El juego siniestro de la seguridad

Al terminar el primer mes del año se dio la singular paradoja de que, mientras la Federación Económica de Tucumán elogiaba la labor policial –“vimos una disminución de delitos en el microcentro”, dijo Héctor Viñuales-, se daba el enero más sangriento en homicidios desde que se lleva registro: 14, como continuación del año más duro, el 2020, que culminó con una cifra inédita de 152 asesinatos. Prácticamente uno cada dos días y medio. También vecinos de algunos barrios –como Aguas Corrientes, Barrio Padilla y las áreas de las comisarías 5ª y 14ª- habían expresado satisfacción. Eso fue una mezcla de sensaciones: la protección de comercios y el recorrido en las calles de esos vecindarios hizo cambiar perspectivas, pero no permitió advertir que la violencia no cesa: al contrario, ha ido en aumento, al menos en esta primera parte del año. Algunos residentes lo advertían: después de las 23, cuando se van los agentes del programa Cuadrantes de patrulla, vuelven los ataques y los asaltos en las calles.

Discusión sobre el arrebato

Enero ha dejado también algunas cifras que sorprenden: el delito que más indignación genera –el arrebato, dura representación de la agresión callejera- estaba en cuarto lugar en cuanto a denuncias (71), por detrás de los robos y hurtos, los robos de motos y los asaltos. ¿Había una percepción equivocada de la realidad? Es difícil saberlo, por la precariedad de las cifras, porque el sistema de recepción de denuncias en la provincia se rige por una lógica absurda: se desalienta a la víctima sometiéndola a una asfixiante espera que la lleva a pensar si es más conveniente pasar horas en una comisaría para denunciar el hurto de un objeto pequeño o directamente comprarse otro.

Además está la percepción de que no se atrapará al delincuente o bien que éste no quedará detenido. Experiencias relatadas en los últimos tiempos, como las de los bikers a quienes les sustrajeron sus bicicletas, dan cuenta de esta frustración: varios han contado que prefieren entrar a redes sociales tipo Facebook para buscar su bicicleta y pagarle al mismo ladrón un rescate equivalente al 10% del valor del vehículo. Algo similar pasa con los celulares. Las historias de esos rescates circulan por las redes sociales, no quedan registradas en los informes policiales. No se denuncian.

Aunque el arrebato ha sido menos denunciado que otros delitos, bastaron dos circunstancias para ponerlo de nuevo en el centro de la atención. Una fue la muerte del motochorro Lucas Navarro al embestir a un ómnibus mientras escapaba después de haber cometido tres asaltos. La indignación creció cuando se supo que arrastraba seis causas judiciales por robo o hurto, y ninguna condena (lo cual parece casi obvio, con el sistema atormentado con las altas cifras de homicidios violentos). Un comisario dio a entender que estaban registrados 1.500 arrebatadores que entraban y salían sin condenas de los tribunales, y reapareció el legislador Gerónimo Vargas Aignasse, que defiende de tal manera las labores policiales que le adjudica a la Justicia la responsabilidad por la presencia en la calle de esos arrebatadores. “Necesitamos que los jueces trabajen más”, dijo. Volvió a hablar de la “puerta giratoria” y sacudió emocionalmente a la audiencia. Los jueces, crucificados por la acusación de liberar a delincuentes, salieron a defender que actúan según la ley y a rechazar que se los culpe de aplicarla. Es la misma pelea estéril desde hace 30 años. Cambian los sistemas, los códigos, pero policías y magistrados siguen actuando de la misma manera mientras la violencia no ha dejado de crecer y las calles están salvajes.

La segunda circunstancia que puso el arrebato en escena fue el asesinato de la enfermera jubilada Luisa Susana Mansilla en Siria y Paraguay, a manos de un ser semihumano, Walter “Chino” Regudero, que confiesa tener todas las adicciones, que vive en la calle y que ha sido repudiado por su propia familia. Mendigo, pero arrebatador y homicida. Parecía tan poco importante que nadie se había ocupado en octubre de advertir que no se había controlado que tras recibir una probation para no ir a juicio por robo, no cumplía con lo pactado (pagar un dinero a víctimas y hacer tareas comunitarias). ¿Qué iba a pagar un mendigo? Aún después de haber asesinado a la jubilada, siguen dándole poca importancia. No se sabe que hayan iniciado al menos un trámite administrativo a los invisibles empleados de la Oficina de Control y Conductas de la Corte Suprema, responsables de este hombre que tenía seis causas pendientes dando vueltas.

