistema digital no colapsó veinte años atrás con la supuesta crisis del Y2K y tampoco el año pasado, sino que en cada oportunidad se reforzó y nos reveló la enorme dependencia que tenemos de esa abstracción llamada virtualidad.

Pasada la crisis será tiempo entonces de plantearnos no solamente la necesidad de fortalecer los sistemas sanitarios y científicos para reaccionar al próximo tsunami, sino también revisar cómo vivimos, en tanto ciudadanos, la enorme dependencia digital. Servicio público o no, más control o más privacidad, monopolios o sistemas más abiertos. Dichos debates no son recientes, llevan tiempo en pequeños nichos de expertos pero las contingencias los hacen urgentes hoy más que nunca.

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