Andanzas en el jardín del egoísmo

Andanzas en el jardín del egoísmo

El oficialismo sigue sin poder encontrar el paraíso terrenal que deslumbró a Domingo Faustino Sarmiento cuando miró el paisaje desde San Javier. La oposición, que había perdido sustancia, busca ahora recuperar el diálogo.

Avanzada la segunda mitad del siglo XIX, el ilustre visitante fue invitado por su anfitrión tucumano a un paseo a caballo por Yerba Buena, donde los bosques de lapachos, tarcos, tipas y palos borrachos hacían un armonioso conjunto con las plantas enredaderas como los jazmines y las bignonias que crecían silvestres. Decidieron emprender la subida al cerro San Javier y en una de sus terrazas naturales (nos imaginemos que fue donde se encuentra actualmente el monumento a Pablo Rojas Paz) hicieron un alto para descansar y contemplar el paisaje

En ese mes de octubre, la primavera tucumana había explotado en mil colores de flores de todos los tipos, impactando insolente en la mirada de los paseantes. La esplendorosa acuarela de la floresta, contemplada desde arriba dicen que hizo al visitante exclamar, impresionado por tanta belleza: “¡esta provincia es un verdadero jardín”! y que de allí nació el simpático sobrenombre de jardín de la República. El visitante era Domingo Faustino Sarmiento y el anfitrión, su amigo tucumano José Posse. La anécdota no la contó el presidente Alberto Fernández, precisamente: figura en el epistolario que entrecruzaron Sarmiento y Pepe Posse.

Tucumán está sembrada con bellos parajes naturales que la mano depredadora del hombre, favorecida por la inacción del Estado, aún no ha logrado destruir. Desde cataratas naturales en los cerros de la sierra de Medina que bordean el Cadillal, hasta ríos y valles cercanos a las serranías de Burruyacu y la precordillera. Los paradisíacos valles de alta montaña al norte de la provincia, solo son accesibles en riesgosos recorridos a lomo de mula o en helicóptero. Hacia el sur, quien quiera animarse a visitar la fastuosa Cuesta del Clavillo, coronada por su pico eternamente nevado en medio de las yungas subtropicales tucumanas, debe estar dispuesto a correr el riesgo de quedarse sin vehículo al trepar lo que queda de la vieja ruta 65 o 365, según de que época hablemos. Cuando el hoy presidiario José López recorría la provincia anunciando una candidatura que nunca fue y seduciendo a varios intendentes que hoy presumen con Manzur, prometió hacerla una carretera pavimentada que entroncando con la salida al Paso de San Francisco pusiera a Tucumán en el eje de un corredor bioceánico. Al menos López contaba edulcoradas fábulas.

Cuando el actor tucumano consagrado en México, Juan Soler, lanzó su provocativa frase de que Tucumán era poco menos que un desastre turísticamente seguramente no midió el impacto de lo que dijo. No sólo porque fue desde la vecina Salta, con quien nos separa una infantil mirada competitiva sobre las bellezas de cada una, en lugar de pensar como nos asociamos, sino que también escarbó una herida sangrante.

Como siempre sucede, la cuerda se rompe en la parte más delgada. Quien terminó absorbiendo las duras críticas del emigrado (uno más) Soler, fue el titular del Ente Turismo. Se trata de un funcionario que cumple su trabajo y que recurre a su propio criterio, ya que no parece haber en el gobierno una orientación estratégica.

El jardín de la república debiera ser sobre todo turismo, pero la dirigencia política, la que gobierna y la que se opone, no parecen darse cuenta de ello.

Cuando Juan Soler era un niño las casas de Tucumán no tenían rejas. Las vidrieras del microcentro eran vidrios finitos, casi un justificativo para poner límites, nada más. Las rejas y las persianas llegarían muchos años después de la mano de los saqueos y de otras imprudencias de los gobernantes. Las alarmas no sonaban. Las siestas y las noches tenían muchos encuentros, más pelotazos y menos droga. En aquella época los intendentes se llenaban la boca hablando de plazas y de mercaditos y no de seguridad, ni de cámaras y menos de policías, cosas que aún hoy la Constitución dice que no les compete.

Soler se fue de la provincia y del país. Se convirtió en un personaje de la farándula mexicana. Dejó algunos éxitos deportivos en su tierra. No se olvidó de ella.

