¿Tucumán es Rosario o Sinaloa?

¿Tucumán es Rosario o Sinaloa?

LA COSTANERA. Uno de los barrios más vulnerables por el narcotráfico en la capital tucumana. LA COSTANERA. Uno de los barrios más vulnerables por el narcotráfico en la capital tucumana. ARCHIVO LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO

Una es una ciudad argentina, el otro, un estado mexicano. Ambos son utilizados como parámetro del avance narco en un lugar. Por eso vale hacer una pregunta: ¿Tucumán es Rosario o Sinaloa? Y la respuesta no es buena. No es ni una ni la otra. Es una mezcla de la dos por lo que está ocurriendo. O en otras palabras, las organizaciones que operan en la provincia copian lo peor de esos modelos para seguir vendiendo muerte en dosis.

Rosario es la cuna del narcomenudeo a nivel nacional. Allí nacieron los clanes familiares que desarrollaron el microtráfico de droga. Traían la sustancia, la procesaban, la estiraban, la distribuían y luego la vendían en los quioscos que instalaban en casas especialmente preparadas para estar lejos de la mirada de los investigadores. Todo eso hacían en un mismo barrio, pero al encontrar rápidamente el éxito, fueron invadiendo otros territorios que generó una ola de violencia tan grande que Santa Fe, desde hace años, es la provincia con la mayor tasa de homicidios, en relación a la cantidad de habitantes. Hasta el sábado, en la “Chicago Artgentina” se registraron 49 homicidios. Estos grupos crecieron por las alianzas que tejieron en el ámbito político, gremial, policial y judicial. Hasta lograron lo que parecía imposible: unir a los barras de Rosario Central y de Newell’s para avanzar con los negocios. Con las millonarias ganancias llevaron una vida de lujos que se cristalizaron en mansiones, autos importados, operaciones inmobiliarias e inversiones de todo tipo.

En Tucumán pasó lo mismo. Los Toro, Los Carrión, Los Garra, Los Acevedo, Los Rogelio, Los Araña, Los Díaz, Los 30 y Los Figueroa son algunos de los clanes que crecieron a pasos agigantados en la provincia, imitando el modelo rosarino. Por el dominio territorial son comunes los enfrentamientos entre estos grupos y la provincia se encuentra detrás de Santa Fe en el ranking de violencia. El domingo se registró la cuarta víctima fatal de una guerra, que mantienen dos familias rivales, desde mediados de diciembre, dando forma a una increíble y sangrienta venganza narco.

En medio de todo esto surgió un llamativo dato: Cachumba, uno de los grupos cuarteteros más famosos del país, actuó en fiestas privadas organizada por Ana Verónica Toro (una de las referentes del grupo que opera en Villa 9 de Julio”) y en el cumpleaños de un tal “Chuky”, que tiene al menos una causa pendiente por homicidio y está sospechado de comercializar estupefacientes en el barrio Oeste II.

El ABC del periodismo policial indica que siempre se debe hablar con los familiares de las víctimas, para conocer aspectos de su vida y tratar de descifrar algún detalle que lleve a descifrar los puntos enigmáticos del caso. Los parientes de Víctor Hugo Brito y de su hijo Gonzalo, que habrían sido víctimas de sicarios, rompieron todos los moldes. Dijeron que eran prestamistas y que tenían problemas con los “colegas” del sur de la provincia porque cobraban menos intereses. Los investigadores no creyeron mucho en esas palabras. Y quizás el tiempo les termine dando la razón. Hasta aquí la hipótesis más fuerte es que los asesinados habrían intentado avanzar en su carrera narco, pero no tuvieron en cuenta que en este cruento negocio, manda el más fuerte y las muertes son mensajes que sirven para asustar a los ambiciosos. Esa táctica es muy conocida en Sinaloa, donde los señores de la muerte dominan de punta a punta grandes porciones de ese país.

Interrogante

La pregunta es cómo se llegó a todo esto. Y la respuesta es simple: desde hace décadas que nadie hace nada para frenar el avance narco. Las fronteras del norte, por donde ingresa la cocaína, cada vez están más débiles. A los hombres que deberían controlarla, los llevaron a Buenos Aires y a Rosario para luchar contra el delito común. Desde hace años se anuncian que volverán a hacer su tarea, pero nunca se concreta ni se concretará a corto plazo porque ver uniformados federales custodiando las calles es una imagen que paga electoralmente. Las tragedias de los ahogados en el río Bermejo dejaron al descubierto la facilidad con la que las personas ingresan al país trasladando mercadería. ¿Por qué no ingresarían droga?

La falta de recursos para luchar contra las organizaciones sigue siendo alarmante. No hay radares para controlar los vuelos narcos ni escáneres para requisar los vehículos y camiones que transitan por las rutas. Los perros siguen siendo el arma para detectar un cargamento. En Tucumán un solo fiscal y un juez federal, con un equipo de menos de 15 personas deben dirigir las investigaciones de las fuerzas federales que fueron diezmadas con la llegada del presidente Alberto Fernández. El 15 de abril debería entrar en vigencia la Ley de Narcomenudeo, con la que la justicia ordinaria se haría cargo de luchar contra el microtráfico, que tanto daño genera en los barrios de la provincia. Supuestamente, la Corte Suprema de Justicia debería haber formado una comisión interpoderes para definir el asunto, pero hasta el momento no hubo avance. Con todas estas razones es fácil entender por qué Tucumán puede ser Rosario o Sinaloa.

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