De la indiferencia a la tragedia

Esta falta de control se repite y se la ve en casos menores a los cuales no se les da importancia hasta que se transforman en tragedias, como la de Paola Tacacho, asesinada por su acosador después de haberlo denunciado 14 veces, o las de tantas mujeres que denuncian violencia de género y no son escuchadas, a pesar de tantas oficinas en la Provincia, la Municipalidad y la Justicia dedicadas a esta problemática. Un triste ejemplo es el de Maira Alejandra Sarmiento, asesinada hace casi un año por su ex pareja después de que intentara hacer la denuncia en tres comisarías y no fuera atendida. Tampoco en la Justicia. No se sabe que se haya iniciado trámite a los policías y agentes judiciales que debieron impedir su muerte. En enero pasado ocurrió el asesinato de Marcos Montenegro, asesinado durante una pelea mientras defendía a su hermana Nadia en la avenida Mate de Luna, frente a la Maternidad. Su hermana dijo: “la única diferencia entre el femicidio de Paola y el asesinato de Marcos es que yo tuve a mi hermano dispuesto a dar la vida por mí. Si no, yo sería otra chica asesinada por otro acosador que tenía 17 causas por el mismo delito, y nadie había hecho nada para que esté detrás de las rejas”. En estos días en que los argentinos están conmocionados por la tragedia de Úrsula Bahillo en Buenos Aires, hay quienes han recordado que Tucumán está encabezando la lista de femicidios en lo que va del año en el NOA. Otra nota llamativa del primer mes de 2021.

Tampoco hay control adecuado en lo que hace la Policía. No sólo parece abandonada a su suerte –comisarías en el límite de la degradación, un 911 en teoría de respuesta rápida sin móviles- sino que la semana terminó con la revelación de que un oficial principal, Javier Gómez, quedó detenido, acusado de torturar y ejecutar al ladrón Jorge “Dos pesos” Luna en una finca de limones en Lules. La noticia no causó conmoción porque la víctima era casi invisible socialmente, pero el oficial se enfrenta a 35 años de prisión, y podría ser una muestra de elementos que usan uniforme y armas para proteger a la sociedad y de pronto explotan en conductas de violencia homicida. ¿Cómo pacificar una sociedad atravesada por la violencia –como lo muestran los 14 homicidios de enero- con agentes que llegan a participar de los extremos de la agresividad mientras la sociedad tapa todo con indiferencia?

El juego siniestro de la seguridad es el de la Policía que tiene una cultura autoritaria, que no sabe lo que pasa y propensa a actuar sin control, y una Justicia que ha estrenado Código para dar respuestas con celeridad, pero sin haber dejado sus viejas mañas. La “puerta giratoria” de la que habla Vargas Aignasse forma parte de ese juego y sirve para mostrar cómo se van maquillando los métodos para tapar la misma cara del fracaso de la seguridad. No alcanzan las leyes como la antimotochorros, que se hicieron pero en los hechos parece que no se aplican, ni las culpas de un lado al otro del mostrador policial-judicial. Desde hace mucho tiempo la gente toma la justicia por mano propia –hubo dos homicidios de tal índole en enero- y los desbordes son aprobados hasta con aplausos, como ocurrió el año pasado con el crimen del “Culón” Guaymás, asesino de la pequeña Abigail. ¿A dónde estamos llegando? Al límite que acercan cada vez más homicidios en una sociedad que deja de lado su comisión de seguridad, no discute ni analiza con idea de cambio lo que pasa y que ha naturalizado la violencia mientras ve a esos seres degradados sin destino, a veces victimarios, a veces víctimas, siempre protagonistas de la escena callejera. Es una parte de regular tamaño, quizás no tan grande como notoria, de la sociedad de nuestros días, con la que hay que encontrarse casi a diario.

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