Salir del modo electoral permanente

Salir del modo electoral permanente

Por Eduardo Robinson - Economista.

07 Marzo 2021

Finalizó el primer bimestre del año. ¿Qué sobresale en el contexto económico? Se destaca la aceleración de la inflación desde octubre del año pasado; la estabilidad del dólar en sus distintas cotizaciones e incluso con tendencia bajista, y el cambio de estrategia del Gobierno respecto del dólar oficial. Consiste en establecer una pauta de devaluación que no acompañe la dinámica inflacionaria, es decir, utilizar el dólar como ancla para los precios. Esto es, el dólar oficial tendrá una pauta de devaluación del 30% en el año.

El Gobierno entiende que esta estrategia logrará desacelerar las expectativas de devaluación y evitar que continúe acelerándose la suba de precios. Sin embargo, el problema surgirá si la inflación se ubica por encima del 30%. Tener en cuenta que las proyecciones inflacionarias para 2021 están en el 50%: de esta forma se provocaría un atraso en el tipo de cambio. Por lo tanto, si el dólar se retrasa en relación con el resto de los precios, crecerían las expectativas de devaluación y, paradójicamente, no podrá contenerse la inflación. Es claro que todo dependerá de los vaivenes políticos: el año electoral condiciona y sube la dosis de incertidumbre.

La idea general del Gobierno es que todas las variables nominales (precios, salarios y dólar) tiendan a crecer en orden al 30% anual, que es la pauta inflacionaria establecida en la Ley de Presupuesto 2021. Para ello, recurre a los consabidos acuerdos y controles de precios. Son instrumentos de muy corto plazo que enmascaran el problema inflacionario, pero no lo resuelven. En el mejor de los casos pueden resultar efectivos dentro de un programa de estabilización consistente, pero no de manera aislada. Hace 16 años que la inflación volvió a ser un problema en la economía argentina. Un problema erradicado en la mayor parte del mundo. Sin embargo, en la Argentina no sólo persiste, sino que tiende a agudizarse y esto sucede porque no se logra equilibrar la macroeconomía. Por eso la pobreza, en un alto porcentaje, se tornó estructural: no deja de alimentarse un círculo vicioso originado en un déficit fiscal crónico que lleva a subir los impuestos; emitir moneda y deuda. Cuando los impuestos terminan ahogando la producción; la emisión de moneda acelera la tasa de inflación y envilece la moneda, y, cuando la deuda se torna impagable, es decir, se producen los desequilibrios, se condiciona el crecimiento, se reduce la inversión y la economía se muestra anémica para crear cantidad y calidad de empleo, la consecuencia es más pobreza y salarios bajos.

En paralelo, crecen las expectativas en torno de un acuerdo con el FMI que permita cancelar la deuda con este organismo en diez años y no en tres, como estaba previsto originalmente. Un “acuerdo de facilidades extendidas” con el FMI impondrá ciertas condiciones que, en un año electoral, no serían bien digeridas.

El escenario internacional luce bastante favorable para la economía argentina: bajas tasas de interés y suba de los precios de los principales productos que exporta el país. Además, todo indicaría que la pandemia empieza a debilitarse, lo que refleja cierto optimismo en los mercados de valores.

Más allá de lograr cierta calma en algunas variables, la economía argentina continúa transitando por un camino sinuoso. No hay sobre la mesa un programa de estabilización y crecimiento consistente que permita, no ya avizorar el largo plazo, sino al menos los próximos 20 meses. Y esta carencia de una mínima estrategia de cómo empezar a equilibrar la macroeconomía impide destrabar un proceso de inversiones en distintas áreas que posibilite elevar la productividad. Si bien es altamente probable que este año haya una recuperación de entre el 5 y el 7% del PBI, se trata de un rebote del nivel de actividad económica, pero no de crecimiento. Hay que tener en cuenta que el año pasado la economía cayó casi un 11%, es decir, se estaría recuperando del mazazo de la pandemia y la cuarentena.

Se trata de una reactivación, pero no de crecimiento y expansión de la capacidad productiva. Se enfatiza, en general, en las variables de cortísimo plazo (la cotización del dólar, el riesgo país, las tasas de interés y la inflación) y se deja de lado lo central, que pasa por introducir una estrategia capaz de elevar el perfil competitivo de la economía y que atraiga inversiones. Se deja de lado la construcción de un adecuado clima de negocios que dinamice al sector productivo. Sólo se trata de incentivar el consumo de corto plazo y de subir el gasto público sin considerar los costos de su adecuado financiamiento, y se deja de lado lo que tiene que ver con los aspectos productivos. Entre ellos, los costos de financiamiento, logísticos e impositivos. Alentar medidas que promuevan el consumo implica poner el acento sólo en el corto plazo descuidando el largo.

El desafío más relevante continúa siendo, desde hace siete décadas, lograr un crecimiento sostenido de la economía, no para evitar los inexorables ciclos económicos, sino para procurar acotarlos. Se torna imperioso reequilibrar la economía y para ello se necesita quitarla del permanente modo electoral en el que se encuentra.

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