“¿Y ahora qué hacemos?”, se preguntan en el mercado

“¿Y ahora qué hacemos?”, se preguntan en el mercado

Tres puesteros ensayaron una respuesta sobre el porvenir con la clausura del Mercado del Norte. Búsquedas de alquiler y angustia.

DUDAS. Palomo terminaba de retirar toda la mercancía y el mobiliario de su negocio, una rotisería, para trasladar todo a su casa y la de su papá. LA GACETA/FOTO DE FLORENCI ZURITA DUDAS. Palomo terminaba de retirar toda la mercancía y el mobiliario de su negocio, una rotisería, para trasladar todo a su casa y la de su papá. LA GACETA/FOTO DE FLORENCI ZURITA

¿Y ahora qué hacemos? Es la pregunta que se repitieron muchísimas veces los puesteros y empleados del Mercado del Norte luego de la clausura dispuesta por la Municipalidad ante el peligro de derrumbe. ¿Esperar? ¿Sacar el mobiliario además de la mercadería? ¿Vender puerta a puerta? ¿Alquilar un local? ¿Trasladar a los empleados a otro negocio -quienes lo tienen-? ¿Cambiar de rubro? ¿Bajar la persiana para siempre?

La verdad es que ninguno de los comerciantes consultados por este diario tiene una respuesta definitiva. Algunos trasladaron todo cuanto pudieron hasta distintos domicilios, porque no cabe todo en el espacio libre de sus casas. Los verduleros debieron tirar casi todo, porque mucho estaba pasado tras una semana cerrado. Algunos donaron el saldo de papa y cebolla, lo que más soporta la humedad y el calor, a algunos comedores. ¿Qué hacen los que venden bebidas o alimentos envasados con fecha de vencimiento?

Los propietarios de una rotisería, de un local de alimentos y de una verdulería contaron su historia y cómo piensan responder a esta pregunta: ¿y ahora qué hacemos? Parte de la respuesta dependerá de la reunión que hoy tendrán con funcionarios municipales. Mientras tanto, la desocupación de los locales ronda el 50%.

En donde todos coinciden es en la angustia, tanto los puesteros más “nuevos”, con algunas décadas, como aquellos que remontan su historia familiar al mercado desde que el predio estaba baldío y se vendía alrededor de un algarrobo enorme, cuando el siglo que transcurría todavía era el 1800.

Que no muera

Aunque Guillermo Guizzarelli afirmó que no tiene el llanto fácil, lleva más de una semana con lágrimas en sus ojos. La angustia lo desborda cuando llega a su casa: lo abraza su esposa y lloran. Lo abraza su hija y lloran. Su lazo con el mercado se remonta a cuando Rosa Hernández, su abuela, vendía productos alrededor de un árbol enorme cuando todo el predio era baldío y se lo conocía como Mercado del Algarrobo. Después se construyó un edificio, se lo derrumbó y luego llegó la construcción del Mercado del Norte, en 1939. Mientras se construía, todos los puestos se habían trasladado hasta el pasaje Padilla. En la inauguración, recordó la historia que le contaron, cada puestero pidió la cantidad de locales que necesitaba. Doña Hernández pidió seis. Ella falleció y tomó la posta Salvador Antonio Guizzarelli, el papá de Guillermo.

“Mi primer recuerdo del mercado era llegar de pequeño, arriba de toda la verdura en un carro. Ahora tengo angustia, me duele. Ahí está mi vida. Piso y siento que el Mercado me habla. Siento que me hablan mi papá y mi abuela. Verlo así es como que de golpe te digan que nunca más podés volver a entrar a la casa que fue de tu familia durante generaciones, donde vos jugaste de chico y donde sabías que está tu historia. Acá se formó la primera fábrica de hielo de todo el norte. A toda esa historia la contó mi abuela, mi papá y esperaba decirles a mis hijas para que esto siga”, contó Guillermo. “Espero que en la reunión con la Municipalidad no muera el mercado, como pasó con el del Abasto. Quiero lo mejor para el mercado como siempre lo fue, aunque eso sea algo malo para mí”, agregó.

Guizzarelli recordó que antes los puestos se regalaban a quienes necesitaban: parientes, amigos. “No había avaricia, se quería ayudar”, contó. Así es como su padre, de seis locales, se quedó con dos. A uno lo vendió formalmente. Entonces, Guillermo heredó uno, el puesto 57, de la verdulería Tu Frutal. Tiene dos empleados en blanco, algunos ayudantes y cadetes que trabajan unos cuántos días a la semana. En la semana que estuvo cerrado se echó a perder casi toda su mercadería: perdió entre $ 60.000 y $ 70.000. Junto a cuatro colegas, de otros rubros, están buscando un local dentro de las cuatro avenidas para poder trabajar con un poco de lo que cada uno sabe hacer, pensando en no perder tanto la clientela. Además, dijo, porque quieren seguir juntos.

