Qué es el porno “feminista” y por qué llegó para quedarse

Qué es el porno “feminista” y por qué llegó para quedarse

Con una mirada de género e inclusiva, en industria de las películas para adulto se abren paso movimientos alternativos. Opiniones.

Qué es el porno “feminista” y por qué llegó para quedarse

Combatir el fuego con fuego, un clavo saca otro clavo, la megaindustria de la pornografía puede derrumbarse ante la llegada de... ¿más y nuevos videos?

Aunque siempre se hable de la producción de videos XXX como algo genérico, lo cierto es que -dentro de ese mundillo- existen alternativas que intentan (cada vez más) romper con los estereotipos sexuales. Entre ellas está la pornografía feminista: una puerta de acceso a films sin chillidos desincronizados, siliconas que estallan ni frases del tipo “¿te gusta esto? ehh”.

“A diferencia del porno mainstream con sus clichés de cuerpos hegemónicos, el posporno (nombre genérico que recibe la corriente) amplía nuestra perspectiva. En estas producciones podés ver diferencias raciales, gente con discapacidad y mujeres u hombres de talla grande sin que sean catalogados como un fetiche o llevados al extremo del morbo”, explica la militante feminista y locutora Marianela Trejo.

Esta máxima se nota por igual en las tramas narrativas de los videos, revestidas con previas eróticas, cenas o paseos al aire libre, desenlaces que no son puro “meta-saque” y (aunque cuesta creerlo, afable lector) diálogos complejos.

“En general, cada historia que se presenta desde el porno feminista está marcada por un argumento que lleva -de a poco- hacia el clímax. Esto lo vuelve más cercado a las relaciones sexuales reales y sus procesos y nos aleja del coitocentrismo”, añade Trejo.

Por supuesto, el rol que ocupamos entre tanta piel y sensaciones es clave. “Al ver porno tradicional jamás analizamos cuestiones así, pero los videos son un producto de consumo masivo y reproducen parámetros socioculturales. Entre ellos se nota a una mujer cosificada o pasiva que brinda casi un servicio. En cambio, en la pornografía de autor nos volvemos protagonistas, hay una igualdad de condiciones en el disfrute. Además, el nivel de empatía es mayor porque aparecen representadas profesionales, madres, amas de casa, etcétera”, comenta la estudiante de arte Lourdes Ponce, quien realizó hace un año un trabajo performativo al respecto.

Educación indirecta

Fingir, ver y recrear… con cifras de visualizaciones que traspasan los millones de usuarios, además de ser un vehículo de entretenimiento sexual, el mercado pornográfico ocupa una parte importante de nuestra educación informal.

“A los consultorios llegan bastantes parejas angustiadas porque comparan su rendimiento con lo que ocurre en la ficción, sin saber que muchas escenas son falsas o editadas. Por ejemplo, hay hombres que creen que son incapaces de sentir orgasmos o tienen problemas de eyaculación porque no lo hacen como en los videos de Pornhub. Eso es lo peligroso: la falta de información genuina genera falsas expectativas y representaciones aspiracionales difíciles de cumplir”, señala la sexóloga y terapeuta Maira Lencina.

En 2016, el Observatorio de Internet en Argentina (OIA) publicó una encuesta a 1.534 usuarios sobre el tema. De ellos, 81 % afirmó mirar pornografía de manera reiterativa y -en el caso de las mujeres- los hábitos inducían a la soledad y el consumo desde un celular (con la posterior eliminación del historial o la navegación privada). El dato extra: apenas 4 % del total pagaba una membresía.

“El porno es igual de estimulante para ambos géneros, eso no debe pasarse por alto. Lo que ocurre es que muchas mujeres sufren incomodidad, desagrado o fastidio (justificado) al encontrar en la web tanta violencia. No solo con el hard sex sino con tomas donde los mismos títulos hablan de violación, incesto, rapto o sometimiento. Es imposible erotizarse con este contenido”, argumenta Lencina.

Referentes

Uno de los cimbronazos del porno feminista fue dado por Erika Lust. En 2005, la realizadora audiovisual sueca creó la empresa Lust Films y desde allí comenzaron a aparecer diversas piezas multimedia que reflejaban un mensaje de sexualidad positiva. En esencia, cercano al cine erótico, con una mayor sofisticación estética y sin tantos planos ginecológicos.

Entre sus proyectos está “XConfessions”, una webserie que toma las fantasías escritas por usuarias anónimas y las convierte en cortometrajes. Las temáticas son variopintas y abarcan desde infidelidades o encuentros con escorts hasta noches alocadas entre vampiros o vikingos.

Otras referentes del cambio de enfoque y roces son Lucie Blush y Petra Joy. Sumado a las páginas “Wild galaxies” y la movida alternativa de “A four chambers” (acá el sexo se fusiona con el bricolaje y arte conceptual para darnos tomas con baba, frutas que se exprimen y mucho onirismo).

Al hablar de opciones LGTBIQ, la cineasta estadounidense Shine Louise Houston también ocupa un sector en el ranking. Desde su compañía “Pink and white productions” se especializa en pornografía queer y campañas a favor de la inclusión racial.

Contradicciones

Pese a los avances, la pornografía feminista aún está a mitad de camino y falta bastante para que su consumo se iguale.

“Por la escenografía, los tiempos de rodaje y los salarios, el porno feminista es costoso. Esta es la principal razón de que los contenidos sean pagos y no llegue a tantos seguidores. Solo se puede sustentar la calidad del contenido desde la compra y el alquiler de los videos o las suscripciones a los sitios web de sus realizadores”, advierte la sexóloga Sofía Rossi Paz. En esa instancia los dólares pesan.

“Los mayores fabricantes de películas triple x están en Estados Unidos y casi el total de las productoras le pertenecen a hombres. Para crear una verdadera transformación del rubro lo que se necesita es que el posporno aparezca en los sitios que ya son de común acceso”, reflexiona Lencina.

La segunda traba tiene que ver con reflexiones paternalistas y opiniones contrapuestas. Por una parte, hay algunas ramas del feminismo que tienden al abolicionismo de estas prácticas (con el justificativo de que igual se lucra con el cuerpo femenino). Mientras que otras apoyan al incipiente sector y lo consideran progresista.

“Ni siquiera existe consenso en el nombre de la corriente porque hay quienes apodan a esta ola de videos con conciencia de género como porno femenino. Ahí se activa el sensor, ¿quién determina que deben/quieren ver las mujeres? Este término nos posiciona desde un ángulo opuesto a los hombres, nos encasilla en la necesidad de contenido suave, la versión light del sexo y -por último- en el contraste rosa versus azul”, puntualiza Rossi Paz.

Y acá podemos llegar a un micro acuerdo: las féminas y las disidencias quieren divertirse, pero en las formas también está el mensaje.

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