El presidente del Ente Turismo de Tucumán es un poco más joven. Sin embargo, conoció aquel Tucumán sin rejas. Es un hombre que nació en el siglo pasado y por lo tanto sabía que alguna Salta o Jujuy fueron el patio de atrás de un Tucumán pujante, productivo y centro del Noroeste Argentino. No desconoce que eso ocurrió hace mucho tiempo. Las dos provincias hermanas ya crecieron y triunfaron. Algo que no pudo hacer Tucumán y menos en materia turística. Giobellina formó parte de la estructura de Turismo que armó Bernardo Racedo Aragón a quien José Alperovich fue a buscar a Salta por lo que había hecho en esa provincia. Y anteriormente, Mercedes Paz, que ocupó el mismo sillón, había marcado un rumbo político advirtiendo que había que dejar de lamentarse con los logros salteños y que en todo caso había que subirse al barco ese que ya navegaba por todo el mundo. Salta era una marca registrada y Tucumán había perdido sus registros y vivía desmarcada. A este proceso lo vimos todos y Soler también, aunque desde el exterior.

Soler es un accidente en esta historia. Podría ser cualquier otro tucumano. Giobellina no es un accidente. Juró desempeñarse en ese cargo. Lleva muchos años en el Ente Turismo y por lo menos cinco como presidente. No puede desconocer el deterioro que viene sufriendo la provincia con políticos egoístas que trabajaban para sus candidaturas. Con presupuestos mezquinos que especulan con la próxima gestión. Con sistemas electorales hechos para familiares y para que se compren votos y no se conquisten pasiones o ideales. Con miembros de la Corte que responden a la política que les dio el cargo antes que a “la señora de ojos vendados” que juraron defender. Giobellina forma parte de un ente autárquico, pero no puede mirar para otro lado en todas esas cuestiones que no hacen más que debilitar la democracia, deteriorar las instituciones y eso conlleva a tener un Tucumán mejor.

Y, si el presidente del Ente Turismo no lo ve por incapacidad, por distracción o simplemente por estar enfrascado en sus proyectos, está denunciado la gran desconexión que tiene la estructura de gobierno de Juan Manzur. Hace poco menos de un año ante los síntomas de vivir a la intemperie sin saber bien lo que quería el gobernador el gabinete empezó a reunirse, constituyendo un hecho casi histórico de los último 30 años. En voz baja, ministros y otros funcionarios se quejaban de que no lo entendían al mandatario. De que necesitaban señales. Pero pareciera que en esa reuniones primaron las cuestiones de comunicación para preguntarle al espejito ¿quién es el más bello del reino?, pero no encontraron espacio para la autocrítica. Y si lo hallaron, no le avisaron a Giobellina. Lo grave, en cambio, sería que Giobellina o cualquier funcionario hubiera visto el deterioro de Tucumán. Porque si lo vieron son cómplices y porque si no actuaron en consecuencia, están mostrando que la estructura de gobierno del mandatario provincial no funciona. Es común escuchar en las charlas de café a funcionarios despotricar contra la actitud mezquina y hasta desfachatada del vocal de la Corte Daniel Leiva, pero en público, todos lo defienden. Es común escuchar quejarse de cómo Buenos Aires, desde la Casa Rosada trata como a títeres a las provincias, pero en público elogian las gestiones. Soler o cualquier marciano que ve estos síntomas pueden inferir que hay descomposición.

No hace mucho tiempo, un funcionario de un ente autárquico salía desencajado del despacho del gobernador José Alperovich. “Y, sabés qué: (le gritó el gobernador que abrió intempestivamente la puerta) a vos no te tiene que importar lo que diga la gente, sólo te tiene que importar lo que diga yo”, señaló y se volvió a su despacho. Fue una escena muy triste porque a un funcionario estaría bueno que le preocupe más lo que dice la gente y a un gobernador sería bueno que le lleguen esas preocupaciones populares. Casi una década después de aquel episodio, Giobellina parece reaccionar como si el gobernador o alguien le pidiera que le conteste a un ciudadano, a un tucumano que desde lejos dice lo que ve, en vez de escuchar la crítica y si hiciera falta corregirla. Alperovich hace mucho que no está y aún siendo senador no está. Sin embargo, sus enseñanzas, su lógica y su desesperación porque sólo se escuche su voz en toda la provincia son un ejemplo de poder que muchos quieren imitar.

