Estados Unidos y su nuevo desafío contra los abogados del despotismo

Estados Unidos y su nuevo desafío contra los abogados del despotismo

22 Enero 2021

José Manuel Rodríguez

Asistente de desarrollo de la Fundación Federalismo y Libertad

Cuando los padres fundadores se dispusieron a definir la república democrática como el sistema político ideal para los Estados Unidos, asumieron una enorme responsabilidad, no solo con sus conciudadanos, sino también con las sociedades de todo el mundo.

El desafío era enorme, ya que en el siglo XVIII las ideas republicanas y democráticas estaban generalmente asociadas a la anarquía y el desorden. Alexander Hamilton, en una de sus contribuciones a los Federalist Papers (1787), definió a los abogados del despotismo como aquellos que explotaban las dificultades de la democracia «no solo en contra de las formas republicanas de gobierno, sino en contra de los principios de la libertad civil».

Los estadounidenses construyeron un arquetipo institucional que demostró que ese sistema es capaz de garantizar paz y progreso para sus habitantes. Hamilton en una defensa acérrima de estas ideas concluyó que «hay edificios construidos sobre los cimientos de la libertad (...) confío en que EE.UU. será la amplia y sólida base de otros edificios».

La premisa de Hamilton se hizo realidad cuando gran parte de las nuevas naciones latinoamericanas en el siglo XIX intentaron emular los principios constitucionales de la Convención de Filadelfia. Claro ejemplo de esto es la Constitución argentina de 1853, elaborada bajo el auspicio intelectual de Juan Bautista Alberdi, quien en su vida y obra siempre destacó las virtudes del sistema americano y la necesidad de reproducir sus instituciones para procurar el crecimiento de nuestra región.

Sin embargo, Estados Unidos no fue un éxito fortuito, ya que su supervivencia se vio en peligro cuando una guerra civil empujó al país al borde de la catástrofe. En esos tiempos, el presidente Lincoln había considerado que los americanos tendrían «un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la Tierra».

Ese gobierno no sólo sobrevivió, sino que cien años después de aquellos sucesos fue quien lideró al mundo libre en sus cruzadas contra quienes desde izquierda y derecha intentaban borrar los valores de la libertad de la faz de la tierra. Durante el siglo XX, Estados Unidos empujó la victoria aliada en la Primera y Segunda Guerra Mundial, para posteriormente llevar a todo el bloque occidental a una trascendental victoria contra el comunismo.

Aquella reluciente democracia que los padres fundadores se propusieron construir, atraviesa actualmente una coyuntura institucional sin precedentes. Sus líderes han conducido a la sociedad a cuestionar sus propias instituciones, dentro de un sistema político que se sumerge en intereses y posiciones cada vez más irreconciliables.

En su obra On Democracy (1999), el distinguido politólogo americano Roberth Dahl se dispuso a enumerar los desafíos que enfrentaría la democracia en el siglo XXI, y determinó que «el éxito de las democracias avanzadas constituirá un faro para todos los que, a lo largo y ancho del mundo, creen en la democracia». La reconciliación y los consensos necesarios para la sostenibilidad de la democracia estadounidense no es una tarea doméstica, sino que debe ser de interés para todos los ciudadanos del mundo.

Los acontecimientos que tuvieron lugar en el Capitolio, y toda la tensión que acompañó el traspaso de mando el miércoles, representan una inedita señal de deterioro de las instituciones americanas. Revertir este proceso no solo es importante para proyectar la vigencia de su democracia, sino que es un hecho clave para mantener el impulso de las ideas de la libertad en todo el mundo. El desprestigio de la democracia estadounidense le daría espacio a los nuevos abogados del despotismo y sus nuevos proyectos autoritarios.

Los Estados Unidos demostraron durante el siglo XVIII que las bases de la democracia realmente podían erigir repúblicas prósperas y ordenadas. En el siglo XIX, Latinoamérica renació bajo su auspicio intelectual, y en el siglo XX Europa y todo occidente creció bajo su protección. El hecho de que sus instituciones superen la crisis actual es necesario para salvaguardar su legado, y fortalecer los ideales de todos aquellos que aspiramos vivir en libertad.

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