ANGUSTIA. Guizzarelli contempla acodado desde el mostrador de su local, en la calle interna del mercado. LA GACETA / FOTO DE MARTÍN DZIENCZARSKI ANGUSTIA. Guizzarelli contempla acodado desde el mostrador de su local, en la calle interna del mercado. LA GACETA / FOTO DE MARTÍN DZIENCZARSKI

“Mi problema es que, si bien para comer no me hará falta, no sé qué hacer con los empleados. Porque no podré soportar mucho más sin tener ingresos”, lamentó.

Abrir en un barrio

Entre los pasillos del mercado, Roberto Leandro Palomo seguía retirando mercadería y heladeras de su local, la Rotisería Leo. Lleva más de 20 años atendiendo el negocio. “No sé qué hacer, porque empezar de 0 es durísimo, yo la remo día a día. Sobre todo porque tenía muchísima mercadería y la gente sabía qué vendía aunque no estuviera todo exhibido. En una época puse un drugstore en un barrio pero a la semana terminó un empleado encerrado después de que le apuntaran con un arma. Si volvemos a instalarnos tendremos que lidiar de nuevo con la inseguridad. Además hay que adaptarse a la clientela: acá por día pasan 5.000 personas por el pasillo, este nivel de ventas no se podrá tener en ningún lado del mundo”, comentó dolido Palomo, que ya había despachado parte de la mercadería en tres viajes de camioneta y todavía no terminaba.

Un poco fue a parar a su casa, a la casa de amigos, de su papá. Parte de la mercadería pronta a vencer la terminó vendiendo a precio costo, para no perder. Y su duda era qué hacer con mercadería no perecedera.

“Es todo muy triste. Y da bronca que se digan tantas cosas. Lo del canon que dejó de cobrarse no es culpa nuestra, la Municipalidad dejó de emitir boletas. Fuimos mil veces a pagar pero nos decían que no había boletas. Pero sí pago el Tributo Económico Municipal (TEM), Propaganda, AFIP, IPLA y las expensas de acá. Creo que hay que hacer un mea culpa junto a la Municipalidad y buscar una solución que sea la mejor para todos. Acá trabajaba junto a mi hermano y un empleado. Además de lo económico que es grave, nos da tristeza”, finalizó.

¿Y los empleados?

Rubén García es propietario del negocio de alimentos Doña Maga, que tiene un local en el Mercado sobre Mendoza, con salida a la calle. Además, tiene otro local en la misma cuadra pero fuera del establecimiento. “La situación nuestra es difícil, no sabemos cuál es la realidad y hasta cuándo será la clausura. No sabemos el futuro previsto para nosotros. Así que esperamos la reunión con el secretario de Gobierno, Rodolfo Ocaranza, entre titulares de otras reparticiones para tener una evaluación y planificar. Es una incertidumbre total porque la información que tenemos la conocemos por los medios”, explicó. “Hay muchos comerciantes que son cuentapropistas, que están muy graves. Otros tenemos una condición un poco mejor, pero tenemos empleados y no sabemos qué pasará”, agregó.

García contó que en el local del mercado tiene ocho empleados. “A tres los mandé al otro local, tres están de vacaciones, uno no va a trabajar por una situación de salud. Y después está mi hija. En el local de Mendoza casi Junín tengo cinco empleados y es una barbaridad trabajar con ocho en ese local. Así que no sé qué pasará cuando vengan los que están de vacaciones. Vamos a ir evaluando, sabremos qué pasará tras la reunión en el municipio”, comentó el comerciante. “No nos oponemos a que se repare el mercado porque nadie quiere que se le caiga un pedazo de mampostería en la cabeza. Dos especialistas nos dijeron que no hay riesgo de colapso, pero que sí deben realizarse reparaciones diversas”, continuó.

La historia de García ligada al mercado de manera directa comenzó hace 36 años, cuando compró la concesión del local de la esquina. Se llamaba La Nueva Central, pero en homenaje a su mamá, Margarita Nazar de García, pasó a llamarse Doña Maga. “Compré esa concesión en 1984. Esa fue mi casa hasta el viernes pasado, ahí aprendieron a caminar mis hijos. Después se perdió el título de concesión por distintos desencuentros”, recordó.

Pero García ya conocía el Mercado del Norte desde niño: “entraba al mercado con seis años, porque vivíamos en el campo y faenábamos lechones y cabritos, así que íbamos a venderlos. Hace 60 años conozco el mercado, le tengo un afecto especial. Sin dudas el mantenimiento que se le fue haciendo fue nulo, hay responsabilidad compartida, no es únicamente culpa de la Municipalidad. Hemos desencadenado en esto. Hay problemas estructurales que deben solucionarse, así que esperamos que la reunión llegue a buen puerto, colaboraremos en lo que podamos y esperamos volver a trabajar hasta que se hagan las remodelaciones que hacen falta”, finalizó.

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