Son muchos los temas a los cuales dicha dirigencia no otorga importancia. No solo la carencia de un plan estratégico de desarrollo. Es el caso también del bioetanol. Todo indica que la mano oculta de intereses afectados se mueve entre las sombras para frenar la aprobación en la Cámara de Diputados de la prórroga de la ley de los biocombustibles (que el Senado ya sancionó hace meses). Sin embargo el gobernador no se ha dignado reclamar por el tema a su amigo Sergio Massa, que es el responsable de esa dilación que puede ser muy grave para Tucumán.

¿Cuáles son entonces los temas de los que se ocupan los dirigentes con responsabilidades de gestión o institucionales? Por lo que parece, solo las electorales. Y no es bueno que éstos los absorba en un 100%, porque hay que gobernar y esto también incluye a los opositores.

Hacen camino al hablar

Alperovich es peronista por comercio político, pero fue radical. Su romance con el peronismo y su matrimonio por conveniencia pocos lo discutieron porque el imán del poder todo lo justificaba. Hoy los radicales viven una instancia parecida a la de aquella época en la que Alperovich terminó olvidando sus orígenes y convirtiéndose en fanático del partido de Perón.

En esta semana que nunca más volverá a ocurrir, aquellos radicales que discuten por WhatsApp o por comunicados de prensa se reunieron para verse las caras. Confundidos por aquellos conversos, hay quienes a veces intentan insertar códigos peronistas en la historia radical. El peronismo tiene un verticalismo a prueba de balas. Una vez que se alinearon son capaces de aceptar hasta a un radical. En cambio, los discípulos de Yrigoyen y de Alem construyen en el barro del diálogo, de la discusión y las resoluciones son largas y extensas, tanto como los argumentos que van y vienen. Por eso en el último encuentro no hubo acuerdo, pero si se escucharon. Hubo voces con tonos incómodos y hubo oídos no predispuestos a aceptar algunas palabras. Pero dialogaron. ¿De qué hablaron?

Hablaron de jubilaciones. A Silvia Elías de Pérez la enfurece escuchar eso de parte de los bisoños intendentes Roberto Sánchez y Mariano Campero. Hablaron de derechos adquiridos. Es que José Cano siente que a él le corresponde ser candidato a gobernador y siempre tiene presente el ejemplo del jujeño Gerardo Morales que se cansó de perder antes de ser gobernador. Hablaron de ambiciones y de oportunidades porque Campero y Sánchez creen que este es el momento de ellos. Hablaron de 2021 y de 2023 porque los más jóvenes quieren definir en internas (si son PASO, mejor) ahora en 2021; en cambio los mayores piensan que el debate a la gobernación empieza después de los comicios de este año.

Hablaron de hipocresías porque el legislador José Ascárate considera que toda esta movida de los intendentes es algo apoyado, costeado y pergeñado por la Casa de Gobierno que administra Juan Manzur. Pero también porque los intendentes plantean que para ganar tiene que estar toda la oposición desde ahora (eso incluye al peronista Germán Alfaro y a Fuerza Republicana) y la senadora y el diputado y sus adlátares sostienen que en todo caso esa mixtura debe quedar para discutirse a último momento.

Hablaron de candidaturas. Cano y Elías de Pérez quieren seguir en el Congreso, aparentemente. Campero y Sánchez consideran que uno de ellos por lo menos debe estar entre los que salgan electos. Ahí no lo incluyen a Ricardo Bussi. También hablaron del partido, como si existiera… Entre las verdades de Perogrullo que se vuelcan en las mesas de café suele decirse que “hablando se entiende la gente”. No se entendieron. Pero el gesto habla de una oposición diferente, a pesar de todos ellos. Hasta hace un tiempo la oposición no existía. El único candidato a gobernador en la provincia era Osvaldo Jaldo. Cuando el vicegobernador se descuidaba por proteger a su hijo putativo de la Corte, le aparecían competidores para azuzarlo desde el peronismo. Ahora casi tres años antes de los comicios asoman interesados en el poder desde la oposición. Eso no había ocurrido desde hacía décadas en el arco opositor. El penúltimo que quiso fue Rubén Chebaia y no le dejaron ser y, el último, fue Alperovich, y para ser cambió de monta en mitad del río.

Tucumán vive el egoísmo de su clase dirigente. Ellos no tienen sueños, apenas objetivos. Y, si alguno se sale de la raya y tiene algún sueño colectivo, prefiere no contarlo porque temen que se lo roben. A la sombra del egoísmo el jardín no crece. Son los sueños los que siembran futuro y como escribió un poeta de estas tierras “vivimos sólo con los seres que nos permiten transitar sus sueños”.

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